A lo largo de los siglos la agricultura contribuyó a enriquecer la diversidad biológica del planeta, a proteger los ecosistemas y conservar el hábitat de la flora y fauna nativas. Ni bien comenzado el siglo XXI esta misma actividad —hoy intensiva, extensiva, de monocultivo y dependiente de pesticidas— fue señalada como una seria amenaza para el 70% y el 49% de especies de aves y plantas, respectivamente, según la “Lista Roja” de especies en peligro de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por sus siglas en inglés). La destrucción y contaminación de hábitats, asociadas a las actividades agrícolas contemporáneas, es una de las principales causas de pérdida de diversidad biológica o biodiversidad. Hoy se depredan bosques para sembrar un único producto, contaminándose suelos y fuentes de agua superficiales con la serie de venenos usados para combatir las plagas.
Los hombres y mujeres de la antigüedad hicieron las cosas de manera muy distinta: domesticaron las plantas silvestres transformándolas en alimento y crearon no una sino, en algunos casos, miles de variedades de la misma especie. Tomemos por ejemplo la papa —en estado silvestre venenosa—, un tubérculo que forma parte de los cuatro alimentos más importantes de la dieta mundial moderna. En el Perú Antiguo mediante experiencias de campo, selección y cruce se la hizo comestible y hoy exhibimos con orgullo la cifra de más de 3.000 variedades nativas desarrolladas antaño. La agricultura del ayer fue un culto a la tierra, en los campos se cultivaban especies varias (policultivo) y estos se convirtieron en nuevos hábitats, se crearon nuevos paisajes y se respetaron los ecosistemas.
A mediados de los años 90 del siglo XX, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO, investigó e impulsó la agricultura orgánica —actualmente en vertiginoso crecimiento— por constatarse su contribución a frenar la degradación ambiental, a mantener el equilibrio ecológico, a restablecer y aumentar la biodiversidad y permitir a las especies silvestres brindar una serie de importantes servicios ecológicos como “la polinización, el control de plagas y el mantenimiento de la fertilidad del suelo [...] La agricultura orgánica apunta a optimizar la calidad en todos los aspectos de la agricultura y del medio ambiente, mediante el respeto de la capacidad natural de las plantas, de los animales y del paisaje”.
Pese a la crisis económica global, el mercado para los orgánicos ha venido creciendo sostenida y vertiginosamente. Los consumidores han redescubierto los sabores de aquello cultivado de modo natural (tomate con sabor a tomate y no a plástico o a nada) y prefieren una alimentación más sana y segura. La tendencia gastronómica del siglo XXI se enfoca también en lo orgánico, algo para lo que el Perú tiene grandes ventajas comparativas. Y lo mejor de todo: comiendo los sabrosos y saludables alimentos libres de pesticidas y de manipulaciones genéticas podemos contribuir con la conservación de la naturaleza.
Los hombres y mujeres de la antigüedad hicieron las cosas de manera muy distinta: domesticaron las plantas silvestres transformándolas en alimento y crearon no una sino, en algunos casos, miles de variedades de la misma especie. Tomemos por ejemplo la papa —en estado silvestre venenosa—, un tubérculo que forma parte de los cuatro alimentos más importantes de la dieta mundial moderna. En el Perú Antiguo mediante experiencias de campo, selección y cruce se la hizo comestible y hoy exhibimos con orgullo la cifra de más de 3.000 variedades nativas desarrolladas antaño. La agricultura del ayer fue un culto a la tierra, en los campos se cultivaban especies varias (policultivo) y estos se convirtieron en nuevos hábitats, se crearon nuevos paisajes y se respetaron los ecosistemas.
A mediados de los años 90 del siglo XX, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, FAO, investigó e impulsó la agricultura orgánica —actualmente en vertiginoso crecimiento— por constatarse su contribución a frenar la degradación ambiental, a mantener el equilibrio ecológico, a restablecer y aumentar la biodiversidad y permitir a las especies silvestres brindar una serie de importantes servicios ecológicos como “la polinización, el control de plagas y el mantenimiento de la fertilidad del suelo [...] La agricultura orgánica apunta a optimizar la calidad en todos los aspectos de la agricultura y del medio ambiente, mediante el respeto de la capacidad natural de las plantas, de los animales y del paisaje”.
Pese a la crisis económica global, el mercado para los orgánicos ha venido creciendo sostenida y vertiginosamente. Los consumidores han redescubierto los sabores de aquello cultivado de modo natural (tomate con sabor a tomate y no a plástico o a nada) y prefieren una alimentación más sana y segura. La tendencia gastronómica del siglo XXI se enfoca también en lo orgánico, algo para lo que el Perú tiene grandes ventajas comparativas. Y lo mejor de todo: comiendo los sabrosos y saludables alimentos libres de pesticidas y de manipulaciones genéticas podemos contribuir con la conservación de la naturaleza.
El Comercio, 22 de mayo de 2010
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