A DOS DÍAS DE COPENHAGUE
El reino de Dinamarca será invadido el lunes por las delegaciones de 192 países, 98 líderes mundiales ya confirmaron su participación en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP-15). Un ejército de lobbistas profesionales prepara también maletas. Y es que esto de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a fin de cuentas es encoger el mercado de los combustibles fósiles, principalmente del petróleo. No hay que ser vidente para saber quiénes requieren trabajo tras bambalinas. El lobbismo climático, contratado por las grandes corporaciones, creció 400% en Estados Unidos desde el 2003. Hoy 2.810 personas trabajan para que en Copenhague pase poco y también en el Congreso estadounidense. Hay cinco lobbistas climáticos por cada legislador estadounidense. En la otra orilla están los lobbistas “verdes” (voceros de empresas de energías alternativas). Un puñado de apenas 138 profesionales que sumados a los 176 ambientales y de salud son un humilde pelotón con clara desventaja en esta batalla por la vida.
En el 2005 se destapó que Exxon Mobil había gastado más de US$8 millones financiando a los “negacionistas” del calentamiento global. Y hace pocos días, más de mil correos electrónicos y decenas de informes científicos de la Universidad de East Anglia, Reino Unido, fueron “hackeados”, alterados y publicados en blogs intentando desacreditar a su Departamento de Investigación Climática, el más influyente del planeta. A estos extremos se llega cuando solo preocupan las ganancias a corto plazo. Pero hay algo interesante: la línea entre los chiquitos y los grandes, entre las corporaciones y las empresas alternativas ha desaparecido.
Los gigantes económicos están enfrentados y por primera vez en la historia tienen intereses distintos, filosofías opuestas. Imperios tecnológicos como Google, Sun Microsystems y la potente Coalición de Negocios para una Política Innovadora del Clima y la Energía (compuesta por Nike, Starbucks, eBay, Symantec y otras multimillonarias firmas), abogan por reducciones significativas de emisiones. En contraste con lo que quieren empresas como Duke Energy, General Motors, Dow Chemical, y otras petrodependientes. En medio está la industria financiera, bancos, aseguradoras, fondos, esperando jugar rudo y darle una buena mordida a los… ¡dos trillones de dólares! que se espera genere el mercado del carbono. Cerca de 200 lobbistas climático-financieros han entrado a tallar buscando que las regulaciones se relajen y haya espacio para la especulación.
Los bonos de carbono son uno de los tres mecanismos económicos del Protocolo de Kioto —herramienta que se retoma en Copenhague—, consideran el derecho a emitir dióxido de carbono, CO2, como un bien canjeable y con precio establecido de mercado. Un bono da derecho a emitir una tonelada de CO2 por encima de lo permitido y al mismo tiempo “comprar” la cuota de emisión a empresas limpias (o países como el Perú que emiten apenas 0,4% de GEI global). Los bonos castigan a los contaminadores, pero también dotan de dinero fresco a los negocios limpios. El esquema es fuertemente apoyado por el presidente Obama. A dos días de la reunión de Copenhague parece poco probable que se alcance un acuerdo definitivo. Recordemos que las negociaciones de Kioto arrancaron en 1997 y solo en el 2005 el protocolo entró en vigor. Pero esta vez el tiempo corre en contra. El clima está alterado, ya no cabe duda, pese a lo que digan los lobbistas con olor a petróleo.
En el 2005 se destapó que Exxon Mobil había gastado más de US$8 millones financiando a los “negacionistas” del calentamiento global. Y hace pocos días, más de mil correos electrónicos y decenas de informes científicos de la Universidad de East Anglia, Reino Unido, fueron “hackeados”, alterados y publicados en blogs intentando desacreditar a su Departamento de Investigación Climática, el más influyente del planeta. A estos extremos se llega cuando solo preocupan las ganancias a corto plazo. Pero hay algo interesante: la línea entre los chiquitos y los grandes, entre las corporaciones y las empresas alternativas ha desaparecido.
Los gigantes económicos están enfrentados y por primera vez en la historia tienen intereses distintos, filosofías opuestas. Imperios tecnológicos como Google, Sun Microsystems y la potente Coalición de Negocios para una Política Innovadora del Clima y la Energía (compuesta por Nike, Starbucks, eBay, Symantec y otras multimillonarias firmas), abogan por reducciones significativas de emisiones. En contraste con lo que quieren empresas como Duke Energy, General Motors, Dow Chemical, y otras petrodependientes. En medio está la industria financiera, bancos, aseguradoras, fondos, esperando jugar rudo y darle una buena mordida a los… ¡dos trillones de dólares! que se espera genere el mercado del carbono. Cerca de 200 lobbistas climático-financieros han entrado a tallar buscando que las regulaciones se relajen y haya espacio para la especulación.
Los bonos de carbono son uno de los tres mecanismos económicos del Protocolo de Kioto —herramienta que se retoma en Copenhague—, consideran el derecho a emitir dióxido de carbono, CO2, como un bien canjeable y con precio establecido de mercado. Un bono da derecho a emitir una tonelada de CO2 por encima de lo permitido y al mismo tiempo “comprar” la cuota de emisión a empresas limpias (o países como el Perú que emiten apenas 0,4% de GEI global). Los bonos castigan a los contaminadores, pero también dotan de dinero fresco a los negocios limpios. El esquema es fuertemente apoyado por el presidente Obama. A dos días de la reunión de Copenhague parece poco probable que se alcance un acuerdo definitivo. Recordemos que las negociaciones de Kioto arrancaron en 1997 y solo en el 2005 el protocolo entró en vigor. Pero esta vez el tiempo corre en contra. El clima está alterado, ya no cabe duda, pese a lo que digan los lobbistas con olor a petróleo.
El Comercio, 05 de diciembre de 2009
No hay comentarios.:
Publicar un comentario