La libertad económica es reconocida como la mejor aliada de la conservación
ambiental. La buena salud de los ecosistemas es mayor en los países donde el
libre mercado y comercio están enraizados, y los derechos de propiedad
garantizados.
En 1993 Terry L. Anderson publicó "Ecología de mercado", un libro que analizó
tales vínculos y, de paso, acuñó el término. Para Anderson, el asunto -conocido
también como ambientalismo de libre mercado- se fundamenta en la teoría
austríaca de economía, la de elección pública y la de los derechos de propiedad.
La real preocupación ambiental pasa por promover el crecimiento económico. Al
mejorar la calidad de vida de las personas, facilitarles el acceso a la
propiedad y al ahorro, se convierten en ciudadanos más responsables y con
capacidad de exigir y ejercer sus derechos, incluido el de consumidores.
En una sociedad próspera los consumidores crean la demanda y los productores
responden. Así vemos el auge de lo orgánico, lo saludable, del comercio justo.
Buscan vivir en un ambiente sano y exigen leyes: reducción de la contaminación,
creación de espacios para el disfrute del aire libre, protección de la
biodiversidad, entre otros. Esto no ocurre donde impera la pobreza.
En los países pobres la población lucha para sobrevivir. En 1999 el
presidente del Instituto para Ciencias Regulatorias, Alan Moghissi, lo explicaba
así: "¿Cómo puedo explicar a un padre de escasos recursos, que vive en el bosque
tropical brasileño y que tiene hijos hambrientos y enfermos, que no puede cortar
árboles porque ello afecta la biodiversidad?".
Es un hecho que a más pobreza, menores serán las posibilidades de proteger la
naturaleza y dictar políticas de desarrollo sostenible, creándose un círculo
vicioso de destrucción y profundización de la miseria.
La naturaleza es libertad, y esa misma libertad en el terreno económico
permite su conservación. Una mirada a los países de economías socialistas o
cerradas da una idea del impacto negativo de ese sistema. Donde los recursos
naturales son propiedad del Estado y explotados por este, donde las tierras son
de todos -es decir de nadie-, poco importa su agotamiento. Si Finlandia sigue
generando fuertes ingresos por la trasformación de la madera de sus bosques (sin
conocer el problema de la deforestación y menos de la tala ilegal) es porque
esos bosques tienen dueños, y ellos son los primeros en velar por el uso
adecuado y el valor de lo que hay en su propiedad.
En noviembre de 1989 la gente tiró abajo -con pico, palo y martillo- el muro
de la República "Democrática" (bien elástico el término) Alemana. Poco a poco
cayeron los países de la órbita soviética y, amén de la sistemática violación de
derechos humanos, se reveló la gran debacle ecológica que se vivía en esos
países sin libertades, colectivistas y sin propietarios. Contaminación,
naturaleza arrasada, tecnología obsoleta que envenenó el ambiente, fue el regalo
del socialismo, mientras que en los países donde se abrían paso la libertad y el
libre comercio, el "verdor" está ganando la batalla. Digan lo que digan.
El Comercio, 08 de febrero de 2014 (Opinión)
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