La obra de J.R.R. Tolkien despierta pasiones profundas –como la de pocos autores–, entre sus detractores y sus millones de seguidores. Alrededor del planeta existen cientos de instituciones dedicadas a investigar y difundir los escritos de este inglés, de origen sudafricano. La fascinación por el creador de mundos fantásticos, de idiomas de duendes y personajes heroicos que combaten el mal, creció tras el estreno de la trilogía fílmica “El señor de los anillos”, hasta convertirlo en un fenómeno de masas. Justamente una de esas películas ostenta el récord de premios de la Academia de Hollywood, de la última década. La cosmovisión tolkieniana es universal y humanizadora, está impregnada de los valores del catolicismo, religión que profesó con devoción y convicción. Su mensaje es atemporal, pues responde a lo que toda persona sueña con ser y alcanzar: la amistad, la templanza del carácter, la valentía, la búsqueda de la aventura, el atreverse a luchar por sus ideales y encontrar su propósito en la vida. Tolkien fue, definitivamente, un crítico del aburguesamiento que corroe el alma, que lleva a la ambición material y convierte al ser humano en una sombra que pasa por la vida tratando de no incomodar y menos incomodarse, en un incapaz moral para revertir el estado errado de las cosas y trabajar por el bien común. MMMQ
EL Dominical, 02 de enero de 2011
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