Era joven al morir, tenía apenas 31 años, pero su fama ya trascendía el naciente Virreinato del Perú. Tras los siglos, esta mujer sigue convocando, cada 30 de agosto, a millones de fieles a lo largo y ancho del Perú, y en varias ciudades del mundo donde la consideran también su patrona. Antes de ser canonizada, ya era conocida como Rosa de Santa María; luego, sería nuestra Santa Rosa de Lima, la primera santa nacida en continente americano. Encontró en el dolor físico un camino hacia un estado de mística contemplación, de acercarse a Dios. Bloqueó toda posibilidad de caer en tentaciones y de tentar a otros ocultando su incomparable belleza, su piel suave, su cara perfecta. En tiempos como los que vivimos –materialistas, en búsqueda del placer inmediato, de gustar a todos sin importar cómo–, la conducta de nuestra santa parecerá extraña, pero otro y mejor sería el mundo si siguiéramos su ejemplo de obediencia (algo repudiado en nuestros días), humildad y sencillez.
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El Dominical, 28 de agosto de 2011
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