"Llegamos a ver el bosque, grave, severo, exuberante. Empiezo a penetrar una mañana por esa floresta que de lejos me parecía impenetrable. Todavía es el bosque claro, la vegetación que abre caminos y deja filtrar el sol para que nos oriente en nuestro paso", escribió el recordado Aurelio Miró Quesada Sosa en su monumental "Costa, sierra y montaña", sobre la Amazonía. El último 11 de noviembre, la selva amazónica y su gran río fueron elegidos oficialmente como una de las siete maravillas del mundo por la fundación New7Wonders. Iquitos celebró con un masivo chapuzón mientras los arequipeños parecían olvidar que, en uno de sus nevados, nace el pequeño riachuelo considerado origen del río-mar. "Amazonas,/capital de las sílabas del agua,/padre patriarca, eres/la eternidad secreta/de las fecundaciones [...]", poetizó Neruda. El sabio italiano Antonio Raimondi decía que allí -en el oriente peruano- se encontraba el destino de nuestro país. El amauta Javier Pulgar Vidal enfatizaba que ese imperio de hojas y agua, de guacamayos y jaguares, era el gran espacio verde que garantizaba la seguridad alimentaria de las presentes y futuras generaciones. Después de todo, el 68% de nuestro territorio es selva amazónica, una de las más megadiversas del planeta entre cuya flora abundan especies altamente nutritivas y sanadoras, y en cuyos ríos se albergan más peces que en todo el Océano Atlántico. A ese lugar privilegiado, a sus gentes, su historia y su cotidianidad está dedicado este número de El Dominical.
El Comercio, 20 de noviembre de 2011
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