Si tomásemos el número de conflictos ambientales como un indicador del nivel de conciencia de la población por los temas verdes, se diría que en el Perú andamos muy bien. Después de todo, el último informe de la Defensoría del Pueblo reporta la existencia de 243 conflictos, 145 de los cuales se relacionan, supuestamente, con los recursos naturales. Las cosas, sin embargo, no son tan simples y las protestas socioambientales se vinculan, más bien, con agendas politiqueras, ideologizadas y económicas en las que la preocupación ecológica -sea por el agua, los suelos, el aire o la deforestación- es en realidad una coartada. El lamentable caso de Espinar, en Cusco, con su trágico saldo de cuatro muertos así lo demuestra.
Las movilizaciones contra la minera Xstrata Tintaya se originaron por algo que resulta comprensible: el temor de la población por informaciones de que dos ríos de la zona están contaminados como consecuencia de las operaciones de la minera suiza. Pero una vez que los reflectores se prendieron arrancó otra película. El guion de la presunta agua contaminada se transformó en la exigencia del municipio provincial de que el aporte minero se multiplicara por diez: es decir que pasara de 3 a 30 por ciento. Se impuso el caos, el vandalismo, el bloqueo de carreteras, jaqueando la paz interna y el Estado de derecho. La empresa y el Gobierno -como si fueran una unidad- dijeron estar dispuestos a dialogar. Perdón, pero ¿dialogar con quién se podría saber? ¿Con el puñado de los realmente preocupados por la calidad del agua, entre los que sin duda se cuentan también quienes leen estas líneas? ¿Con los lanzapiedras? ¿Con las autoridades locales que solo buscan ocultar su ineficiencia para dotar a la población con las obras que requieren? ¿Con las ONG extranjeras que pagan viajes para adoctrinar a autoridades regionales en el repudio a la inversión privada?
Una cosa es que el presidente Ollanta Humala y el primer ministro Óscar Valdés llamen al orden y anuncien mano dura contra las revueltas, y otra muy distinta que los ministros de Energía y Minas y del Ambiente aparezcan como dos secretarias de la minera suiza hablando por ella y tratando de disculparla. Xstrata -hay que decirlo- tiene un récord internacional de denuncias que debería haber sido tomado en cuenta al tiempo de entregarle concesiones. La conducta ambiental y la transparencia, sin embargo, no son requisito solicitado a los inversionistas.
Es buen momento para empezar a desmitificar el diálogo, principalmente el extemporáneo. El diálogo no es una panacea sino una herramienta más para prevenir los conflictos y los estallidos violentos. Xstrata debió establecerlo previamente al inicio de sus operaciones, pues es un recurso de último momento. Ojalá lo entiendan nuestros ministros, especialmente esos dos con vocación de secretarias siempre diligentes a hablar en nombre de empresas que siguen generando enfrentamiento entre peruanos. ¿Hasta cuándo? Hasta que en el Perú exista una verdadera conciencia ambiental en todos los ámbitos, me supongo.
El Comercio, 02 de junio de 2012 (Pag. A29)
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