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sábado, marzo 26, 2011

La reconstrucción del espíritu


“A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde hace millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren, y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil. ¿Sería eso, verdaderamente? ¿Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes?”, escribió el notable escritor argentino Ernesto Sábato.
Estas frases cobran especial relevancia ante la tragedia que asola Japón tras haber sufrido uno de los terremotos más devastadores de la historia.
El gran terremoto nipón –como el de Pisco, Haití, Chile o el que en cualquier momento podría azotar Lima u otro rincón del Perú– es un campanazo que ha despertado las fibras profundas y mejores de lo que somos.
La tragedia ha demostrado la inmensa capacidad que tenemos para compadecernos por el otro, la empatía entre nuestra especie y cómo frente a la adversidad a nadie se le ocurre buscar diferencias sino más bien coincidencias. Es en estos momentos cuando no se entienden las guerras, los abusos al más débil, el atropello a los derechos ciudadanos.
Todo indica que somos bastante más buenos de lo que estamos dispuestos a aceptar o a creer.
“En la bondad –escribe Sábato– se encierran todos los géneros de sabiduría”. Así que si nos la pegamos de sabios, sabias o sabiondos empecemos por revalorar la bondad por la simple razón de que esa –digan lo que digan– es nuestra verdadera esencia. Somos insignificantes ante los designios de la naturaleza, esclavos de ellos, pero justamente es la comprensión de nuestra pequeñez lo que nos debe llevar a ser mejores y a entender cuán unidos estamos como habitantes de este pequeño planeta azul que gira en el cosmos, apenas como un grano de arena.
Ayer mismo nuestro día fue totalmente trastocado por algo ocurrido a miles de kilómetros de distancia: el espantoso sismo japonés desencadenó un tsunami que puso en alerta a toda la costa del Pacífico, incluida la nuestra.
Vías cercanas a las playas fueron cerradas y, por prevención, fueron evacuadas miles de personas de norte a sur y el sol brillaba sobre las playas desiertas.
Si alguien no entendía eso de la “aldea global”, pues aquí está un buen ejemplo: pendientes estuvimos y estamos de lo que podría pasar en nuestro país y pendientes, también, de cómo empezarán los japoneses a tratar de levantarse de los escombros tras un terremoto cuya potencia –a decir de los expertos– ha sido equivalente a la de diez mil bombas atómicas.
Y “lo admirable –como escribió Sábato alguna vez– es que el hombre siga luchando y creando belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil”.
Un planeta hostil que cada tanto nos sacude para despertarnos de la modorra, para que se nos caiga como caspa la soberbia y nos preocupemos más bien por vivir y convivir, en vez de acumular, de mostrar, de exhibir. Pero, como bien dice el escritor argentino, “la vanidad es tan fantástica, que hasta nos induce a preocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados”.
Si alguna lección nos deja la tragedia de Japón, es una de modestia y humildad frente a la naturaleza, esa naturaleza que de diversas maneras nos da el mensaje de que somos poco menos que nada. Creerse algo más es simple ego.


El Comercio, 12 de marzo de 2011

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