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sábado, marzo 26, 2011

¿Y si nos copiamos de Finlandia?


A fines del siglo XIX el Senado de Finlandia contrató los servicios de un experto en temas forestales para enfrentar la creciente pérdida de sus áreas boscosas. Era un hecho: se estaban quedando sin árboles. Arribó entonces a ese país el renombrado barón Edmund von Berg (1800-1874) para aplicar sus conocimientos. Miró, investigó y con brutal sinceridad alemana concluyó: “Los finlandeses han adquirido una gran habilidad en el arte de destruir los bosques […] viven en el bosque y de los bosques, pero por avaricia y estupidez –como la anciana del cuento de hadas– matan la gallina de los huevos de oro”. Lejos de sentirse maltratadas u ofendidas, las autoridades pusieron manos a la obra y para 1886 promulgaron su primera ley forestal bajo el espíritu que aún se conserva de que “el bosque no deberá destruirse, ni deberá utilizarse de tal modo que se imposibilite su regeneración y renovación”. Hoy, 125 años después, Finlandia es ejemplo mundial de manejo sostenible de sus bosques: no hay árbol talado que no sea reemplazado, se dejan en pie los más antiguos para que en sus vigorosas ramas aniden las especies de aves propias del lugar, otros se dejan pudrir sobre el suelo para enriquecerlo y brindar hábitat a los insectos, musgos y hongos que enriquecen la tierra y sirven de alimento a la fauna de cada zona.
Este 2011, declarado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) Año Internacional de los Bosques, vale la pena recordar la figura de Van Berg: el primer estudioso en señalar los beneficios de los bosques, más allá de la pura producción maderera, y la visión de los finlandeses al aceptar e implementar sus recomendaciones, hasta convertirlos en una de las mayores fuentes de riqueza en un país casi cuatro veces más chico que el Perú. Finlandia colabora grandemente con nuestro país y otros de la región para que logremos replicar los altos niveles de excelencia, eficiencia y rentabilidad en el manejo de este recurso diverso y abundante por estos lares. Nos queda, sin embargo, un enorme trecho que recorrer.
El Perú es en esencia un país forestal. El proverbial mendigo no estaba sentado –como se nos quiere hacer creer– sobre un “banco de oro”, sino sobre un tronco de madera no trabajado. Prácticamente el 70% de nuestro territorio es Amazonía, bosques que albergan una asombrosa variedad de fuentes de finas y cotizadas maderas. Somos el país con el segundo bosque más grande de Sudamérica. ¿Qué somos como industria forestal? Menos que nada. Campean la informalidad, la corrupción, las técnicas obsoletas de manejo, el desorden territorial, las explotaciones mineras y petroleras en zonas donde el aprovechamiento óptimo del recurso madera sería más razonable y rentable, los cocaleros ilegales deforestan miles de hectáreas para sembrar sus arbustos y construir sus contaminantes pozas de maceración, se sustituye la valiosa flora nativa por monocultivo de especies foráneas para la producción de aceites y proyectos de biocombustible, en fin, un zafarrancho.
Aquí un par de perlas. Un paseo por Iquitos nos permite apreciar el desprecio por los árboles: un terreno baldío debe ser deforestado, si tiene cobertura paga multa. En esa misma ciudad, puerta de entrada a bosques con intensa actividad extractiva, no se encontrará un gremio de buenos carpinteros capaz de añadirle valor al árbol caído. Y lo mismo ocurre en otras zonas de nuestra Amazonía. El árbol por poco y es exportado con pajaritos, mariposas y todo. ¿Un ejemplo de Finlandia? La mayoría de troncos se convertirán en cotizados muebles. Los bosques han permitido que ese país desarrolle un diseño de avanzada. Y nosotros por acá con la tara del buen José Carlos Mariátegui “ni calco ni copia”. ¿Qué tal si empezamos a copiar lo bueno?


El Comercio, 19 de febrero de 2011

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