Nuestra salud se ve afectada por el clima. Mucho calor, deshidratación. Frío, resfrío. Pero el cambio climático afecta de otras maneras. Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), sostiene que tendrá “devastadores efectos en la salud infantil”. Se incrementará la malnutrición y se alterará la distribución geográfica de los vectores transmisores de enfermedades infecciosas, incluyendo los insectos que diseminan la malaria o el dengue.
Pero hay buenas noticias. Las medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), como usar menos el auto y andar más a pie o en bicicleta, aumentan la capacidad respiratoria, adelgazan y ponen a tono el corazón. Pero sobre el cambio climático hay controversias. Algunos científicos afirman que la data no es concluyente para culpar a los GEI emitidos por el estilo de vida humana como los responsables de la debacle.
Desde la orilla “verde” es fácil contradecirlos pues significa que esa data tampoco es concluyente para negar la responsabilidad directa del hombre en este zafarrancho. Para la gran mayoría de investigadores, la mano irresponsable del “mono calato” —o sea yo, usted y todos los demás— es culpable del cambio climático. Otros no están muy seguros. Hasta allí la cosa es un respetable debate científico. Pero en el medio están los “negacionistas” (el típico personaje “díganme de qué se trata para oponerme”) que han encontrado una manera de ascender, de la noche a la mañana, a la altura de un ex vicepresidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz como Al Gore, principal vocero del calentamiento global.
Allí aparece el profesor español de ciencias Alfonso Tarnacón Lafita, autor del libro “Una mentira cómoda”. Sin más argumentos que su opinión, alusiones a unos pocos informes y una buena dosis de cinismo sostiene: “Esto del cambio climático… es mentira. Han conseguido amargarnos la vida: al ducharme, cada gota parece que viene directamente del hielo antártico. Siento que estoy cometiendo un crimen desangrando los casquetes polares. Cada gota caliente que toca mi espalda parece que la caldeo a base de quemar un árbol del Amazonas… Emito mucho CO2, muchísimo metano, y creo que hasta algo de azufre, pues tengo un genio del demonio”. Mientras este chapetón ridiculiza lo que ya es padecimiento en muchos puntos del planeta, “The Lancet”, la revista médica más importante del planeta difunde una serie de estudios sobre los impactos del cambio climático en la salud: de no tomarse prontas acciones, la desnutrición crecerá de manera alarmante, así como las muertes y accidentes por condiciones extremas de clima. El Consejo Internacional de Clima y Salud, movimiento global médico de desafío al cambio climático, de reciente fundación y anunciado por la “British Medical Journal”, indica “las sociedades con bajas emisiones de gases invernadero serán el próximo gran avance en el campo de la salud” y alertan: “el retraso en reducir las emisiones puede ser fatal”. Y fatal será si la Cumbre de Copenhague no emana un acuerdo. China y Estados Unidos —dos países claves en el proceso— parecen haber entrado ya en línea. Podemos decir que se ya se ve una lucecita al final del túnel.
Pero hay buenas noticias. Las medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), como usar menos el auto y andar más a pie o en bicicleta, aumentan la capacidad respiratoria, adelgazan y ponen a tono el corazón. Pero sobre el cambio climático hay controversias. Algunos científicos afirman que la data no es concluyente para culpar a los GEI emitidos por el estilo de vida humana como los responsables de la debacle.
Desde la orilla “verde” es fácil contradecirlos pues significa que esa data tampoco es concluyente para negar la responsabilidad directa del hombre en este zafarrancho. Para la gran mayoría de investigadores, la mano irresponsable del “mono calato” —o sea yo, usted y todos los demás— es culpable del cambio climático. Otros no están muy seguros. Hasta allí la cosa es un respetable debate científico. Pero en el medio están los “negacionistas” (el típico personaje “díganme de qué se trata para oponerme”) que han encontrado una manera de ascender, de la noche a la mañana, a la altura de un ex vicepresidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz como Al Gore, principal vocero del calentamiento global.
Allí aparece el profesor español de ciencias Alfonso Tarnacón Lafita, autor del libro “Una mentira cómoda”. Sin más argumentos que su opinión, alusiones a unos pocos informes y una buena dosis de cinismo sostiene: “Esto del cambio climático… es mentira. Han conseguido amargarnos la vida: al ducharme, cada gota parece que viene directamente del hielo antártico. Siento que estoy cometiendo un crimen desangrando los casquetes polares. Cada gota caliente que toca mi espalda parece que la caldeo a base de quemar un árbol del Amazonas… Emito mucho CO2, muchísimo metano, y creo que hasta algo de azufre, pues tengo un genio del demonio”. Mientras este chapetón ridiculiza lo que ya es padecimiento en muchos puntos del planeta, “The Lancet”, la revista médica más importante del planeta difunde una serie de estudios sobre los impactos del cambio climático en la salud: de no tomarse prontas acciones, la desnutrición crecerá de manera alarmante, así como las muertes y accidentes por condiciones extremas de clima. El Consejo Internacional de Clima y Salud, movimiento global médico de desafío al cambio climático, de reciente fundación y anunciado por la “British Medical Journal”, indica “las sociedades con bajas emisiones de gases invernadero serán el próximo gran avance en el campo de la salud” y alertan: “el retraso en reducir las emisiones puede ser fatal”. Y fatal será si la Cumbre de Copenhague no emana un acuerdo. China y Estados Unidos —dos países claves en el proceso— parecen haber entrado ya en línea. Podemos decir que se ya se ve una lucecita al final del túnel.
El Comercio, 28 de noviembre de 2009
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