“Miro una foto de una tristeza, dolor, crueldad y violencia inmensas: un hombre toma del pie el cadáver de un niño y lo arroja al aire. El cuerpo va a dar a la montaña de cadáveres —decenas de millares [...]”, ha escrito el novelista mexicano Carlos Fuentes en el diario “El País”, de España. Max Beauvoir, la máxima autoridad del vudú haitiano, considera que los muertos están siendo desechados como basura. Beauvoir fue educado en el City College, de Nueva York y en la Sorbona, de París y hoy llama la atención sobre cómo varios miles de cuerpos han sido depositados en fosas comunes o lanzados al fuego, “sin respeto ni dignidad”. Nicholas Young, presidente ejecutivo de la Cruz Roja Británica, explicó a la BBC: “Así es imposible que los parientes puedan tener un duelo, saber cuántas personas murieron y que los familiares puedan identificar a sus muertos. Todo esto es una verdadera lástima”.
Todo deudo quiere para su familiar o amigo “cristiana sepultura” y los haitianos no son la excepción, aunque su ritual de despedida sea distinto. Miles no pueden enterrar a los suyos según sus costumbres y espiritualidad, o lo que es lo mismo: según lo que les dicta el vudú. Más del 80% de las y los haitianos se declara católico pero practica también los ritos originados con la llegada de los primeros esclavos africanos, allá por el siglo XVI.
En los pueblos más alejados de nuestros Andes no es raro ver que tras la misa dominical algún grupo de parroquianos se reúna para realizar una ceremonia de pago a la tierra, a la pachamama. Creencias ancestrales que sobreviven y conviven con la fe católica, con el cristianismo. La religiosidad andina es vista, las más de las veces, como algo folclórico, una curiosidad antropológica, una antigua tradición pero a nadie se le escarapela el cuerpo con eso.
¿Pero, qué nos pasa con el vudú? La simple palabra trae a la mente imágenes de zombis, figuras clavadas con alfileres para causar daño, ritos macabros, sacrificios y magia negra (y por negra se supone que mala y perversa). Racismo, prejuicio y desinformación que han sido alimentados a lo largo de las décadas por los medios de comunicación, libros de bolsillo y un sinfín de terroríficas películas de Hollywood. Ninguna religión ha sufrido tal campaña de desprestigio y demolición como esta surgida de la mixtura de rituales de África Occidental (de Ghana a Benín) con el catolicismo y prácticas amerindias.
Al arribar los esclavos a tierras caribeñas fueron forzados a adoptar la religión de sus “amos” pero conservaron sus creencias y adoptaron algunas de los nativos del lugar, en un proceso de siglos conocido como sincretismo. Esas mismas fuentes africanas, cristianas e indígenas abrevaron la santería y el arará cubanos, el vudú de Nueva Orleans, Estados Unidos, el candomble brasileño y argentino. Creencias que, como las nuestras, consideran que el ser humano conserva su dignidad aún ante la tragedia inevitable de la muerte.
Todo deudo quiere para su familiar o amigo “cristiana sepultura” y los haitianos no son la excepción, aunque su ritual de despedida sea distinto. Miles no pueden enterrar a los suyos según sus costumbres y espiritualidad, o lo que es lo mismo: según lo que les dicta el vudú. Más del 80% de las y los haitianos se declara católico pero practica también los ritos originados con la llegada de los primeros esclavos africanos, allá por el siglo XVI.
En los pueblos más alejados de nuestros Andes no es raro ver que tras la misa dominical algún grupo de parroquianos se reúna para realizar una ceremonia de pago a la tierra, a la pachamama. Creencias ancestrales que sobreviven y conviven con la fe católica, con el cristianismo. La religiosidad andina es vista, las más de las veces, como algo folclórico, una curiosidad antropológica, una antigua tradición pero a nadie se le escarapela el cuerpo con eso.
¿Pero, qué nos pasa con el vudú? La simple palabra trae a la mente imágenes de zombis, figuras clavadas con alfileres para causar daño, ritos macabros, sacrificios y magia negra (y por negra se supone que mala y perversa). Racismo, prejuicio y desinformación que han sido alimentados a lo largo de las décadas por los medios de comunicación, libros de bolsillo y un sinfín de terroríficas películas de Hollywood. Ninguna religión ha sufrido tal campaña de desprestigio y demolición como esta surgida de la mixtura de rituales de África Occidental (de Ghana a Benín) con el catolicismo y prácticas amerindias.
Al arribar los esclavos a tierras caribeñas fueron forzados a adoptar la religión de sus “amos” pero conservaron sus creencias y adoptaron algunas de los nativos del lugar, en un proceso de siglos conocido como sincretismo. Esas mismas fuentes africanas, cristianas e indígenas abrevaron la santería y el arará cubanos, el vudú de Nueva Orleans, Estados Unidos, el candomble brasileño y argentino. Creencias que, como las nuestras, consideran que el ser humano conserva su dignidad aún ante la tragedia inevitable de la muerte.
El Comercio, 23 de enero de 2010
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