Hoy culmina en Estocol-mo la Semana Mundial del Agua. Más de 130 países —representados por cerca de 2.000 investigadores, políticos y empresarios, entre otros—, se dieron cita para discutir cómo asegurar el abastecimiento de algo tan vital para la sobrevivencia.
Hormigas y lechugas, personas y papayas, guacamayos, elefantes y rabanitos, todo absolutamente todo lo que vive sobre la Tierra requiere del agua dulce. Nada habría por este lado del sistema solar de no ser por este líquido que derrochamos y contaminamos de modos criminales.
En pleno siglo XXI, en este mundo que se jacta de globalizado, interconectado e hipercomunicado, cada 24 horas mueren cerca de cinco mil niñas y niños por falta de agua potable o por enfermedades vinculadas a la contaminación de esta, con gérmenes y residuos. Pero en la era de la información esto no parece relevante si comparamos el espacio mediático brindado a las juergas perpetuas de Paris Hilton o a las cifras de una economía claramente divorciada del desarrollo y obnubilada con el “crecimiento”, que no necesariamente deriva en avance ni progreso.
En América Latina alrededor de cien millones de personas carecen de acceso permanente al agua y 200 millones no cuentan con la mínima infraestructura de saneamiento. En nuestro país, miles de mujeres y niñas de las zonas rurales andinas se ven obligadas a recorrer grandes distancias para acceder al agua limpia. Distancias cada vez más largas pues las fuentes de agua son sistemáticamente contaminadas, principalmente por relaves mineros, o simplemente desaparecen por mal manejo del recurso o por el cambio climático.
El difícil acceso al agua pura afecta negativamente la escolarización de las niñas que deben cumplir, antes que nada, con esta tarea básica para la supervivencia de su familia; atenta contra la salud de las mujeres y la economía de las familias.
En la reunión de Estocolmo, el diplomático sueco Jan Eliasson, ex jefe mediador de la ONU para el conflicto de Darfur (región de Sudán), alzó un vaso con agua y dijo: “Este es un lujo para entre 800 y 900 millones de personas en el mundo. Esto es un sueño”.
La cita, organizada por el Instituto Internacional del Agua de Estocolmo (SIWI, por sus siglas en inglés), tuvo como lema “Acceso al agua para el bien común”, y enfatizó el tema de las aguas transfronterizas.
En un planeta donde el agua pura se está convirtiendo en el bien más preciado, las fuentes compartidas por dos o más países pueden convertirse en amenaza para la paz. Las guerras por el líquido parecen estar a la vuelta de la esquina.
Agua, la usamos para beber, asearnos, cultivar y preparar nuestros alimentos. Por más que nos jactemos del avance de la tecnología no hemos desarrollado nada remotamente parecido a esta líquida transparencia, unión de dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno. Administrar adecuadamente el recurso es vital, como lo es que los gobiernos no cesen en sus esfuerzos por dotar a cada familia de acceso al agua pura.
Hormigas y lechugas, personas y papayas, guacamayos, elefantes y rabanitos, todo absolutamente todo lo que vive sobre la Tierra requiere del agua dulce. Nada habría por este lado del sistema solar de no ser por este líquido que derrochamos y contaminamos de modos criminales.
En pleno siglo XXI, en este mundo que se jacta de globalizado, interconectado e hipercomunicado, cada 24 horas mueren cerca de cinco mil niñas y niños por falta de agua potable o por enfermedades vinculadas a la contaminación de esta, con gérmenes y residuos. Pero en la era de la información esto no parece relevante si comparamos el espacio mediático brindado a las juergas perpetuas de Paris Hilton o a las cifras de una economía claramente divorciada del desarrollo y obnubilada con el “crecimiento”, que no necesariamente deriva en avance ni progreso.
En América Latina alrededor de cien millones de personas carecen de acceso permanente al agua y 200 millones no cuentan con la mínima infraestructura de saneamiento. En nuestro país, miles de mujeres y niñas de las zonas rurales andinas se ven obligadas a recorrer grandes distancias para acceder al agua limpia. Distancias cada vez más largas pues las fuentes de agua son sistemáticamente contaminadas, principalmente por relaves mineros, o simplemente desaparecen por mal manejo del recurso o por el cambio climático.
El difícil acceso al agua pura afecta negativamente la escolarización de las niñas que deben cumplir, antes que nada, con esta tarea básica para la supervivencia de su familia; atenta contra la salud de las mujeres y la economía de las familias.
En la reunión de Estocolmo, el diplomático sueco Jan Eliasson, ex jefe mediador de la ONU para el conflicto de Darfur (región de Sudán), alzó un vaso con agua y dijo: “Este es un lujo para entre 800 y 900 millones de personas en el mundo. Esto es un sueño”.
La cita, organizada por el Instituto Internacional del Agua de Estocolmo (SIWI, por sus siglas en inglés), tuvo como lema “Acceso al agua para el bien común”, y enfatizó el tema de las aguas transfronterizas.
En un planeta donde el agua pura se está convirtiendo en el bien más preciado, las fuentes compartidas por dos o más países pueden convertirse en amenaza para la paz. Las guerras por el líquido parecen estar a la vuelta de la esquina.
Agua, la usamos para beber, asearnos, cultivar y preparar nuestros alimentos. Por más que nos jactemos del avance de la tecnología no hemos desarrollado nada remotamente parecido a esta líquida transparencia, unión de dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno. Administrar adecuadamente el recurso es vital, como lo es que los gobiernos no cesen en sus esfuerzos por dotar a cada familia de acceso al agua pura.
El Comercio, 22 de agosto de 2009
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