Hace un siglo, en Canadá, nació Marshall McLuhan, el hombre que dio una mirada revolucionaria a los medios de comunicación y a las nuevas tecnologías. Algo que sus fanáticos seguidores pasan generalmente por alto es su conversión, en 1937, a la fe católica; no comprenden –o no quieren hacerlo– que desde tal perspectiva religiosa este filósofo, educador e investigador construyó el andamiaje de su pensamiento. “Solo la verdad los hará libres”, reza su lápida evocando el evangelio del apóstol San Juan (Juan 8, 32). Su preocupación por el poder de los nuevos medios y su influencia sobre la vida cotidiana nace de esa fe. “Gigante tímido” le decía a la televisión y pedía a sus hijos no dejar que sus nietos la vieran. El gran aporte macluhiano fue, sin duda, vislumbrar la interconexión del planeta y cómo la velocidad de las comunicaciones nos convertiría en una “aldea global”, en un mundo al alcance de todos a través de un click, algo que transformaría a la sociedad y a cada ser humano de modos que recién empezamos a comprender.
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El Dominical, 25 de setiembre de 2011
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