Resulta paradójico que la gran revolución de las telecomunicaciones que ha unido e interconectado a los pueblos de una manera jamás vista ni prevista en la historia de la humanidad, dependa de un recurso natural cuya explotación viola derechos humanos especialmente de la niñez, destruye el ambiente y genera conflictos que desde 1998 tienen sumida en una interminable guerra civil a la República Democrática del Congo (antigua Zaire). Millones de seres humanos somos cómplices de este drama sin siquiera saberlo, y es que nuestras computadoras, celulares, videojuegos, iPod, GPS y demás maravillas dependen de ese recurso. Se trata del coltan, compuesto mineral sumamente escaso y raro declarado por el Pentágono como “materia prima estratégica”.
El coltan fue hasta hace poco una simple curiosidad mineralógica, un objeto de interés para estudiosos y coleccionistas al que se le encontró múltiples y valiosas aplicaciones. Todo dispositivo electrónico del que nos preciamos funciona gracias a los condensadores electrolíticos de tantalio, uno de los componentes extraídos del coltan. El tantalio es un metal con usos en cirugía, telecomunicaciones, la industria espacial y electrónica, la tecnología militar de misiles, el equipamiento químico y los reactores nucleares. Tanta bondad, lejos de beneficiar al territorio que alberga a este “oro de la era cibernética”, ha derivado en desgracia y violencia.
Hace algunas semanas El Dominical divulgó una nota sobre las guerras por las riquezas minerales congolesas. George Simons Pardo —que cubrió el África Subsahariana para la agencia de prensa internacional World Investment News— señaló en aquel informe que actualmente uno de los recursos más codiciados es el referido compuesto. Ruanda y Uganda, países vecinos, han invadido parte del Congo y controlan las zonas donde se ubica el recurso. El coltan no es exactamente un mineral sino el binomio de composiciones de columbita y tantalita. La codicia es básicamente por la tantalita de donde se obtiene el tantalio, metal de alta conductividad y capacidad de almacenamiento de cargas eléctricas, extremadamente dúctil y maleable, resistente como el vidrio pero que puede ser enrollado, doblado, soldado y utilizado en aleaciones para obtener materiales que soportan altísimas temperaturas, la corrosión y es prácticamente indestructible por los ácidos.
El Congo cuenta con 80% de los depósitos de coltan del planeta. La explotación se da informalmente bajo la mirada de militares de los países invasores y de las guerrillas. En estas minas de tajo abierto trabajan miles de niños que abandonan sus escuelas y campesinos que a la larga terminan esclavizados y muertos por las duras condiciones laborales. Los desechos mineros contaminan los ríos de la zona y grandes lagos. Se abren minas por doquier afectando diversos ecosistemas de los que dependen gorilas y elefantes, entre otras especies en extinción. “El desarrollo conseguido a costa del ambiente no es progreso sino retroceso”, decía el naturalista y político alemán, doctor Wolfgang Rotkegel. De este retroceso de nuestro planeta todos somos responsables si como consumidores no tomamos conciencia de que debemos exigir cambios y un sello internacional que garantice estándares éticos en todos aquellos equipos de nuestro uso cotidiano que contengan tantalio extraído del coltan.
El coltan fue hasta hace poco una simple curiosidad mineralógica, un objeto de interés para estudiosos y coleccionistas al que se le encontró múltiples y valiosas aplicaciones. Todo dispositivo electrónico del que nos preciamos funciona gracias a los condensadores electrolíticos de tantalio, uno de los componentes extraídos del coltan. El tantalio es un metal con usos en cirugía, telecomunicaciones, la industria espacial y electrónica, la tecnología militar de misiles, el equipamiento químico y los reactores nucleares. Tanta bondad, lejos de beneficiar al territorio que alberga a este “oro de la era cibernética”, ha derivado en desgracia y violencia.
Hace algunas semanas El Dominical divulgó una nota sobre las guerras por las riquezas minerales congolesas. George Simons Pardo —que cubrió el África Subsahariana para la agencia de prensa internacional World Investment News— señaló en aquel informe que actualmente uno de los recursos más codiciados es el referido compuesto. Ruanda y Uganda, países vecinos, han invadido parte del Congo y controlan las zonas donde se ubica el recurso. El coltan no es exactamente un mineral sino el binomio de composiciones de columbita y tantalita. La codicia es básicamente por la tantalita de donde se obtiene el tantalio, metal de alta conductividad y capacidad de almacenamiento de cargas eléctricas, extremadamente dúctil y maleable, resistente como el vidrio pero que puede ser enrollado, doblado, soldado y utilizado en aleaciones para obtener materiales que soportan altísimas temperaturas, la corrosión y es prácticamente indestructible por los ácidos.
El Congo cuenta con 80% de los depósitos de coltan del planeta. La explotación se da informalmente bajo la mirada de militares de los países invasores y de las guerrillas. En estas minas de tajo abierto trabajan miles de niños que abandonan sus escuelas y campesinos que a la larga terminan esclavizados y muertos por las duras condiciones laborales. Los desechos mineros contaminan los ríos de la zona y grandes lagos. Se abren minas por doquier afectando diversos ecosistemas de los que dependen gorilas y elefantes, entre otras especies en extinción. “El desarrollo conseguido a costa del ambiente no es progreso sino retroceso”, decía el naturalista y político alemán, doctor Wolfgang Rotkegel. De este retroceso de nuestro planeta todos somos responsables si como consumidores no tomamos conciencia de que debemos exigir cambios y un sello internacional que garantice estándares éticos en todos aquellos equipos de nuestro uso cotidiano que contengan tantalio extraído del coltan.
El Comercio, 04 de abril de 2009
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