Cuenta la etnia amazónica Shipibo-Conibo (familia lingüística Pano) sobre un árbol encantado que creció en Cumancaya, en el alto Ucayali, a orillas de una cocha poblada por peces. Nació grande ese árbol y no soplaba el viento, pero sus hojas y frutos se balanceaban. Un día, cuando el sol calentó y brilló más, los frutos estallaron y sus semillas cayeron al agua, donde los peces conocidos como gamitanas se las comieron y empezaron a volar. Los peces voladores maravillaron a todos y los Shipibo decidieron que rociando la savia, el pueblo entero podría elevarse hasta el mundo-cielo para agradecer a dios. Extrajeron el jugo de las hojas y lo esparcieron en los linderos del pueblo. Durmieron y al despertar notaron que, lentamente, el pueblo entero ascendía. No llegaron al mundo-cielo y cayeron en el bajo Ucayali, dándole forma a un cerro que los quechuahablantes llaman Canchahuaya y ellos, los Shipibo, Quenchaya Manan o el cerro de las vasijas de cerámica. Cumancaya, el sitio del árbol encantado, es para ellos el lugar de donde sus antepasados salieron para repoblar el mundo. Los arqueólogos que han investigado Cumancaya encontraron cantidad de trozos de cerámica que datan de alrededor del año 1300 d.C. Canchahuaya, en el bajo Ucayali, donde el pueblo de sus ancestros aterrizó, es lugar sagrado. Las excavaciones han hallado abundante cerámica también en ese sitio. ¿Pero qué sabemos en Lima de estos compatriotas y de su especial cosmovisión? ¿Qué saben de nosotros? ¿Cómo sin maravillarnos con sus tradiciones podremos acercarlos a las nuestras? ¿Cómo pretendemos que aprendan nuestra organización social, política y económica, si no aprendemos también de ellos?
Los Shipibo-Conibo se convirtieron en noticia el 8 de julio del 2005. No fue por sus tradiciones, creencias ni particular cultura sino porque -en las postrimerías del gobierno de Alejandro Toledo- tomaron las instalaciones de la petrolera Maple (base Maquía) y cerraron las válvulas de 9 pozos del lote 31-B, que se encuentran dentro de su territorio. El hecho ocurrió meses después de la inacción estatal para detener la contaminación del río Cachiyacu, denunciada por los líderes de la comunidad de Canaán, así como los problemas de salud de la población: dolores estomacales y de cabeza, diarrea, infecciones a la piel, neumonía, tumores, y aumento inexplicable de muertes. Los líderes habían denunciado también que los trabajadores de la petrolera perpetraron abusos sexuales contra las nativas. El Estado, como siempre, no supo atenderlos, ni acercarlos a las bondades de la modernidad y el sistema de justicia. Es esta postergación y la ausencia de espacios para que la población -y no los falsos líderes senderófilos- se expresen, el terreno fértil para el estallido constante de conflictos socioambientales, como el de Conga.
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