La corrupción puede atentar contra el medio ambiente que nos sustenta tanto como el peor de los venenos. La corrupción contamina no solo la fibra moral de los pueblos y socava la legitimidad de las instituciones democráticas. La podredumbre de la coima, del arreglo bajo la mesa, el retraso amañado de legislación favorable al desarrollo sostenible, las sanciones risibles y la política del “dejar hacer dejar pasar”, tienen impacto directo sobre el medio ambiente, en temas tan específicos como el cambio climático.
En una conferencia de la organización no gubernamental Transparencia Internacional, se concluyó que “la corrupción contribuye al calentamiento climático y puede entorpecer los esfuerzos internacionales para luchar contra este problema”. Transparencia explica, por ejemplo, que esta lacra puede trabar el combate contra la deforestación y así “exacerbar los problemas medioambientales y minar los esfuerzos (realizados)”. En nuestro país no es un secreto que la corrupción corroe las instancias responsables de velar por nuestras riquezas naturales.
Para el caso forestal, por ejemplo, lo que ocurre en el Instituto Nacional de Recursos Naturales (Inrena) es ya tan evidente que hasta ha dejado de ser noticia. Pero como para bailar el tango de lo podrido hacen falta dos, al otro lado no faltan malos representantes del sector maderero, con su dinero, con su influencia, con sus presiones. Además, como explica Festus Mogae, especialista de la ONU, la batalla contra el calentamiento global “abre un nuevo terreno a la corrupción”.
Recordemos que las potencias destinan millones de dólares para tema de conservación, es decir hay mucho dinero disponible para todo tipo de “proyectos” (muy buenos y también inútiles, todo dependerá del ejecutor y del fiscalizador).
Súmese a esto el mercado de los “bonos de carbono”, o derechos de emisión de CO2, que mueve otros tantos miles de millones de dólares para que aquel país que excede su cuota de emisión pueda “legitimar” este excedente comprándole su cuota a un país con baja emisión. Además la adaptación de las economías en los países pobres, por el cambio climático, exigirá transferencias anuales de hasta 200 mil millones de dólares. No hay que tener una bola de cristal para comprender que tal cantidad de dinero crea un significativo riesgo de corrupción en todas las etapas del proceso contra el cambio climático.
La deshonestidad, entre otras muchas cosas, puede profundizar el desabastecimiento de agua potable, agudizando los problemas de sanidad y con ello afectar la salud y la vida de millones de seres humanos. “El agua es un recurso insustituible. Es primordial para nuestra salud, nuestra seguridad alimentaria, para el futuro de nuestra energía y de nuestros ecosistemas. Pero la corrupción invade la gestión en todas estas áreas”, dice Huguette Labelle, presidenta de Transparencia Internacional. Y se refiere tanto al pequeño soborno como a las grandes concesiones para reciclaje, riego, hidroeléctricas así como al encubrimiento de los niveles de contaminación minera e industriales, en las fuentes de agua dulce. Estamos ante un gran reto, el siglo XXI requiere de un marco de honesta gobernabilidad cuyo éxito dependerá únicamente de la decencia, ese bien cada día más escaso.
En una conferencia de la organización no gubernamental Transparencia Internacional, se concluyó que “la corrupción contribuye al calentamiento climático y puede entorpecer los esfuerzos internacionales para luchar contra este problema”. Transparencia explica, por ejemplo, que esta lacra puede trabar el combate contra la deforestación y así “exacerbar los problemas medioambientales y minar los esfuerzos (realizados)”. En nuestro país no es un secreto que la corrupción corroe las instancias responsables de velar por nuestras riquezas naturales.
Para el caso forestal, por ejemplo, lo que ocurre en el Instituto Nacional de Recursos Naturales (Inrena) es ya tan evidente que hasta ha dejado de ser noticia. Pero como para bailar el tango de lo podrido hacen falta dos, al otro lado no faltan malos representantes del sector maderero, con su dinero, con su influencia, con sus presiones. Además, como explica Festus Mogae, especialista de la ONU, la batalla contra el calentamiento global “abre un nuevo terreno a la corrupción”.
Recordemos que las potencias destinan millones de dólares para tema de conservación, es decir hay mucho dinero disponible para todo tipo de “proyectos” (muy buenos y también inútiles, todo dependerá del ejecutor y del fiscalizador).
Súmese a esto el mercado de los “bonos de carbono”, o derechos de emisión de CO2, que mueve otros tantos miles de millones de dólares para que aquel país que excede su cuota de emisión pueda “legitimar” este excedente comprándole su cuota a un país con baja emisión. Además la adaptación de las economías en los países pobres, por el cambio climático, exigirá transferencias anuales de hasta 200 mil millones de dólares. No hay que tener una bola de cristal para comprender que tal cantidad de dinero crea un significativo riesgo de corrupción en todas las etapas del proceso contra el cambio climático.
La deshonestidad, entre otras muchas cosas, puede profundizar el desabastecimiento de agua potable, agudizando los problemas de sanidad y con ello afectar la salud y la vida de millones de seres humanos. “El agua es un recurso insustituible. Es primordial para nuestra salud, nuestra seguridad alimentaria, para el futuro de nuestra energía y de nuestros ecosistemas. Pero la corrupción invade la gestión en todas estas áreas”, dice Huguette Labelle, presidenta de Transparencia Internacional. Y se refiere tanto al pequeño soborno como a las grandes concesiones para reciclaje, riego, hidroeléctricas así como al encubrimiento de los niveles de contaminación minera e industriales, en las fuentes de agua dulce. Estamos ante un gran reto, el siglo XXI requiere de un marco de honesta gobernabilidad cuyo éxito dependerá únicamente de la decencia, ese bien cada día más escaso.
El Comercio, 29 de agosto de 2009
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