¿Reforma?
En Lima el caos del tránsito es un sufrimiento compartido por los
vecinos de todos los estratos sociales. Lo padece quien tiene auto, viaja en
colectivo, taxi o combi, y hasta quien anda con chofer. Toda Lima, por eso,
esperaba que la alcaldesa Susana Villarán de la Puente lograra el cambio
requerido y que los embotellamientos, las combis asesinas y la chatarra
humeante quedaran en el recuerdo.
Todos queremos una ciudad segura, con el tránsito ordenado, donde cruzar
la calle, caminar o montar bicicleta no sea tentar a la muerte. Nadie, pues,
puede alegrarse con el fracaso de la alcaldesa.
La gestión Villarán no tuvo la visión ni la capacidad para dar al
tránsito de Lima el giro requerido. Una reforma se basa en la innovación y aquí
solo se han cambiado rutas, impedido la circulación de ciertas combis, creado
corredores como el azul, color que en pocos días ya es símbolo de
improvisación.
En sus primeros días de operación el malhecho corredor azul generó
colas, hasta de una hora, retrasos e insatisfacción en los usuarios. Se
equivocó la alcaldesa si creyó que esto la catapultaría hacia una segura
reelección.
Los usuarios están fastidiados, llegan tarde a sus trabajos, deben
caminar hasta 30 cuadras -bajo el frío y con la garúa matutina- para encontrar
un paradero, no hay orientadores y hay quienes deben pagar hasta tres
colectivos que los lleven hasta el corredor (esta es la principal queja de los
vecinos del Rímac, zona de Amancaes, y de San Juan de Lurigancho).
Faltan buses para atender la demanda y unidades alimentadoras; los
vehículos no son nuevos sino vejeces pintadas, y así. Pero la cereza de este
pastel desmoronado es que las unidades no están habilitadas para atender a
personas en silla de ruedas, como lo comprobó, in situ, el congresista Gian
Carlo Vacchelli, y eso es un olvido imperdonable.
Todos esperamos que nuestras autoridades hagan las cosas bien, y si no
están en capacidad de hacerlo, preferible es que se crucen de brazos para no
embarrarla creando desconfianza. No dudamos de las buenas intenciones de
Villarán, pero el problema ha sido su falta de conocimiento de la dinámica de
la capital, su afán de politizarlo todo y polemizar sobre toda causa progre. Y
el problema principal: su tremenda falta de experiencia en gerenciar.
Dicen que en política nada está dicho, pero en este caso todo indica que
el azul es el color del Waterloo de Villarán y que, con o sin Castañeda en
carrera, simplemente no la hace. Su reforma es el gran 'olón' azul que arrastra
el último grano de arena de su esperanza en ser reelecta.
La gente se enardece porque se siente estafada. Al elector no se le
puede engañar ni vender castillos de humo porque está muy bien informado. Le
basta entrar a Internet y buscar "reforma del transporte" para darse
cuenta de todo lo que puede aspirar y debió incluirse: interconexión con
trenes, tranvías, monorrieles, puentes elevados, pasos a desnivel y mucho más.
Reformar es innovar, no reordenar. Azul es el color del adiós.
Martha Meier MQ.
Editora Central
El Comercio, 06 de setiembre de 2014
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