LA FRIVOLIDAD DE LAS NUEVAS GENERACIONES
Un delfín varado en la orilla del mar toca la sensibilidad de cualquiera. Sea
que el animal esté muerto o agonizante, a nadie con el espíritu sano se le
ocurriría tomarlo como si fuera un objeto para bromear, manipularlo y
retratarse.
A nadie es mucho decir, porque a una tal Judith Uriol Silva y a su pareja
Jonathan Ramos Torres les pareció jocoso usar como juguete a un pequeño delfín
aparentemente muerto, sentarse encima de él, meterle una botella de cerveza por
el hocico, tomar fotos de esa danza macabra y, sin remordimiento alguno,
compartirlas con sus amigos por Facebook.
El asunto ha indignado a varios. El par muestra la frivolidad que carcome a
buena parte de peruanos, que pasan por la vida bromeando y banalizándolo todo.
De esa especie no esperemos la construcción de una patria mejor, sino todo lo
contrario.
La frivolidad es un peligro real para vivir en libertad y en el respeto, que
son la base de la democracia y el Estado de derecho. Sin propósito en la vida ni
compromiso, con un vacío interior que trata de llenar con hiperactividad, el
frívolo solo quiere pasarla bien aunque eso signifique caer en lo grotesco o lo
inmoral, y ya no distingue el bien del mal. No tiene espacio ni disciplina para
la reflexión ni profundidad para la alegría verdadera.
En el Día Internacional de la Mujer, la señorita Judith Maribel Uriol Silva
grafica la despreciable frivolidad y crueldad de ciertas mujeres y, de paso, es
la demostración de que el género no nos hace mejores ni peores, sino bastante
iguales en lo malo.
En un país de aguerridas que se desloman trabajando para sacar a sus hijos
adelante pese a la pobreza, Judith Maribel Uriol Silva solo quiere pasarla bien
aunque eso signifique convertir la tragedia de un animal silvestre en recreo.
Nunca como en estos tiempos posmodernos, la frivolidad ha estado tan
arraigada y ha contado con tantos defensores, al punto de decir que es un nuevo
valor.
Hoy campean los jóvenes desideologizados, sin vida espiritual, aturdidos por
las drogas, el alcohol y su exagerado ruido (risotadas, gritos, el volumen de
sus aparatos de música).
Son los hijos de la 'tele', de la representación, son inauténticos y
personajes antes que personas. Su actitud arriesga a la sociedad y la
bestializa.
Se burlan de los valores, de la vida democrática, de las instituciones, de
sus propias familias.
La ridícula parejita Uriol Silva y Ramos Torres ha tenido sus quince minutos
de fama y, seguramente, sus espíritus distorsionados los llevan a gozar cuando
oyen mencionar sus nombres o los ven impresos en los diarios, aunque se digan
cosas horribles de ellos.
Un mañana mejor depende en gran medida de extirpar el pus de la frivolidad,
de educar a las nuevas generaciones en los valores, en el compromiso, en la
capacidad de formarse un pensamiento propio, fuerte y contundente. No hacerlo es
una condena en todos los ámbitos, especialmente el político.
El Comercio, 08 de marzo de 2014
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