Tiene apenas nueve meses y como millones de seres humanos en el mundo nació con síndrome de Down (SD), un trastorno genético que se da hasta en 31 de cada diez mil nacimientos. Se equivoca quien crea que esa es la tragedia de María de los Ángeles, así se llama la pequeña. Su desgracia, su inmensa mala suerte, es haber nacido de quienes son incapaces de amarla sanamente, de quienes con aterradora frialdad la exhiben como si de un boleto a la prosperidad se tratara solicitando ayuda (económica, por supuesto).
Walter González (40) y Ana María Rodríguez (26), pareja afincada en Chiclayo, recurrieron a la fertilización in vitro ante la imposibilidad de concebir de modo natural. Así, el 24 de enero la joven mujer dio a luz a las gemelas Silvana y Mariana de los Ángeles. Hasta allí todo bien, pero resultó que una de las gemelas presentaba el trastorno genético.
No está escrito que sea tarea fácil eso de traer nuevos seres humanos al mundo y menos aún criarlos para que se conviertan en gente de bien. Todo lo contrario. Tamaña responsabilidad demanda estar preparado para asumirla con todos sus dolores, contradicciones y problemas. Quien no lo esté, mejor adopte un gato callejero que solitario por los techos buscará sus ratones.
La maternidad y la paternidad resultan, sin duda, más ardua cuando el hijo o la hija presentan algún trastorno que –como en el caso del síndrome de Down– lleva a un grado variable de atraso mental.
¿Qué hace una madre y un padre –normales se entiende– ante una situación tan dura? Pues dar amor, atención y energía para que el niño o la niña desarrolle su potencial al máximo. En más de un caso, madres de personitas con algún tipo de discapacidad o síndrome son motores de sus comunidades, logran cambios significativos en las escuelas, crean institutos especializados para enfrentar estas problemáticas, abogan por los derechos de un importante sector de la población, es decir se convierten en ejemplo y en medio de la adversidad sacan fuerzas para ayudar a sus hijos e hijas y a los de otros. Las propias empresas han dado pasos notables para la inclusión en el mercado laboral de estos muchachos y muchachas con habilidades especiales. Caso emblemático es el implementado por la familia Wong en su cadena de supermercados, un proyecto laboral e integrador de jóvenes especiales que sigue vigente pese al cambio en la administración.
Pues bien, ¿qué han hecho el ‘padre’ y la ‘madre’ de la gemela Mariana de los Ángeles? Han dicho, por ejemplo, refiriéndose a su propia hija: “Es como si nos hubieran dado un producto fallado”. ¿Qué antivalores les enseñaron en su hogar, para que puedan percibir a su hija como si fuera algo así como una licuadora defectuosa por la que deben reembolsarles su dinero?
Según estos tortolitos, los médicos debieron detectar las anomalías genéticas de Mariana de los Ángeles –en estado embrionario– antes de su implantación. ¿Pretendían acaso tirar a la basura a su hija ya concebida? Bajo la monstruosa lógica del “producto fallado”, piden ahora una millonaria indemnización. Dicen amar a su hija y quieren el dinero para “darle una mejor vida”. Ajá, ¿“mejor vida” para el “producto fallado” al que estaban dispuestos a descartar? Esa niña es su estirpe, su linaje, heredera de los genes de ambos y de sus ancestros. Aquí no hay culpables y sí una indefensa y pequeña víctima con la que pretenden lucrar.
En la Alemania nazi, Ernst Rüdin incorporó el discurso eugenésico a las políticas sanitarias de entonces. La idea de la eugenesia viene de muy antiguo y defiende la “mejora” de los rasgos hereditarios mediante intervenciones, manipulaciones y selección. Esa corriente racista, discriminadora y genocida está encarnada en este par de compatriotas. A lo largo de la historia la eugenesia justificó la segregación, la marginación, las violaciones de los derechos humanos y el genocidio de razas consideradas inferiores, para el caso también el descarte de un embrión –un ser humano concebido– que presentara un síndrome genético, como Mariana de los Ángeles. Vergüenza de peruanos ese parcito.
Walter González (40) y Ana María Rodríguez (26), pareja afincada en Chiclayo, recurrieron a la fertilización in vitro ante la imposibilidad de concebir de modo natural. Así, el 24 de enero la joven mujer dio a luz a las gemelas Silvana y Mariana de los Ángeles. Hasta allí todo bien, pero resultó que una de las gemelas presentaba el trastorno genético.
No está escrito que sea tarea fácil eso de traer nuevos seres humanos al mundo y menos aún criarlos para que se conviertan en gente de bien. Todo lo contrario. Tamaña responsabilidad demanda estar preparado para asumirla con todos sus dolores, contradicciones y problemas. Quien no lo esté, mejor adopte un gato callejero que solitario por los techos buscará sus ratones.
La maternidad y la paternidad resultan, sin duda, más ardua cuando el hijo o la hija presentan algún trastorno que –como en el caso del síndrome de Down– lleva a un grado variable de atraso mental.
¿Qué hace una madre y un padre –normales se entiende– ante una situación tan dura? Pues dar amor, atención y energía para que el niño o la niña desarrolle su potencial al máximo. En más de un caso, madres de personitas con algún tipo de discapacidad o síndrome son motores de sus comunidades, logran cambios significativos en las escuelas, crean institutos especializados para enfrentar estas problemáticas, abogan por los derechos de un importante sector de la población, es decir se convierten en ejemplo y en medio de la adversidad sacan fuerzas para ayudar a sus hijos e hijas y a los de otros. Las propias empresas han dado pasos notables para la inclusión en el mercado laboral de estos muchachos y muchachas con habilidades especiales. Caso emblemático es el implementado por la familia Wong en su cadena de supermercados, un proyecto laboral e integrador de jóvenes especiales que sigue vigente pese al cambio en la administración.
Pues bien, ¿qué han hecho el ‘padre’ y la ‘madre’ de la gemela Mariana de los Ángeles? Han dicho, por ejemplo, refiriéndose a su propia hija: “Es como si nos hubieran dado un producto fallado”. ¿Qué antivalores les enseñaron en su hogar, para que puedan percibir a su hija como si fuera algo así como una licuadora defectuosa por la que deben reembolsarles su dinero?
Según estos tortolitos, los médicos debieron detectar las anomalías genéticas de Mariana de los Ángeles –en estado embrionario– antes de su implantación. ¿Pretendían acaso tirar a la basura a su hija ya concebida? Bajo la monstruosa lógica del “producto fallado”, piden ahora una millonaria indemnización. Dicen amar a su hija y quieren el dinero para “darle una mejor vida”. Ajá, ¿“mejor vida” para el “producto fallado” al que estaban dispuestos a descartar? Esa niña es su estirpe, su linaje, heredera de los genes de ambos y de sus ancestros. Aquí no hay culpables y sí una indefensa y pequeña víctima con la que pretenden lucrar.
En la Alemania nazi, Ernst Rüdin incorporó el discurso eugenésico a las políticas sanitarias de entonces. La idea de la eugenesia viene de muy antiguo y defiende la “mejora” de los rasgos hereditarios mediante intervenciones, manipulaciones y selección. Esa corriente racista, discriminadora y genocida está encarnada en este par de compatriotas. A lo largo de la historia la eugenesia justificó la segregación, la marginación, las violaciones de los derechos humanos y el genocidio de razas consideradas inferiores, para el caso también el descarte de un embrión –un ser humano concebido– que presentara un síndrome genético, como Mariana de los Ángeles. Vergüenza de peruanos ese parcito.
El Comercio, 13 de noviembre de 2010
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