¿Quién enseña a las niñas y niños eso llamado “nosotros”, base de un país articulado e inclusivo? ¿El colegio? No lo parece. En los libros escolares las poblaciones indígenas están ausentes pese a que el Perú es uno de los países con mayor diversidad etnolingüística y cultural del continente. Otro ejemplo: cerca del 70% del Perú es selva amazónica, territorio ancestral de una multiplicidad de poblaciones indígenas, compatriotas de los que casi nada se menciona. La selva es —en términos escolares— un vasto territorio rico en finas maderas, reservas de petróleo y plantas de valor alimenticio, medicinal e industrial. ¿Y la gente? Bien gracias. La sierra es —en ese mismo contexto— un emporio de minerales donde hay coloridas festividades tradicionales y punto. La escuela, la televisión y el ciberespacio forjan la manera en que las niñas y niños comprenden el mundo y se relacionan con él. ¿Aprenderán allí que hay un “nosotros”?
Este lunes 9 de agosto se conmemora el Día Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo, instaurado en 1994 por la Organización de las Naciones Unidas, ONU. Con bastante lucidez Navanetham Pillay, alta comisionada de la ONU para los derechos humanos ha dicho: “Los indígenas necesitan y merecen más que una simple celebración simbólica, consagrado a la reafirmación del valor y la resistencia de la vida y sus culturas”.
Pero poco podrá avanzarse mientras no se comprenda la escuela como el espacio para la construcción del gran proyecto social del “nosotros”. Y eso pasa por algo tan simple como enseñar una geografía humanizada y humanizante.
El amauta Javier Pulgar Vidal (1911-2003) repetía incansablemente: “Yo diría que en el Perú el pasado, el presente y el futuro proceden de la geografía”. Refería, así, la importancia de conocer las características, limitaciones y potencialidades de nuestro territorio y la capacidad y diversidad de nuestros compatriotas para construir un país donde no unos y otros, sino de cómplice mirada entre todos. Difícil si se sigue con la terca torpeza de un mapa en el cual el profesor señala departamentos, regiones, ciudades y sus capitales, accidentes geográficos, simples nombres para memorizar. Los alumnos y alumnas recibirán información sobre los recursos explotables y explotados, y los productos útiles de tales lugares, y quizá una leve mención a alguna extraña costumbre local. En el caso de la geografía universal —globalizada— será la misma cantaleta: apréndase usted todas las capitales, y ya. Cultura general que le dicen. Lo que nadie les contará a las niñas y niños —siquiera por cortesía— es que más de 370 millones de seres humanos en setenta países habitan las zonas de mayor diversidad biológica del planeta, y que dependen de la conservación de esas riquezas para su sobrevivencia. Nadie les dirá que existen más de cinco mil pueblos indígenas en el mundo, tampoco que en el continente americano 50 millones de personas son indígenas, lo que representa el 12% de habitantes de la región (alcanzando en algunos países hasta el 80%). Los jóvenes ingresarán a la universidad sin conocer que los pueblos indígenas hablan la mayoría de idiomas existentes en el mundo, que en sus conocimientos ancestrales puede estar la respuesta a los desafíos ambientales del siglo XXI. Nada les habrán enseñado su espiritualidad, cosmovisión y clara comprensión que estamos dañando el planeta y que eso nos afectará a todos, es decir el “nosotros” que pocos parecen comprender y querer.
Este lunes 9 de agosto se conmemora el Día Internacional de las Poblaciones Indígenas del Mundo, instaurado en 1994 por la Organización de las Naciones Unidas, ONU. Con bastante lucidez Navanetham Pillay, alta comisionada de la ONU para los derechos humanos ha dicho: “Los indígenas necesitan y merecen más que una simple celebración simbólica, consagrado a la reafirmación del valor y la resistencia de la vida y sus culturas”.
Pero poco podrá avanzarse mientras no se comprenda la escuela como el espacio para la construcción del gran proyecto social del “nosotros”. Y eso pasa por algo tan simple como enseñar una geografía humanizada y humanizante.
El amauta Javier Pulgar Vidal (1911-2003) repetía incansablemente: “Yo diría que en el Perú el pasado, el presente y el futuro proceden de la geografía”. Refería, así, la importancia de conocer las características, limitaciones y potencialidades de nuestro territorio y la capacidad y diversidad de nuestros compatriotas para construir un país donde no unos y otros, sino de cómplice mirada entre todos. Difícil si se sigue con la terca torpeza de un mapa en el cual el profesor señala departamentos, regiones, ciudades y sus capitales, accidentes geográficos, simples nombres para memorizar. Los alumnos y alumnas recibirán información sobre los recursos explotables y explotados, y los productos útiles de tales lugares, y quizá una leve mención a alguna extraña costumbre local. En el caso de la geografía universal —globalizada— será la misma cantaleta: apréndase usted todas las capitales, y ya. Cultura general que le dicen. Lo que nadie les contará a las niñas y niños —siquiera por cortesía— es que más de 370 millones de seres humanos en setenta países habitan las zonas de mayor diversidad biológica del planeta, y que dependen de la conservación de esas riquezas para su sobrevivencia. Nadie les dirá que existen más de cinco mil pueblos indígenas en el mundo, tampoco que en el continente americano 50 millones de personas son indígenas, lo que representa el 12% de habitantes de la región (alcanzando en algunos países hasta el 80%). Los jóvenes ingresarán a la universidad sin conocer que los pueblos indígenas hablan la mayoría de idiomas existentes en el mundo, que en sus conocimientos ancestrales puede estar la respuesta a los desafíos ambientales del siglo XXI. Nada les habrán enseñado su espiritualidad, cosmovisión y clara comprensión que estamos dañando el planeta y que eso nos afectará a todos, es decir el “nosotros” que pocos parecen comprender y querer.
El Comercio, 07 de agosto de 2010
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