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sábado, mayo 18, 2013

En aguas... ¿se va?

Por primera vez en la historia de esta tres veces contaminada y caótica ciudad, una mujer fue elegida, por voto popular, para ocupar el sillón de Nicolás Rivera el Viejo. Por centurias Lima fue gobernada por hombres, algunos extraordinarios seres humanos y honestísimos en el cumplimiento de sus funciones -como don Federico Elguera o, más cercanamente, Alfonso Barrantes Lingán, el entrañable 'Frejolito'-, y otros cuyo paso por el municipio es preferible olvidar.
El arribo de la carismática Susana Villarán de la Puente trajo una brisa de frescor y se esperaba que renovara el modo de administrar la ciudad, nuestra casa grande. La alcaldesa pierde la oportunidad de demostrar su capacidad como mujer para cambiar el rostro de una metrópoli hostil, desorganizada y excluyente. Con una desaprobación que bordea el 80% y una terquedad a prueba de balas para defender al equipo comprobadamente ineficiente que la ha colocado en la picota de la revocación, Villarán se boicotea ella misma.
Sus defensores parecen sus enemigos y parecen en campaña por si la alcaldesa es revocada por unos vecinos hartos de tanta sonrisa y tan poca eficiencia. La cereza ha sido lo ocurrido en la vera del Rímac, con la filtración y desmoronamiento de un muro. Lima necesita otra cosa: infraestructura que agilice el tránsito, seguridad, campañas de salud para erradicar la tuberculosis, operaciones antidrogas -coordinadas con la policía- para desarticular a las bandas de traficantes que embrutecen a la juventud con el veneno de la marihuana, la cocaína y la pasta.
En esta columna me he pronunciado en contra de la revocación de Villarán. Se trata de una figura de la democracia directa que al entender de esta columnista solo genera más caos, allí donde se necesita orden, y pérdida de respeto con las autoridades democráticamente elegidas. Es deber, además, de los vecinos ayudar a sus autoridades, apoyarlas por el bien de todas y todos, pero esta señora es un hueso duro de roer: sorda a la crítica constructiva, ciega para reconocer la incompetencia de la gente que la rodea, incapaz de reflexionar por qué los limeños la quieren en su casa y no en el municipio. Desde su cargo parece más preocupada por construir una plataforma política para el 2016 que cumplir con las tareas para las cuales fue elegida. Y ahora dedica tiempo y esfuerzo en montar operaciones de agitación y propaganda contra su revocación, lejos de comportarse a la altura de su cargo. Al año del patético episodio del 'olón' de La Herradura, el Rímac ha hablado. Escuche al río, alcaldesa, para no irse en aguas.

Martha Meier M. Q
Editora de Fin de Semana y Suplementos

El Comercio, 29 de diciembre de 2012






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