Ocurrió hace veinte años. Fue una tarde de verano, como ahora, cuando María Elena Moyano debía estar en la playa, que la negra se topó con toda la maldad de Sendero Luminoso, con las huestes satánicas de Abimael Guzmán. No sobrevivió para contarlo. No debía ir a su Villa El Salvador: estaba amenazada de muerte por haberse atrevido a marchar por la paz, una marcha de las mujeres pobres contra el terror. Treja como era, quiso acompañar a otras que, como ella, luchaban día a día por sacar adelante a sus familias en el arenal que convirtieron en hogar, en barrio, en ciudad. Y hasta allí, hasta donde se encontraba reunida con sus compañeras del Vaso de Leche, llegaron los asesinos terroristas, la sacaron a empellones del recinto donde estaban también sus dos hijos. Hizo que sus amigas se tiraran al suelo: “Vienen por mí, a matarme”, les dijo, y a sus hijos: “Tápense la cara porque su mami va a escaparse”. Afuera le dispararon en la cabeza y en el pecho. Muerta María Elena, sus asesinos decidieron dinamitar su cuerpo en el vano intento de que no quedara rastro ni recuerdo de su coraje para enfrentarlos. ¿Quien pretende que olvidemos lo que sufrió nuestro país por el marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo puede osar llamarse peruano?
El Dominical, 12 de febrero de 2012
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