RÍO DE JANEIRO. La esperada Conferencia de la ONU para el Desarrollo Sustentable concluyó el viernes sin grandes logros que exhibir. Las críticas llegan de todas las canteras ideológicas.
El tibio y modesto documento que resultó de Río+20 era previsible. El mismísimo Maurice Strong, legendario ex subsecretario general de las Naciones Unidas y principal gestor de la histórica Cumbre de la Tierra de 1992, dijo estar "decepcionado de lo que ocurría en la plenaria de presidentes y que las únicas soluciones posibles estaban entre la gente dispuesta a tomar acción, antes que a discutir y buscar puntos de desencuentro". Para Strong, la falta de voluntad política para llegar a acuerdos concretos fue el signo de una reunión que terminó el viernes 22 con más pena que gloria.
Una opinión muy distinta a la de Strong fue la de Dilma Rousseff, la presidenta del país anfitrión. La sucesora de Lula dijo que Río+20 es un punto de partida y se congratuló por que su país fuera sede de "la conferencia más participativa de nuestra historia, con una fiesta cívica en las calles de Río de Janeiro", refiriéndose a los más de 50.000 activistas, indígenas y estudiantes participantes en la paralela Cumbre de los Pueblos, pidiendo soluciones concretas y realizando protestas pacíficas contra el "capitalismo verde".
Lo que Rousseff no dijo es que justamente los representantes de esa anticumbre estaban en desacuerdo con el papel que juega como mandataria del país amazónico más grande. El indígena Jaminawá Junikuin declaró que el Gobierno Brasileño "quiere vender nuestra naturaleza y tierras, nuestra floresta. Está acabando con los ríos, los animales, con el pueblo de la selva".
Un plan mínimo
Mientras las protestas invadían las calles y se colaban en las reuniones oficiales, la cumbre terminó aprobando un modesto plan para avanzar hacia una economía verde, que ayude a detener la depredación ambiental y combatir la pobreza. Mucho ruido y pocas nueces según los analistas de diversos pelajes ideológicos. Desde todas las canteras se ha criticado ferozmente un acuerdo por su falta de metas vinculantes y de financiamiento. La opinión generalizada es que serán los individuos, junto con las empresas -y no los gobiernos ni los tratados internacionales-, los que liderarán los esfuerzos. Lasse Gustavsson, director de la organización World Wildlife Fund(WWF), es uno de los que consideran que el "'verdear' de nuestras economías tendrá que ocurrir sin la bendición de los líderes internacionales". Desde la otra orilla ideológica, Malcolm Preston, de la consultora PricewaterhouseCoopers, coincide en que "el sector privado tiene un importante y enorme rol que jugar". Preston, sin embargo, considera que la empresa privada no debe ser un sustituto de los gobiernos ni del liderazgo internacional.
Para el analista argentino Andrés Oppenheimer, Río+20 se enfocó erradamente. En una reciente columna, sostiene: "El modelo económico que postula 'crecer ahora, limpiar después' no es justo, ni viable. Pero leyendo un nuevo libro, 'Abundancia: El futuro es mejor de lo que se cree', de Peter H. Diamandis y Steven Kotter, me resultó difícil no llegar a la conclusión de que la megaconferencia Río+20 está invirtiendo demasiado tiempo en castigar a los contaminadores, y demasiado poco en incentivar a los innovadores para que descubran nuevas tecnologías que resuelvan los problemas".
Y es cierto, las plenarias de los presidentes -más de 190 discursos o monólogos sordos, si se prefiere- fueron el espacio donde los unos culparon a los otros, en vez de buscar soluciones conjuntas.
LA VOZ DE EE.UU.
Barack Obama fue uno de los grandes ausentes en la cumbre. El día de la clausura la secretaria de Estado Hillary Clinton apareció para hacer un cortísimo anuncio sobre proyectos en África apoyados por su país y sostener varias reuniones bilaterales.
Mirada optimista
Para Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, la conferencia fue "exitosa", así como el documento. A los líderes planetarios les dijo: "El reloj está corriendo y el futuro está en sus manos".
Objetivos sin financiamiento
Se requieren alrededor de 30 mil millones de dólares anuales para lograr las metas socioambientales que necesita el planeta. El acuerdo final, sin embargo, no considera financiamiento alguno. El documento de 53 páginas lleva por nombre "El futuro que queremos" y para quienes lo consideran un logro define la economía de las próximas tres décadas, mientras que para la sociedad civil solo representa el fracaso y la falta de ambición de los líderes mundiales.
Lo mejor que se ha conseguido hay que agradecérselo a Colombia, que incluyó un proceso para adoptar Objetivos de Desarrollo Sostenible que midan los avances sociales y ambientales de los países. Esta noción reemplazará a los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU, que expiran en el 2015.
El Comercio, 24 de junio de 2012 (Suplemento Internacional)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario