Las relaciones entre los peruanos no pueden seguir siendo alteradas ni modificadas por tratados comerciales que, a su vez, requieren de leyes que atentan contra los intereses de la población y otorgan una serie de derechos a los inversionistas que el común de peruanos no poseemos. Las inversiones y planes de desarrollo deben enfocarse también en el beneficio de quienes habitan en las zonas donde se aprovecharán las riquezas naturales o se construirán grandes obras de infraestructura.
El camino hacia el verdadero desarrollo —viable ambiental y socialmente— pasa por la sensibilidad política, la inclusión y el respeto a la diversidad étnica y cultural que no son sino expresión del amor en el que deben sostenerse las relaciones humanas. El recordado papa Juan Pablo II dijo alguna vez a los indígenas: “A ustedes, cuyos antepasados fueron los primeros habitantes de esta tierra, al tener sobre ella un derecho adquirido a lo largo de generaciones, les sea reconocido ese derecho de habitar en ella en paz y serenidad, sin el temor —verdadera pesadilla— de ser desalojados en beneficio de otros, antes bien estén seguros de un espacio vital, que será base no solamente para su supervivencia, sino para la preservación de su identidad como grupo humano, como verdadero pueblo y nación”.
Supo el Santo Padre comprender el temor de las poblaciones nativas de perder sus tierras. Este miedo es en el fondo la raíz que desencadenó la tragedia en la Curva del Diablo. Lo que empezó hace dos meses como una protesta de nativos contra dos normas que creaban inseguridad sobre el destino de sus territorios, terminó con el doloroso saldo de policías y amazónicos muertos. Un enfrentamiento entre peruanos que pudo y debió evitarse.
El Estado —el gran ausente en la salud, educación, nutrición y en promover el acceso de estos compatriotas al ejercicio pleno de sus derechos— llegó con sus fusiles y helicópteros. Los nativos alzaron las lanzas y no les tembló la mano para asesinar a machetazos a policías. Los amazónicos sufrieron también la descarga de balas sobre sus cuerpos. Se apresó a muchos y se dictó orden de captura contra el señor Pizango (acusado de azuzar la violencia). El líder aguaruna y principal cabeza de Aidesep —organización que agrupa a las distintas comunidades nativas de nuestra Amazonía— ha pedido asilo a Nicaragua. El Congreso dejó las normas cuestionadas en suspenso, pero las cosas van de mal en peor para el Gobierno. A lo largo y ancho del país diversos grupos de la sociedad realizan marchas y paros en solidaridad con los nativos amazónicos y sus demandas. De paso algunos políticos echan más leña al fuego con una irresponsabilidad escalofriante y, sin duda, con miras a las elecciones del 2011. Una crítica situación de la que empezarán a sacar provecho quienes quieren traerse abajo eso que llamamos “sistema” y que se encarna en la figura del presidente García y en las instituciones democráticas.
La Defensoría del Pueblo (cuya actuación ante los lamentables sucesos de Bagua ha sido rápida, efectiva e impecable) y la doctora Beatriz Merino son piezas claves si se intenta retomar el diálogo en la actual coyuntura de temor, desconfianza y ánimos exaltados. La tarea de quienes están en el poder es justamente saber enfrentar esos temores, interpretar los mensajes de las poblaciones excluidas, procurarles calma y optimismo, y trabajar por su participación activa en la vida nacional. Y eso, señor presidente, solo se logra a través del diálogo.
El camino hacia el verdadero desarrollo —viable ambiental y socialmente— pasa por la sensibilidad política, la inclusión y el respeto a la diversidad étnica y cultural que no son sino expresión del amor en el que deben sostenerse las relaciones humanas. El recordado papa Juan Pablo II dijo alguna vez a los indígenas: “A ustedes, cuyos antepasados fueron los primeros habitantes de esta tierra, al tener sobre ella un derecho adquirido a lo largo de generaciones, les sea reconocido ese derecho de habitar en ella en paz y serenidad, sin el temor —verdadera pesadilla— de ser desalojados en beneficio de otros, antes bien estén seguros de un espacio vital, que será base no solamente para su supervivencia, sino para la preservación de su identidad como grupo humano, como verdadero pueblo y nación”.
Supo el Santo Padre comprender el temor de las poblaciones nativas de perder sus tierras. Este miedo es en el fondo la raíz que desencadenó la tragedia en la Curva del Diablo. Lo que empezó hace dos meses como una protesta de nativos contra dos normas que creaban inseguridad sobre el destino de sus territorios, terminó con el doloroso saldo de policías y amazónicos muertos. Un enfrentamiento entre peruanos que pudo y debió evitarse.
El Estado —el gran ausente en la salud, educación, nutrición y en promover el acceso de estos compatriotas al ejercicio pleno de sus derechos— llegó con sus fusiles y helicópteros. Los nativos alzaron las lanzas y no les tembló la mano para asesinar a machetazos a policías. Los amazónicos sufrieron también la descarga de balas sobre sus cuerpos. Se apresó a muchos y se dictó orden de captura contra el señor Pizango (acusado de azuzar la violencia). El líder aguaruna y principal cabeza de Aidesep —organización que agrupa a las distintas comunidades nativas de nuestra Amazonía— ha pedido asilo a Nicaragua. El Congreso dejó las normas cuestionadas en suspenso, pero las cosas van de mal en peor para el Gobierno. A lo largo y ancho del país diversos grupos de la sociedad realizan marchas y paros en solidaridad con los nativos amazónicos y sus demandas. De paso algunos políticos echan más leña al fuego con una irresponsabilidad escalofriante y, sin duda, con miras a las elecciones del 2011. Una crítica situación de la que empezarán a sacar provecho quienes quieren traerse abajo eso que llamamos “sistema” y que se encarna en la figura del presidente García y en las instituciones democráticas.
La Defensoría del Pueblo (cuya actuación ante los lamentables sucesos de Bagua ha sido rápida, efectiva e impecable) y la doctora Beatriz Merino son piezas claves si se intenta retomar el diálogo en la actual coyuntura de temor, desconfianza y ánimos exaltados. La tarea de quienes están en el poder es justamente saber enfrentar esos temores, interpretar los mensajes de las poblaciones excluidas, procurarles calma y optimismo, y trabajar por su participación activa en la vida nacional. Y eso, señor presidente, solo se logra a través del diálogo.
El Comercio, 13/06/2009
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