El clima sigue azotando extensas porciones de nuestro territorio. Mientras tanto Lima se prepara para recibir al divo español Julio Iglesias, quien alcanzara la fama con su canción “La vida sigue igual”. Con prácticamente medio Perú en estado de emergencia por los recientes eventos que han ocasionado invalorables pérdidas humanas, colapso de infraestructura, millares de familias sin techo y cuantiosas pérdidas materiales y agrícolas, una cosa queda clara: ya nada será igual y la cultura de prevención tendrá que asumirse como prioridad nacional, regional, local e individual. Lluvias torrenciales en Cusco, Puno y otras zonas del sur andino. Granizadas en Huancayo tan feroces como para derrumbar casas de adobe. “Nunca antes había pasado esto”, repiten los afectados (afectados justamente por la falta de prevención y dejadez de sus autoridades).
Desde fines del siglo XX, los expertos anunciaron la alteración del clima. Lo que está ocurriendo, a lo largo y ancho del planeta, responde a modelos analizados del tan mentado “calentamiento global”, cuyo errático comportamiento lleva a episodios como los de una Europa soportando nevadas inusitadas. El cambio climático no perdona y lo afecta todo.
Antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Clima, COP-15, realizada en Copenhague, Dinamarca, el pasado diciembre, un grupo de chefs y enólogos franceses reclamaron acuerdos para evitar la debacle del sabor. La evidencia señala que la industria vinícola y la gastronomía podrían sucumbir por los avatares del clima. Ciertos vinos franceses y griegos, así como la cerveza tipo pilsener ya están viéndose afectados. Veintisiete regiones del vino padecen el mal sabor de algunas de sus cosechas. En cuanto a la cerveza, el climatólogo Martin Mozny del Instituto de Hidrometeorología de la República Checa, ha informado sobre el deterioro del delicado lúpulo Saaz. Mozny y su equipo detectaron que desde 1954 al 2006, la concentración de ácidos alfa —responsables de la sutil amargura de la pilsener— se redujo 0,06% anualmente. Y esto no es todo. El doctor John Agar, experto en ecología tropical de islas, indica que el famoso, delicioso y carísimo café jamaiquino —con denominación de origen Blue Mountain— ya está perdiendo su característico sabor (suave y sin amargor). Lo mismo ciertos tés y algunos aseguran que el arroz. Un informe de la revista “New Scientist” indica: “las chuletas de cerdo serán más aguadas y pálidas, mientras que los churrascos más oscuros y apestosos”. Los gastrónomos anuncian que el sabor que trae el cambio climático será agrio. Así, al impacto social, económico, pesquero y agropecuario hay que sumar el mal sabor. Mientras las poblaciones pobres serán afectadas inicialmente, los grupos más favorecidos tendrán tiempo para lamentarse por el mal sabor de su café y la pestilencia de su lomo. Luego se darán (nos daremos) de cara con la democracia de las fuerzas de la naturaleza. Esa sí que no hace distingos ni concesiones y trata a todas y todos por igual.
Desde fines del siglo XX, los expertos anunciaron la alteración del clima. Lo que está ocurriendo, a lo largo y ancho del planeta, responde a modelos analizados del tan mentado “calentamiento global”, cuyo errático comportamiento lleva a episodios como los de una Europa soportando nevadas inusitadas. El cambio climático no perdona y lo afecta todo.
Antes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Clima, COP-15, realizada en Copenhague, Dinamarca, el pasado diciembre, un grupo de chefs y enólogos franceses reclamaron acuerdos para evitar la debacle del sabor. La evidencia señala que la industria vinícola y la gastronomía podrían sucumbir por los avatares del clima. Ciertos vinos franceses y griegos, así como la cerveza tipo pilsener ya están viéndose afectados. Veintisiete regiones del vino padecen el mal sabor de algunas de sus cosechas. En cuanto a la cerveza, el climatólogo Martin Mozny del Instituto de Hidrometeorología de la República Checa, ha informado sobre el deterioro del delicado lúpulo Saaz. Mozny y su equipo detectaron que desde 1954 al 2006, la concentración de ácidos alfa —responsables de la sutil amargura de la pilsener— se redujo 0,06% anualmente. Y esto no es todo. El doctor John Agar, experto en ecología tropical de islas, indica que el famoso, delicioso y carísimo café jamaiquino —con denominación de origen Blue Mountain— ya está perdiendo su característico sabor (suave y sin amargor). Lo mismo ciertos tés y algunos aseguran que el arroz. Un informe de la revista “New Scientist” indica: “las chuletas de cerdo serán más aguadas y pálidas, mientras que los churrascos más oscuros y apestosos”. Los gastrónomos anuncian que el sabor que trae el cambio climático será agrio. Así, al impacto social, económico, pesquero y agropecuario hay que sumar el mal sabor. Mientras las poblaciones pobres serán afectadas inicialmente, los grupos más favorecidos tendrán tiempo para lamentarse por el mal sabor de su café y la pestilencia de su lomo. Luego se darán (nos daremos) de cara con la democracia de las fuerzas de la naturaleza. Esa sí que no hace distingos ni concesiones y trata a todas y todos por igual.
El Comercio, 06 de febrero de 2010
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