El oleaje anómalo que estos días azota la costa peruana es con lo que sueña
una raza particular de peruanos: los y las tablistas. Y mientras en Lima
andábamos abrigados hasta la nariz, preocupados por olas que alcanzaban la pista
del circuito de playas, ellos se escapaban de sus rutinas para no perdérselas.
Esa raza única no sabe de invierno, frío ni horarios, y basta que se corra la
voz de que el mar está crecido para que, en menos de lo que canta un gallo, ya
estén sobre las olas olvidándose de todo lo demás.
No hay que ir muy lejos para ver a hombres y mujeres -de todas las edades y
condición social- convertidos en una extensión misma de las olas, en seres que
parecen haber nacido del y para el mar. Ayer mismo la Costa Verde estuvo
inundada por estos jinetes del oleaje.
Remontar y surcar olas no es nuevo en el Perú. Desde tiempos precolombinos,
es decir al menos cinco mil años atrás, ya se usaban embarcaciones con forma de
media luna (o caballitos de totora) para tales fines. Los antiguos peruanos
salían de pesca, sí, pero gustaron también de ganarle a la reventazón, como se
continúa haciendo hoy en la costa norte, particularmente en Huanchaco, Trujillo.
De hecho deslizarse sobre las olas es parte de las destrezas necesarias para una
buena jornada de navegación y de pesca.
Óscar Tramontana Figallo, en su libro por editar "Cinco mil años surcando
olas", refiere que la navegación en embarcaciones de totora permitió a los
peruanos establecer vínculos con pobladores de otras costas, incluida la
Polinesia y que entre el Perú, Polinesia y Hawái se formó "una suerte de
triángulo cultural que permitió el intercambio de prácticas y rituales". Para
Tramontana "el arte de surcar olas emigró desde nuestras costas hacia la
Polinesia y, posteriormente, a Hawái, donde alcanzó su más alto grado de
perfección". Para él los orígenes de surcar olas "han de buscarse necesariamente
en el Perú".
Los actuales surfistas -herederos de la tradición hawaiana-, han llevado este
arte hasta límites insospechados (terroríficos para el simple observador). Las
raíces del surf (palabra en inglés para oleaje, devenido por uso en navegar) se
remonta a la realeza hawaiana, cuyos integrantes corrían olas con tablas
construidas por ellos mismos.
A finales de los años 30, del siglo pasado, Carlos Dogny Larco trajo la
primera tabla hawaiana, un armatoste de más de 100 kilos y 5 metros de largo.
Era tal el peso, que para poder ingresar al mar tenía que ser ayudado por otra
persona. Y marca otro hito en la historia del surf: en 1942 fundó el Club
Waikiki. Fue el tercer club de tabla creado en el mundo. Hasta ese momento solo
existían uno en Hawái y otro en Australia.
Pero Dogny Larco hizo algo mucho más grande e imperecedero: nos enseñó a
mirar el mar, y difundió en el Perú una práctica de reyes convertida hoy en
deporte de masas, que une e integra.
Estilo de vida
Las grandes aventuras de Carlos Dogny Larco
- Carlos Dogny Larco trabajaba en una firma de Wall Street y jugaba al polo.
Sin embargo, un viaje a Hawái cambió su vida. Después de eso vivió pensando en
el sol y las olas. Cuando vivía en Lima y llegaba el invierno, cogía un avión y
buscaba ese escenario para surfear.
Presencia histórica
El caballito de totora: del pasado al presente
- El uso del caballito de totora se remonta a tiempos pasados, como vemos en
la cultura Moche. Pero también está en el presente: hace 4 años el tablista José
Gómez corrió montado en uno las gigantes olas de Pico Alto.
El Comercio, 10 de julio de 2013
Me gusta saber de Carlos Dogny LArco, siempre supe de El por mi mamá Angélica hija de Genaro Dogny Salgado, quien lo tuvo siempre presente
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