Es un genio. Es excéntrico. No contesta el teléfono. Tiene 44 años, los ojos claros, las cejas pobladas y espesa la barba. Es —según dicen— el hombre más inteligente del planeta y está convencido de que puede demostrar la existencia de Dios mediante las matemáticas. Es más, asegura ya haberlo logrado. No es fácil fotografiarlo y sale muy poco de su casa. Su nombre es Grigori Perelman (Leningrado 1966) y ha resuelto uno de los “siete problemas del milenio”: en este caso la llamada conjetura de Poncairé, un asunto que, a lo largo de más de un siglo, tuvo a varias generaciones de expertos rascándose la cabeza. Rascándose la cabeza y punto. Ninguna respuesta.
EL RECHAZO
El Instituto de Matemáticas Clay, de Massachusetts, ofreció pagar US$1 millón por cada uno de los problemas del milenio resueltos. Al ruso le correspondía el dinero. Sin embargo, se negó rotundamente a convertirse en millonario. En una reciente ceremonia en el Instituto Oceanográfico de Paris se debía entregar el premio, pero el ganador no llegó. Nada extraño para quien en el 2006 no apareció en un congreso madrileño donde —de manos del rey Juan Carlos de España— iba a recibir la prestigiosa medalla Field, de la Unión Matemática Internacional y considerada una suerte de Nobel de esa disciplina. La medalla Field dota de U$14.000 a matemáticos menores de 40 años y le arrancaría lágrimas a cualquier investigador —familiares incluidos— pero Perelman no se inmutó y dejó colgados a cinco mil participantes.
“No quiero que me expongan como a un animal en un zoológico”, se supone que anda diciendo. Reniega de la fama y de la fortuna, lo suyo son los números y la espiritualidad. Vive al borde de la miseria y eso no le quita el sueño. “No soy un héroe de las matemáticas, ni soy tan exitoso como para que todos me miren con la boca abierta”. Su ausencia en la ceremonia parisina fue un rotundo no al millón de dólares.
CUCARACHAS EN SAN PETERSBURGO
El genio vive con su mamá en un pequeño departamento en un humilde vecindario, en las afueras de San Petersburgo. Dejó de trabajar hace más de cinco años en el Instituto de Matemáticas Steklov y comentan que se gana el poco pan como profesor particular, completando sus magros ingresos con la ínfima pensión que recibe su mamá. No brinda entrevistas y es tan esquivo que ya se ha gestado una leyenda urbana que sostiene que el hombre, simplemente, no existe. No queda más que creerle al diario sensacionalista británico “Daily Mail”, que asegura haberlo entrevistado —puerta cerrada de por medio— y que sobre el premio del millón dijo: “Tengo todo lo que necesito”. Según la misma fuente, una vecina que conoce el hogar del matemático comentó que eso de “tengo todo lo que necesito” se reduce a una silla, una mesa y un par de camas viejas, al parecer herencia de los antiguos propietarios del lugar —una pareja de alcohólicos—, amén de un ejército de cucarachas del que no parece dispuesto a deshacerse.
MIL PÁGINAS Y UNOS CHINOS
Para fines del 2002, Perelman colgó un inesperado artículo en la web www.arxiv.org (usada por los matemáticos para difundir entre la comunidad científica sus trabajos antes de publicarse). En este primer artículo afirmó que había demostrado la conjetura de geometrización —propuesta por William Thurston en los años 70— en el sentido de que la conjetura de Poincaré es tan solo un caso particular, nada más. Por cierto, Thurston nos recomienda a los comunes mortales aprender del ruso su “actitud ante la vida”, es decir: humilde con su sabiduría, inmune a los halagos y profundamente espiritual. También apoyó su solución en el llamado “flujo de Ricci”, de Richard Hamilton.
Pero sigamos con la hazaña de Perelman y dejemos las altas matemáticas para los expertos. En el millar de páginas de su trabajo obvió gran parte de los detalles intermedios de la prueba, lo que complicó la comprobación que había resuelto la famosa conjetura. Un equipo de expertos verificó palabra por palabra las ideas plasmadas en su artículo. Mientras tanto, un par de matemáticos chinos trató de desmerecer y apoderarse de su trabajo al sostener que el ruso solo había sugerido una estrategia para resolver la conjetura. Las intrigas quedaron al descubierto gracias a una investigación periodística de “The New Yorker”.
¿Y el afectado? Ni se enteró. Vive —y por lo visto seguirá haciéndolo— muy tranquilo en su pequeño departamento poblado de cucarachas y de fórmulas matemáticas que para él confirman la existencia de Dios. Y frente a algo tan grandioso ¿para qué podría servirle un millón de dólares?
Los siete problemas del milenio
Henri Poincaré (1854-1912) es considerado el último ser humano que fue capaz de comprender toda la ciencia de su tiempo. En 1904 el matemático francés conjeturó un asunto medio complicado pero que puede resumirse más o menos así: según él, la esfera es el único cuerpo de tres dimensiones que cumple unas determinadas propiedades. Poincaré se apoyaba en sus propios trabajos anteriores, pero no logró generalizar los métodos que con éxito había aplicado para el caso de objetos de dos dimensiones. O sea que ni él mismo logró resolver su conjetura. Poincaré zanjó la discusión con una frase ya histórica: “Ese tema nos llevaría demasiado lejos”. Murió y el asunto quedó sin respuesta y sin ella estuvo por larguísimas décadas.
A lo largo de todo este tiempo se acumularon, una tras otras, las demostraciones incorrectas sobre la conjetura de Poincaré, al punto que se publicó una guía sobre los métodos fallidos que no llevaban a resolverla. Para el año 2000 el asunto pasó a formar parte de la lista de los “siete problemas matemáticos del milenio” que, según el Instituto Clay, señalarían las tendencias y rumbos de la investigación del siglo XXI, y se ofreció un millón de dólares a quien resolviera cualquiera de ellos.
Son siete problemas matemáticos cuya resolución sería premiada, según anunció en el año 2000 el Instituto de Matemáticas Clay, de Massachusetts, con un millón de dólares cada uno. Al día de hoy solo la conjetura de Poincaré ha sido resuelta por el ruso Grigori Perelman. Los otros son:
P versus NP.
La conjetura de Hodge.
La hipótesis de Riemann.
Existencia de Yang-Mills y del salto de masa.
Las ecuaciones de Navier-Stokes.
La conjetura de Birch y Swinnerton-Dyer.
EL RECHAZO
El Instituto de Matemáticas Clay, de Massachusetts, ofreció pagar US$1 millón por cada uno de los problemas del milenio resueltos. Al ruso le correspondía el dinero. Sin embargo, se negó rotundamente a convertirse en millonario. En una reciente ceremonia en el Instituto Oceanográfico de Paris se debía entregar el premio, pero el ganador no llegó. Nada extraño para quien en el 2006 no apareció en un congreso madrileño donde —de manos del rey Juan Carlos de España— iba a recibir la prestigiosa medalla Field, de la Unión Matemática Internacional y considerada una suerte de Nobel de esa disciplina. La medalla Field dota de U$14.000 a matemáticos menores de 40 años y le arrancaría lágrimas a cualquier investigador —familiares incluidos— pero Perelman no se inmutó y dejó colgados a cinco mil participantes.
“No quiero que me expongan como a un animal en un zoológico”, se supone que anda diciendo. Reniega de la fama y de la fortuna, lo suyo son los números y la espiritualidad. Vive al borde de la miseria y eso no le quita el sueño. “No soy un héroe de las matemáticas, ni soy tan exitoso como para que todos me miren con la boca abierta”. Su ausencia en la ceremonia parisina fue un rotundo no al millón de dólares.
CUCARACHAS EN SAN PETERSBURGO
El genio vive con su mamá en un pequeño departamento en un humilde vecindario, en las afueras de San Petersburgo. Dejó de trabajar hace más de cinco años en el Instituto de Matemáticas Steklov y comentan que se gana el poco pan como profesor particular, completando sus magros ingresos con la ínfima pensión que recibe su mamá. No brinda entrevistas y es tan esquivo que ya se ha gestado una leyenda urbana que sostiene que el hombre, simplemente, no existe. No queda más que creerle al diario sensacionalista británico “Daily Mail”, que asegura haberlo entrevistado —puerta cerrada de por medio— y que sobre el premio del millón dijo: “Tengo todo lo que necesito”. Según la misma fuente, una vecina que conoce el hogar del matemático comentó que eso de “tengo todo lo que necesito” se reduce a una silla, una mesa y un par de camas viejas, al parecer herencia de los antiguos propietarios del lugar —una pareja de alcohólicos—, amén de un ejército de cucarachas del que no parece dispuesto a deshacerse.
MIL PÁGINAS Y UNOS CHINOS
Para fines del 2002, Perelman colgó un inesperado artículo en la web www.arxiv.org (usada por los matemáticos para difundir entre la comunidad científica sus trabajos antes de publicarse). En este primer artículo afirmó que había demostrado la conjetura de geometrización —propuesta por William Thurston en los años 70— en el sentido de que la conjetura de Poincaré es tan solo un caso particular, nada más. Por cierto, Thurston nos recomienda a los comunes mortales aprender del ruso su “actitud ante la vida”, es decir: humilde con su sabiduría, inmune a los halagos y profundamente espiritual. También apoyó su solución en el llamado “flujo de Ricci”, de Richard Hamilton.
Pero sigamos con la hazaña de Perelman y dejemos las altas matemáticas para los expertos. En el millar de páginas de su trabajo obvió gran parte de los detalles intermedios de la prueba, lo que complicó la comprobación que había resuelto la famosa conjetura. Un equipo de expertos verificó palabra por palabra las ideas plasmadas en su artículo. Mientras tanto, un par de matemáticos chinos trató de desmerecer y apoderarse de su trabajo al sostener que el ruso solo había sugerido una estrategia para resolver la conjetura. Las intrigas quedaron al descubierto gracias a una investigación periodística de “The New Yorker”.
¿Y el afectado? Ni se enteró. Vive —y por lo visto seguirá haciéndolo— muy tranquilo en su pequeño departamento poblado de cucarachas y de fórmulas matemáticas que para él confirman la existencia de Dios. Y frente a algo tan grandioso ¿para qué podría servirle un millón de dólares?
Los siete problemas del milenio
Henri Poincaré (1854-1912) es considerado el último ser humano que fue capaz de comprender toda la ciencia de su tiempo. En 1904 el matemático francés conjeturó un asunto medio complicado pero que puede resumirse más o menos así: según él, la esfera es el único cuerpo de tres dimensiones que cumple unas determinadas propiedades. Poincaré se apoyaba en sus propios trabajos anteriores, pero no logró generalizar los métodos que con éxito había aplicado para el caso de objetos de dos dimensiones. O sea que ni él mismo logró resolver su conjetura. Poincaré zanjó la discusión con una frase ya histórica: “Ese tema nos llevaría demasiado lejos”. Murió y el asunto quedó sin respuesta y sin ella estuvo por larguísimas décadas.
A lo largo de todo este tiempo se acumularon, una tras otras, las demostraciones incorrectas sobre la conjetura de Poincaré, al punto que se publicó una guía sobre los métodos fallidos que no llevaban a resolverla. Para el año 2000 el asunto pasó a formar parte de la lista de los “siete problemas matemáticos del milenio” que, según el Instituto Clay, señalarían las tendencias y rumbos de la investigación del siglo XXI, y se ofreció un millón de dólares a quien resolviera cualquiera de ellos.
Son siete problemas matemáticos cuya resolución sería premiada, según anunció en el año 2000 el Instituto de Matemáticas Clay, de Massachusetts, con un millón de dólares cada uno. Al día de hoy solo la conjetura de Poincaré ha sido resuelta por el ruso Grigori Perelman. Los otros son:
P versus NP.
La conjetura de Hodge.
La hipótesis de Riemann.
Existencia de Yang-Mills y del salto de masa.
Las ecuaciones de Navier-Stokes.
La conjetura de Birch y Swinnerton-Dyer.
El Comercio, domingo 04 de julio de 2010
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