Jordan Romero tiene 13 años y vive en California, Estados Unidos. Hace pocas semanas ingresó a la historia del montañismo al conquistar la cima del Everest, el pico más alto del planeta. Este hombrecito es la persona más joven en lograr tal hazaña. Jordan escaló 8.850 metros desde la cara tibetana de la mole. Él se ha planteado escalar las montañas más altas de los siete continentes. “Es solo una meta” respondió ingenuamente cuando le preguntaron por qué quería tal cosa. Y el chico va camino a cumplir su meta, que no es otra cosa que un paso, un sueño puesto en marcha, un sueño al que se le dedica tiempo y esfuerzo, un sueño que luego puede medirse y palparse y que se convierte en objetivo.
Jordan ya trepó cinco de las más altas montañas incluido el Kilimanjaro, en África, y le falta el pico más alto de la Antártida. Quiere estar en el techo del mundo, una y otra vez. La siguiente misión que se ha impuesto es escalar las montañas más altas de todos los estados de su país. Jordan se hará más hombre y mejor persona cada vez que suba una nueva montaña. ¿Cuál es su objetivo final? Hacer un collar con las pequeñas piedras que él mismo recoja en aquellas cumbres que se enredan con las nubes. Y ese collar, piedra a piedra, será un símbolo de disciplina, de esfuerzo, de cada paso que dio para hacerse más hombre y mejor persona. Y, sin duda, el mejor legado que pueda dejarle algún día a sus descendientes y el mejor ejemplo para sus contemporáneos. Ese collar será su éxito como ser humano.
En estos tiempos, cuando lo sombrío y el pesimismo se cuelan por todas las rendijas, Jordan Romero es una luz. El gran porcentaje de jóvenes sin rumbo, que tanto preocupan a sus padres, justamente no tiene metas. Sin metas vamos perdidos pues es imposible conocerse a sí mismo, saber lo que se quiere y ser capaces de reconocer el propio potencial. Es no tener un proyecto de vida o, lo que es lo mismo, desaprovechar los días que se nos han dado para ser felices, construir, dar el ejemplo y ayudar a mejorar el mundo en que vivimos. Sin metas no se alcanzan los objetivos, es como embarcarse sin saber a dónde iremos, es remar en círculos sin tratar de volver a la playa, llegar a un puerto o alcanzar una isla lejana. Es agotarse por agotarse y simplemente sobrevivir hasta que las fuerzas se acaben. Vivir es saber dónde queremos llegar. Lo mismo que gobernar. Muy fácil es reconocer al político sin rumbo, cuyo discurso está divorciado de su accionar porque no se ha trazado metas ni objetivos (allí están los “comepollos”, los “robaluz” y tantos otros que avergüenzan la política nacional). Nuestras autoridades están para trazar caminos en bien de todos y todas, para trabajar y obtener lo que el país requiere, eliminando los obstáculos. Hay líderes como Jordan que escalan montañas e inspiran a los pueblos a sacar lo mejor de sí, a crecer, pero hay otros como los hermanitos Castro o el insoportable Chávez, por ejemplo, que reman en círculo arrastrando a sus países hacia la nada.
Jordan ya trepó cinco de las más altas montañas incluido el Kilimanjaro, en África, y le falta el pico más alto de la Antártida. Quiere estar en el techo del mundo, una y otra vez. La siguiente misión que se ha impuesto es escalar las montañas más altas de todos los estados de su país. Jordan se hará más hombre y mejor persona cada vez que suba una nueva montaña. ¿Cuál es su objetivo final? Hacer un collar con las pequeñas piedras que él mismo recoja en aquellas cumbres que se enredan con las nubes. Y ese collar, piedra a piedra, será un símbolo de disciplina, de esfuerzo, de cada paso que dio para hacerse más hombre y mejor persona. Y, sin duda, el mejor legado que pueda dejarle algún día a sus descendientes y el mejor ejemplo para sus contemporáneos. Ese collar será su éxito como ser humano.
En estos tiempos, cuando lo sombrío y el pesimismo se cuelan por todas las rendijas, Jordan Romero es una luz. El gran porcentaje de jóvenes sin rumbo, que tanto preocupan a sus padres, justamente no tiene metas. Sin metas vamos perdidos pues es imposible conocerse a sí mismo, saber lo que se quiere y ser capaces de reconocer el propio potencial. Es no tener un proyecto de vida o, lo que es lo mismo, desaprovechar los días que se nos han dado para ser felices, construir, dar el ejemplo y ayudar a mejorar el mundo en que vivimos. Sin metas no se alcanzan los objetivos, es como embarcarse sin saber a dónde iremos, es remar en círculos sin tratar de volver a la playa, llegar a un puerto o alcanzar una isla lejana. Es agotarse por agotarse y simplemente sobrevivir hasta que las fuerzas se acaben. Vivir es saber dónde queremos llegar. Lo mismo que gobernar. Muy fácil es reconocer al político sin rumbo, cuyo discurso está divorciado de su accionar porque no se ha trazado metas ni objetivos (allí están los “comepollos”, los “robaluz” y tantos otros que avergüenzan la política nacional). Nuestras autoridades están para trazar caminos en bien de todos y todas, para trabajar y obtener lo que el país requiere, eliminando los obstáculos. Hay líderes como Jordan que escalan montañas e inspiran a los pueblos a sacar lo mejor de sí, a crecer, pero hay otros como los hermanitos Castro o el insoportable Chávez, por ejemplo, que reman en círculo arrastrando a sus países hacia la nada.
El Comercio, 26 de junio de 2010
No hay comentarios.:
Publicar un comentario