El cambio climático modificará de manera drástica nuestras costumbres y también aquello que comemos, bebemos y saboreamos. Veamos. Un plato de ensalada, por ejemplo, es una mixtura sabrosa y saludable de verduras y legumbres. Su cultivo depende de determinados ciclos naturales. Lo mismo va para una copa de vino, una taza de café o un simple vaso de agua. Lluvia, frío, calor y agentes polinizadores son fundamentales para las cosechas. Pero los patrones climáticos están alterados y eso complica la agricultura. Escasea el agua, las estaciones se retrasan o adelantan al igual que la maduración de los frutos, de los cereales, de las plantas.
La seguridad alimentaria mundial está en riesgo, advierte la FAO. La agricultura, los bosques y los bancos pesqueros —es decir todas las posibles fuentes alimenticias— serán impactados. Gordon Brown, primer ministro británico, explica que “el cambio climático es la mayor amenaza para nuestro futuro. Afectará a cada individuo, a cada familia, comunidad, negocio y a todos los países”.
Y todo eso incluye a la gastronomía. A falta de algunos sabores a otros habrá que acostumbrarse. A falta de ciertos ingredientes habrá que ser más creativos. Por motivos diversos algunos productos no se encuentran ya en los mercados, empobreciendo las cocinas regionales y dándole un giro inesperado al devenir gastronómico.
En el II Congreso Mundial de Cambio Climático, desarrollado hace varios meses en Barcelona bajo el auspicio de la Academia del Vino, los participantes degustaron platos de lo que podríamos empezar a llamar cocina “novo-clima”. Tras una videoconferencia de Al Gore —ex vicepresidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz—, el restaurante Bouquet del hotel Hesperia Tower, sede del evento, presentó las jornadas gastronómicas “Los vinos del cambio climático”, con un ecomenú. Se sirvió pescado y pato, nada de vaca o de cerdo (cuya crianza es contaminante y promueve la deforestación) y la leche animal fue sustituida por la de soya en los helados.
Pero no perdamos de vista el problema central: las hambrunas que padecerán millones de seres humanos. Investigación y desarrollo científico-tecnológico son el único camino para adaptar ciertos cultivos, y mitigar el impacto de lo que se viene. El Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA, y el Centro Hadley para el Cambio Climático, de Londres, han desarrollado modelos para predecir los cambios. Ambos anuncian disminución de las lluvias en los países tropicales (como el Perú, en gran parte de su territorio).
Menos agua es menos cosechas, estrés para los bosques y su biodiversidad. Menos agua significa, también, migraciones de miles de personas y un escenario idóneo para el brote de epidemias. Los científicos sostienen que las cosas podrían ser inmanejables antes de lo previsto. “Las economías que abracen tempranamente la revolución a favor del medio ambiente cosecharán las más grandes recompensas”, explica el primer ministro británico. La esperanza está puesta en lograr un acuerdo en Copenhague, y como dice Brown, la cita de diciembre “debe ser el comienzo de algo, no el final”.
La seguridad alimentaria mundial está en riesgo, advierte la FAO. La agricultura, los bosques y los bancos pesqueros —es decir todas las posibles fuentes alimenticias— serán impactados. Gordon Brown, primer ministro británico, explica que “el cambio climático es la mayor amenaza para nuestro futuro. Afectará a cada individuo, a cada familia, comunidad, negocio y a todos los países”.
Y todo eso incluye a la gastronomía. A falta de algunos sabores a otros habrá que acostumbrarse. A falta de ciertos ingredientes habrá que ser más creativos. Por motivos diversos algunos productos no se encuentran ya en los mercados, empobreciendo las cocinas regionales y dándole un giro inesperado al devenir gastronómico.
En el II Congreso Mundial de Cambio Climático, desarrollado hace varios meses en Barcelona bajo el auspicio de la Academia del Vino, los participantes degustaron platos de lo que podríamos empezar a llamar cocina “novo-clima”. Tras una videoconferencia de Al Gore —ex vicepresidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz—, el restaurante Bouquet del hotel Hesperia Tower, sede del evento, presentó las jornadas gastronómicas “Los vinos del cambio climático”, con un ecomenú. Se sirvió pescado y pato, nada de vaca o de cerdo (cuya crianza es contaminante y promueve la deforestación) y la leche animal fue sustituida por la de soya en los helados.
Pero no perdamos de vista el problema central: las hambrunas que padecerán millones de seres humanos. Investigación y desarrollo científico-tecnológico son el único camino para adaptar ciertos cultivos, y mitigar el impacto de lo que se viene. El Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA, y el Centro Hadley para el Cambio Climático, de Londres, han desarrollado modelos para predecir los cambios. Ambos anuncian disminución de las lluvias en los países tropicales (como el Perú, en gran parte de su territorio).
Menos agua es menos cosechas, estrés para los bosques y su biodiversidad. Menos agua significa, también, migraciones de miles de personas y un escenario idóneo para el brote de epidemias. Los científicos sostienen que las cosas podrían ser inmanejables antes de lo previsto. “Las economías que abracen tempranamente la revolución a favor del medio ambiente cosecharán las más grandes recompensas”, explica el primer ministro británico. La esperanza está puesta en lograr un acuerdo en Copenhague, y como dice Brown, la cita de diciembre “debe ser el comienzo de algo, no el final”.
El Comercio, 24 de octubre de 2009
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