Esto ya nos pasó. Ha sido la constante en la historia del Perú. Crece la economía, hay inversiones, aumentan las fortunas y al mismo paso se extiende la desigualdad entre quienes compartimos el mismo suelo. Así fue con el caucho, el salitre, el guano y la anchoveta. Aquello fue miopía cuando no ceguera de las autoridades y empresarios. Hoy está ocurriendo con el oro y otros minerales, y también con el gas. El 'boom' exportador y el consecuente ingreso de divisas generan una falsa ilusión de riqueza. Y es que el modo en que llevamos nuestras cuentas no está del todo bien. El PBI tiene una característica hipócrita, es un indicador engañoso, como bien lo señaló en los años noventa el economista ecuatoriano Alberto Acosta y es que el daño que generamos no se contabiliza. "Paradójicamente, más de una actividad que disminuye nuestro patrimonio natural o que nos obliga a realizar gastos de reparación o protección se presenta como un elemento que incrementa el PBI", escribió Acosta.
Estamos marcados por la miopía ambiental de quienes creen que los recursos naturales no se agotan y que su extracción no genera problemas sociales, ecológicos y brechas -a veces insalvables- entre las personas, entre los hombres y las mujeres, entre los indígenas y los habitantes de la ciudad. Andamos tatuados por la hipocresía de una contabilidad que olvida los pasivos ambientales y sociales, que se enfoca en las monedas y no en el bienestar ni la felicidad de la gente. Crecer en cifras no es desarrollar, a veces es simplemente avanzar hacia el despeñadero. Disminuir la pobreza es importante, pero no debe tomarse como sinónimo de mejor calidad de vida.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha presentado recientemente su "Informe sobre Desarrollo Humano 2011" y el documento nos tumbó la fiesta, nos pinchó el globo y nos bajó de nuestra nube en una, al remarcar que lo bien que van nuestros números no significa que la gente esté mejor. El informe es un aporte verde al diálogo mundial y muestra lo importante que resulta la sostenibilidad para lograr la igualdad, la equidad, "entendida como justicia social y mayor acceso a una mejor calidad de vida", se explica. Para el PNUD, "el gran desafío del desarrollo del siglo XXI es proteger el derecho de las actuales y futuras generaciones a llevar una vida plena y saludable".
En los últimos años el crecimiento económico del Perú ha sido alto pese a la crisis económica global. En promedio se ha crecido 6% anualmente (excluyendo el 2009, cuando estalló la crisis). La pobreza cayó cerca de 17 puntos en siete años, un asunto positivo. Resulta, sin embargo, que pese a esto una mayoría de peruanas y peruanos - en pleno siglo XXI- no tiene acceso al agua potable, a la energía, a los servicios de salud, a una educación de calidad. Y si bien hemos avanzado en temas de prevención de salud, de presupuesto por resultados, de programas sociales focalizados, es un hecho que nos falta una mirada integral, que no se ha logrado quebrar los círculos viciosos de la desigualdad y el deterioro ambiental. Crecer no es desarrollar y no siempre desarrollar es avanzar. Entre la maleza de la miopía y los espinos de la hipocresía, se empieza abrir la trocha hacia un futuro esperado y esperanzador. Como reza el Eclesiastés: "Todas las cosas tienen su tiempo, todo lo que pasa debajo del sol tiene su hora...". Parece que la hora del cambio llegó. Al fin.
Estamos marcados por la miopía ambiental de quienes creen que los recursos naturales no se agotan y que su extracción no genera problemas sociales, ecológicos y brechas -a veces insalvables- entre las personas, entre los hombres y las mujeres, entre los indígenas y los habitantes de la ciudad. Andamos tatuados por la hipocresía de una contabilidad que olvida los pasivos ambientales y sociales, que se enfoca en las monedas y no en el bienestar ni la felicidad de la gente. Crecer en cifras no es desarrollar, a veces es simplemente avanzar hacia el despeñadero. Disminuir la pobreza es importante, pero no debe tomarse como sinónimo de mejor calidad de vida.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha presentado recientemente su "Informe sobre Desarrollo Humano 2011" y el documento nos tumbó la fiesta, nos pinchó el globo y nos bajó de nuestra nube en una, al remarcar que lo bien que van nuestros números no significa que la gente esté mejor. El informe es un aporte verde al diálogo mundial y muestra lo importante que resulta la sostenibilidad para lograr la igualdad, la equidad, "entendida como justicia social y mayor acceso a una mejor calidad de vida", se explica. Para el PNUD, "el gran desafío del desarrollo del siglo XXI es proteger el derecho de las actuales y futuras generaciones a llevar una vida plena y saludable".
En los últimos años el crecimiento económico del Perú ha sido alto pese a la crisis económica global. En promedio se ha crecido 6% anualmente (excluyendo el 2009, cuando estalló la crisis). La pobreza cayó cerca de 17 puntos en siete años, un asunto positivo. Resulta, sin embargo, que pese a esto una mayoría de peruanas y peruanos - en pleno siglo XXI- no tiene acceso al agua potable, a la energía, a los servicios de salud, a una educación de calidad. Y si bien hemos avanzado en temas de prevención de salud, de presupuesto por resultados, de programas sociales focalizados, es un hecho que nos falta una mirada integral, que no se ha logrado quebrar los círculos viciosos de la desigualdad y el deterioro ambiental. Crecer no es desarrollar y no siempre desarrollar es avanzar. Entre la maleza de la miopía y los espinos de la hipocresía, se empieza abrir la trocha hacia un futuro esperado y esperanzador. Como reza el Eclesiastés: "Todas las cosas tienen su tiempo, todo lo que pasa debajo del sol tiene su hora...". Parece que la hora del cambio llegó. Al fin.
El Comercio, 05 de noviembre de 2011
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