Pensándolo bien, Lima nunca se fue. Aquí la tenemos y es recién a estas alturas del siglo XXI que se empieza a comprender que simplemente es otra, más diversa, mestiza, emprendedora, cosmopolita, caótica, virreinal, complicada, andina, amazónica. La Lima mazamorrera está aquí, y también la del cuy chactado, la de la cecina con tacacho, la de los pagos a la Pachamama y la danza de tijeras en el Apu San Cristóbal, la de los artesanos selváticos que elaboran collares con escamas de paiche y huayruros, no cerca del río ni embelesados con el exuberante verdor, sino en medio del arenal de la periferia más pobre. Y cómo no la Lima precolombina, la de las huacas y oráculos, la española, virreinal y europea con sus familias italianas, alemanas, suizas, francesas que –pese al paso de las décadas y hasta siglos– mantienen una que otra costumbre de sus ancestros. La Lima de los japoneses, convertidos en destacados empresarios y extraordinarios representantes de la poesía, la intelectualidad y las artes contemporáneas nacionales, basta recordar dos nombres: Watanabe y Tilsa. La urbe china, cuyo linaje ha creado emporios comerciales y abarca distintas áreas del conocimiento y la creación. Unos de aquí otros de allá, todos en un mismo espacio geográfico aportando a la vida nacional. Ciudad de todas las sangres y de todas las lenguas. Nuestra capital es un Perú en chiquito, un pequeño planeta que ha crecido desordenada y caóticamente, en gran parte por la falta de diálogo entre las diferentes cosmovisiones, tradiciones y costumbres que la pueblan pared o estera de por medio. Una urbe que ha empezado a integrarse y a seguir el natural proceso de mestizaje de sus vecinos y vecinas. Lima está aquí y en este 476 aniversario de fundación hispana, una mujer por primera vez en la historia fue elegida para guiarla por los próximos tres años. MMMQ
El Dominical, 16 de enero de 2011
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