Un arbusto de flores amarillas se ha revelado como la salvación. La cura del cáncer -creen los científicos- podría haber sido encontrada en la Thapsia garganica, una especie mediterránea que se da espontáneamente en los terrenos baldíos de gran parte de las islas de ese mar europeo. Su alta toxicidad fue conocida en la Grecia antigua y en tiempo de las caravanas árabes, estos la bautizaron como zanahoria de la muerte pues sus camellos sucumbían al ingerir las semillas. Ese veneno es hoy una esperanza.
El doctor Samuel Denmeade, oncólogo de la Universidad John Hopkins, de Baltimore, Estados Unidos, ha estado estudiando esa planta, que cae en la categoría de eso que equivocadamente los humanos llamamos "mala hierba". El doctor Denmeade, en consorcio con un equipo de investigadores australianos, ha aislado y modificado uno de los componentes del arbusto: la tapsigargina. Esta ataca las células cancerosas sin afectar a las sanas, extermina las células cancerosas que proliferan velozmente e inclusive las que están en estado latente (además de las no cancerosas que favorecen el crecimiento tumoral).
Así, un arbusto olvidado y temido demuestra la importancia de la conservación de la biodiversidad. Edward O. Wilson (1929), biólogo estadounidense vinculado a la Universidad de Harvard, sostiene que "los productos naturales son los gigantes durmientes de la industria farmacéutica. Una de cada diez especies de plantas contienen compuestos con actividad anticancerosa".
Durante milenios la humanidad no tuvo otra farmacia que la naturaleza. La escuela del griego Hipócrates de Cos (460-377 a.C.), considerado padre de la medicina, citaba más de un centenar de plantas valiosas para curar, muchas de las cuales son utilizadas aun hoy. En el siglo primero del siglo XX, Pedanio Dioscórides, botánico y médico griego al servicio de los ejércitos del emperador romano Nerón, colectó y registró más de seiscientas plantas medicinales (es sabido que Nerón conoció la utilidad de la Thapsia).
En pleno siglo XXI pese a los avances científicos y tecnológicos, la medicina depende de millares de compuestos que se encuentran en la naturaleza. Cada vez que compramos alguna medicina -sea tableta, gota, ungüento, jarabe o píldora, entre otras- existe 50% de probabilidades de que sus ingredientes procedan de alguna especie silvestre, particularmente vegetal y su supervivencia depende de la conservación de los espacios naturales, de los ecosistemas del planeta.
Ya en la década de los años noventa el onaya y chamán shipibo-conibo Guillermo Arévalo Valera 'Questembetsa' nos decía: "A lo largo de los siglos la etno-botánica ha ido descubriendo los misterios del universo, las propiedades y los diversos beneficios que ofrece y encierra la naturaleza, pero la política de desarrollo ha convertido al hombre en un ser que desafía y destruye la naturaleza".
El Comercio, 30 de junio de 2012 (Pag. A21)
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