“El mayor recurso de un país es el cerebro de sus habitantes, capaz de transformar en riqueza aquello que la naturaleza nos brinda y dar los saltos científicos y tecnológicos que llevan al progreso de la humanidad”. La frase es del amauta Javier Pulgar Vidal (1911-2003) y el lúcido pensador, abogado y geógrafo la repetía incansablemente tratando de llamar la atención sobre la necesidad de cuidar tan valioso e importante recurso natural. Un tesoro de 100 mil millones de neuronas. Su conservación y salud, la nutrición adecuada para su óptima formación durante los fundamentales primeros años –incluso mientras se gesta en el vientre materno– y la estimulación temprana para desarrollar al máximo su potencial, debiera ser el eje del discurso de los y las candidatas presidenciales.
Un país sano, optimista, creativo, emprendedor y capaz de convertirse en parte del Primer Mundo depende de brazos trabajadores y de mentes creadoras y lúcidas de la gente de a pie y de sus autoridades. Si nos preocupa la contaminación de un río, más debieran angustiarnos los estragos causados por las sustancias tóxicas en el cerebro de un niño, una niña o un adolescente (ya sean procedentes de la contaminación ambiental y más de las drogas). Con una generación disminuida por el vicio, debilitada por la dependencia, sin más preocupación que conseguir la próxima dosis, cualquier nación va directo al fracaso.
Cuando el bosque desaparezca y el agua escasee aun más, cuando la economía colapse (una y otra vez por los ciclos del mercado) y las fuentes de energía se agoten, será el cerebro humano el que encontrará las soluciones; así como nos llevó a conquistar el espacio, a transformar el hidrógeno en combustible, a encontrar la cura y las vacunas para erradicar enfermedades que antaño diezmaban poblaciones enteras, y así como conectó el planeta a través de Internet.
Diversas encuestas nacionales muestran que alrededor del 90% de la población rechaza la legalización de las drogas. Seamos sinceros, ¿quién no ha vivido de cerca el drama de un hijo, primo, sobrino o amigo, enfermo de adicción? ¿Quién no ha sufrido por la degradación moral, física e intelectual de un ser querido a consecuencia del vicio? Madres que descuidan y maltratan a sus hijos; empresarios que quiebran por tomar decisiones fuera de sus cabales; adolescentes –hombres y mujeres– capaces de prostituirse por una línea de cocaína; enfermedades mentales latentes gatilladas; talentosos artistas cuya producción decae por la falta de disciplina, de horarios, de orden.
Las drogas ‘recreacionales’, en todas sus variantes (suaves y duras): marihuana, cocaína, pasta, éxtasis, opio, entre otras, son una amenaza para la salud cerebral. Frente a esto surge la pregunta: ¿Cómo asegurar un futuro mejor para el Perú, si las autoridades responsables de tomar las decisiones pueden estar bajo el influjo de sustancias que embotan la razón y distorsionan la percepción?
El ser humano dejó la húmeda oscuridad de la caverna y construyó ciudades. Desarrolló el lenguaje para entenderse con sus semejantes, arte para volcar su mundo interior y observó el entorno hasta comprender que no tenía que pasar la vida errando tras las huellas de los animales salvajes ni recolectando frutos para su subsistencia. Aprendió a cultivar la tierra, domesticó animales, se asentó en un lugar y empezó a construir la civilización. Mientras los monos siguieron en su hábitat, nuestra especie construyó hogares, familias y normas para mejorar la convivencia o al menos tratar de hacerlo. Dejó de lado la superstición y empezó a descifrar el mundo con los ojos de la ciencia. Y todo esto gracias a un cerebro que es único y nos permite reflexionar, hablar y soñar. ¿Qué sería del Perú sin una juventud capaz de soñar con un mañana mejor y tener el vigor y las ganas para conquistar ese sueño? Soñar y no alucinar bajo el influjo de algún estupefaciente, se entiende.
Un país sano, optimista, creativo, emprendedor y capaz de convertirse en parte del Primer Mundo depende de brazos trabajadores y de mentes creadoras y lúcidas de la gente de a pie y de sus autoridades. Si nos preocupa la contaminación de un río, más debieran angustiarnos los estragos causados por las sustancias tóxicas en el cerebro de un niño, una niña o un adolescente (ya sean procedentes de la contaminación ambiental y más de las drogas). Con una generación disminuida por el vicio, debilitada por la dependencia, sin más preocupación que conseguir la próxima dosis, cualquier nación va directo al fracaso.
Cuando el bosque desaparezca y el agua escasee aun más, cuando la economía colapse (una y otra vez por los ciclos del mercado) y las fuentes de energía se agoten, será el cerebro humano el que encontrará las soluciones; así como nos llevó a conquistar el espacio, a transformar el hidrógeno en combustible, a encontrar la cura y las vacunas para erradicar enfermedades que antaño diezmaban poblaciones enteras, y así como conectó el planeta a través de Internet.
Diversas encuestas nacionales muestran que alrededor del 90% de la población rechaza la legalización de las drogas. Seamos sinceros, ¿quién no ha vivido de cerca el drama de un hijo, primo, sobrino o amigo, enfermo de adicción? ¿Quién no ha sufrido por la degradación moral, física e intelectual de un ser querido a consecuencia del vicio? Madres que descuidan y maltratan a sus hijos; empresarios que quiebran por tomar decisiones fuera de sus cabales; adolescentes –hombres y mujeres– capaces de prostituirse por una línea de cocaína; enfermedades mentales latentes gatilladas; talentosos artistas cuya producción decae por la falta de disciplina, de horarios, de orden.
Las drogas ‘recreacionales’, en todas sus variantes (suaves y duras): marihuana, cocaína, pasta, éxtasis, opio, entre otras, son una amenaza para la salud cerebral. Frente a esto surge la pregunta: ¿Cómo asegurar un futuro mejor para el Perú, si las autoridades responsables de tomar las decisiones pueden estar bajo el influjo de sustancias que embotan la razón y distorsionan la percepción?
El ser humano dejó la húmeda oscuridad de la caverna y construyó ciudades. Desarrolló el lenguaje para entenderse con sus semejantes, arte para volcar su mundo interior y observó el entorno hasta comprender que no tenía que pasar la vida errando tras las huellas de los animales salvajes ni recolectando frutos para su subsistencia. Aprendió a cultivar la tierra, domesticó animales, se asentó en un lugar y empezó a construir la civilización. Mientras los monos siguieron en su hábitat, nuestra especie construyó hogares, familias y normas para mejorar la convivencia o al menos tratar de hacerlo. Dejó de lado la superstición y empezó a descifrar el mundo con los ojos de la ciencia. Y todo esto gracias a un cerebro que es único y nos permite reflexionar, hablar y soñar. ¿Qué sería del Perú sin una juventud capaz de soñar con un mañana mejor y tener el vigor y las ganas para conquistar ese sueño? Soñar y no alucinar bajo el influjo de algún estupefaciente, se entiende.
El Comercio, 05 de febrero de 2011
1 comentario:
Buen día. Aunque no lo crea, tengo el recorte de El Comercio el 05/02/11.
Nos quedamos cortos pidiendo que el Río Rimac vuelva a tener agua limpia, no pudiendo muchas veces hacer nada por evitar la degradación dentro de la casa.
Parece que no hubiera pasado el tiempo.
Esto se mantiene vigente. :/
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