“El cambio climático es una herida autoinflingida”, ha dicho el príncipe Carlos de Inglaterra. Y en un reciente encuentro en Praga, la oficial de políticas de Cambio Climático de la Unión Europea, Vicky Pollard, enfatizó: “La frase “cambio climático” puede no dar una idea cabal de los tremendos peligros que el mundo enfrenta. Si no actuamos ya, mejor sería empezar a usar el término ecosuicidio”. ¿Cuáles son algunos de los peligros del alza de la temperatura global en las próximas décadas? Reducción de hasta 10% de los cultivos de maíz, profundizando la hambruna de 140 millones de personas en los países más pobres; pérdida del hielo del Polo Norte, “aire acondicionado natural” que contribuye a regular la temperatura planetaria (los expertos estiman que el Ártico podría derretirse entre los próximos 7 a 30 años); creciente escasez de agua dulce; incremento del nivel del mar e inundaciones de extensas zonas, entre otras.
“Vivimos en un mundo donde el costo de la contaminación no es aún parte del precio, donde una fábrica emite gases invernadero ilimitadamente sin tener que pagar por las consecuencias ambientales”, sostiene Yvo de Boer, secretario ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), en la revista “Time”. Los investigadores ya notan signos preocupantes por tal irresponsabilidad: alteración de los patrones de las estaciones, del desarrollo de las plantas y de la polinización. Sensores como el Modis —en los satélites Aqua y Terra de la NASA— registran desde el espacio que la primavera, en el norte de Estados Unidos, se anticipa medio día cada año. Desde hace 20 años Wayne Esaisas, científico de la NASA, usa abejas para recolectar información y anota que la polinización se ha adelantado 10 días. El temor es que la sincronía entre polinizadores y plantas llegue a desfasarse al punto de colapsar la agricultura y los ecosistemas.
La reunión que marcará la pauta del desarrollo del siglo XXI, que perfilará los necesarios cambios culturales, tecnológicos y de diversificación de la matriz energética —y con ello de la economía tal y como la conocemos— está a la vuelta de la esquina. En apenas 64 días los líderes del planeta se reunirán en Copenhague, en la Cumbre del Clima de las Naciones Unidas. Se espera lograr —y ha de conseguirse— un consenso global contra el cambio climático que reemplace al Protocolo de Kioto, que expira en el 2012. Las emisiones de dióxido de carbono, procedente de la quema de combustible fósil y principal responsable del incremento de la temperatura, deberán reducirse en 50% para el 2050 (comparado a 1990). Solo así logrará estabilizarse la temperatura en 2 grados menos, la cifra clave para evitar el desastre. El momento para la reunión de las Naciones Unidas en Copenhague no puede ser más oportuno. La data científica es ya irrefutable, existe gran preocupación en los gobiernos, hay entusiasmo por lo que puede lograrse y los más diversos sectores de la población están involucrados y concernidos. Y es que el futuro de la humanidad está en juego.
“Vivimos en un mundo donde el costo de la contaminación no es aún parte del precio, donde una fábrica emite gases invernadero ilimitadamente sin tener que pagar por las consecuencias ambientales”, sostiene Yvo de Boer, secretario ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), en la revista “Time”. Los investigadores ya notan signos preocupantes por tal irresponsabilidad: alteración de los patrones de las estaciones, del desarrollo de las plantas y de la polinización. Sensores como el Modis —en los satélites Aqua y Terra de la NASA— registran desde el espacio que la primavera, en el norte de Estados Unidos, se anticipa medio día cada año. Desde hace 20 años Wayne Esaisas, científico de la NASA, usa abejas para recolectar información y anota que la polinización se ha adelantado 10 días. El temor es que la sincronía entre polinizadores y plantas llegue a desfasarse al punto de colapsar la agricultura y los ecosistemas.
La reunión que marcará la pauta del desarrollo del siglo XXI, que perfilará los necesarios cambios culturales, tecnológicos y de diversificación de la matriz energética —y con ello de la economía tal y como la conocemos— está a la vuelta de la esquina. En apenas 64 días los líderes del planeta se reunirán en Copenhague, en la Cumbre del Clima de las Naciones Unidas. Se espera lograr —y ha de conseguirse— un consenso global contra el cambio climático que reemplace al Protocolo de Kioto, que expira en el 2012. Las emisiones de dióxido de carbono, procedente de la quema de combustible fósil y principal responsable del incremento de la temperatura, deberán reducirse en 50% para el 2050 (comparado a 1990). Solo así logrará estabilizarse la temperatura en 2 grados menos, la cifra clave para evitar el desastre. El momento para la reunión de las Naciones Unidas en Copenhague no puede ser más oportuno. La data científica es ya irrefutable, existe gran preocupación en los gobiernos, hay entusiasmo por lo que puede lograrse y los más diversos sectores de la población están involucrados y concernidos. Y es que el futuro de la humanidad está en juego.
El Comercio, 03 de octubre de 2009
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