La interconexión es el sello de estos tiempos. Basta presionar una tecla de
la computadora para que nuestro mensaje llegue, en un instante, prácticamente a
cualquier rincón de este planeta globalizado o al menos que cree serlo.
Somos hijos e hijas de una pequeña aldea global, dicen. Estamos
acostumbrados, por ejemplo, a enterarnos de cómo fue la jornada de la Bolsa de
Valores de Tokio al momento mismo de su cierre y ver "en vivo" asuntos que
ocurren a decenas de miles de kilómetros, como la algarabía de la delegación
peruana ayer, en Toronto, Canadá, al ser elegido el Perú sede de los Juegos
Panamericanos en el 2019. Tanta conectividad e inmediatez crean falsas
ilusiones, como que comunicarse es entenderse o enterarse es ser parte y motor
de lo que ocurre.
Atrás quedaron aquellos aventureros que navegaron los mares y remontaron las
cordilleras para terminar de redondear los mapas y buscar un mejor futuro. Hoy
abundan los navegantes de la web, solitarios que creen tener un millón de amigos
y para quienes solo ocurre lo que ven en las pantallas de computadoras,
televisores, smartphones y demás artilugios de la posmodernidad. Así las cosas,
ingenuamente creemos estar "integrados" y que el conocimiento real y profundo
está tan solo a un clic de distancia.
Olvidamos libros, abrazos, relaciones reales y fechas. Un 12 de octubre como
hoy, por ejemplo, en el año de 1492, brotó el grito de "¡Tierra!" de la garganta
de aquel que conocemos como Rodrigo de Triana. El Nuevo Mundo, lo que luego
conoceríamos como América, se había encontrado; uno más fuerte le enseñaría otra
lengua, otras creencias y costumbres y muchas de ellas se complementarían.
Aquella histórica noche, la luna menguante iluminaba el firmamento y tres
naves cargadas de soñadores surcaban aguas inciertas. Las sombras de un sueño
disparatado estaban por convertirse en realidad; la aventura y la audacia
permitirían completar los mapas entonces inconclusos. A las dos de la madrugada
de ese viernes la palabra "¡Tierra!", rompió el silencio de la noche. Un viaje
infernal concluía y atrás quedaba la incertidumbre. Ante sus ojos todo estaba
por nombrarse. Apenas los europeos pisaron las arenas nuevas, dos mundos se
miraron maravillados y una nueva historia empezó a escribirse, en un paisaje de
insuperable belleza.
América, el gran continente que corre desde Alaska hasta la Patagonia,
necesita redescubrirse y reencontrarse. No hay país en este lado del globo en
que la gente esté tan dividida por cuestiones ideológicas o interpretaciones
económicas.
Si algo le falta a este continente nuestro, en su día, es redescubrirse,
reconquistarse a sí mismo, y maravillarse con su diversidad de gentes, lenguas,
culturas, ideas y paisajes.
El Comercio, 12 de octubre de 2013
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