Desde el sabor de las manzanas al aroma de las flores, pasando por el
desplazamiento hacia el norte de Europa de las zonas vitivinícolas, hasta llegar
a ciudades horroríficas y violencia.
Todo esto, y más, deriva de la inestabilidad climática.
Las actividades humanas están alterando los procesos naturales de regulación
climática por dos causas: aumentando las emisiones de gases de efecto
invernadero (GEI), procedentes de la quema de combustibles fósiles, por ejemplo,
y disminuyendo la captación natural (deforestación y cambio de uso de suelos,
entre otras).
Ambas están relacionadas con la veloz urbanización (entre 1950 y el 2011 la
población urbana aumentó casi cinco veces, y en los países menos desarrollados
se concentran tres cuartas partes de esa población).
Las ciudades son enormes, con sus empresas, transporte, infraestructura y los
patrones de consumo de sus habitantes -es decir, de cada uno de nosotros- son
grandes fuentes de emisiones de GEI, lo que las convertiría en trampas
invivibles, insalubres y quebradas sociocultural y económicamente.
La iniciativa Ciudades y Cambio Climático (ONU-Hábitat) intenta fortalecer
las capacidades locales para una gestión urbano-ambiental que lleve al
desarrollo urbano sostenible y contrarreste los efectos climáticos.
Lo que no hay cómo contrarrestar es el cambio del sabor de las manzanas. La
Organización Nacional de Agricultura e Investigación Alimentaria (NARO, por sus
siglas en japonés) concluyó que el sabor y la textura de las manzanas han sido
ya afectados por el cambio climático.
La manzana de hoy no sabe como hace 40 años y expertos afirman que lo mismo
ocurre con otras frutas. ¿Conclusión? Menos acidez y firmeza, y corazón
aguachento.
Mientras tanto, las rosas y los lirios despiden aromas más intensos, según un
estudio difundido por "Trends in Plant Sciences".
El perfume es hoy 10% más potente que hace tres décadas y se espera que
aumente hasta 40% en las próximas. El futuro promete ser más aromado aunque más
violento. Esto según las universidades norteamericanas de Princeton, Cambridge y
California.
A más temperatura -dicen- más violencia personal (crímenes) e intergrupal
(guerras). Las olas de calor pueden incluso provocar cambios de gobierno.
El aumento de 2 ºC previsto para las próximas décadas elevaría hasta en 50%
las guerras civiles, según esas investigaciones que demostraron cómo en las
últimas sequías de la India creció la violencia doméstica. En Estados Unidos las
olas de calor son sinónimo de más crímenes y violaciones; en toda Europa de
choques étnicos; en Holanda de mayor violencia policial y en África de
proliferación de guerras civiles.
Malas noticias hasta para los bebedores de vino. Se espera que para el 2050
las zonas tradicionalmente vitivinícolas del Mediterráneo (España, Francia,
Italia) se reduzcan hasta en 73%, y en Chile y Argentina escasee el agua.
El vino, dicen, será mejor en Alemania, Gran Bretaña y Rumania. ¿Pero, a qué
sabrán las uvas para entonces?
Definiendo el problema
La cambiante e inestable temperatura
- El llamado cambio climático es un aumento paulatino de la temperatura
global. Además hay una mayor frecuencia de lluvias y tormentas, así como de
sequías e inundaciones. Todo, con consecuencias extremas.
Drásticas consecuencias
Huyendo de las catástrofes climáticas
- Se calcula que en el 2008, unos 20 millones de pobladores tuvieron que
desplazarse del lugar donde vivían por catástrofes climáticas repentinas. La
Organización Internacional para las Migraciones los llama refugiados
medioambientales.
El Comercio, 08 de enero de 2013
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