Don Santiago estaba convencido de que en el pasado encontraríamos las claves para volver a ser la primera y más desarrollada nación de América, como lo era el Tahuantinsuyo en 1532. No se cansaba de repetir cómo los incas aprovecharon un saber acumulado por milenios para convertir nuestro territorio, y buena parte de América del Sur, en ese imperio cuyos logros agrícolas, de ingeniería, manejo de recursos ecológicos y bienestar de sus pobladores siguen asombrándonos.
Abogado de profesión y geógrafo, botánico, nutricionista, pedagogo y antropólogo por vocación, fue un viajero incansable. Pocos caminos peruanos no guardan la huella de este maestro que nos dijo adiós tras 99 años de vida ejemplar. Fuese para investigar alguna especie alimenticia (redescubrió las bondades del sacha inchi, por ejemplo) o para comprender mejor ciertas costumbres, llegó hasta los más alejados y altos poblados de nuestra patria en su afán de comprenderlo todo y transmitirlo a las nuevas generaciones. Hace unas décadas viajé a Puno en el mes de agosto -escribió- y me sorprendió ver casas embanderadas y grupos de personas desfilando con su pincullo (flautín) y sus tinyas (tamborcillos), acompañando a gente engalanada con flores. Al indagar me comentaron que en agosto la tierra era sorda, que se la podía cavar sin que se resintiera y que era el mes del matrimonio. El episodio hubiera pasado como una simple anécdota, pero a él lo llevó a reflexionar sobre las razones de tal práctica de tradición precolombina. Casarse en agosto significaba que los futuros padres habían tenido acceso a los alimentos cosechados en febrero y marzo, almacenando desde esos meses en el cuerpo, minerales, vitaminas y proteínas. Casarse en agosto significaba, por lo general, que el parto ocurriría en mayo, un mes de escasa labor agrícola. Así los padres contarían con más tiempo para cuidar al bebe, en sus importantes primeros meses de vida.
El gran reto que se impuso el doctor Antúnez de Mayolo R. fue lograr que el cociente intelectual de los peruanos fuera cada vez más alto: cuando en el 2021 se conmemore el bicentenario de nuestra patria como República, solo podrán tener niveles dignos de vida quienes retomando el aprendizaje inca posean un cociente intelectual superior. Esto debe estar unido a sólidos valores humanos y a una excelente salud para sobreponerse a la creciente contaminación que estamos generando.
Adiós, amigo. Se va usted, pero nos quedan sus enseñanzas. ¡Gracias!
El Comercio, 26 de mayo de 2012
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