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sábado, diciembre 22, 2012

Qué verde era mi techo

Las azoteas son espacios desde donde se pueden repensar y recrear las ciudades. Utilizadas adecuadamente ayudan a recuperar los espacios agrícolas y áreas verdes sepultados por la urbanización caótica y desenfrenada. Esos altos lugares, tradicionalmente usados como depósito, tendedero o para nada, pueden contribuir con la seguridad alimentaria, la nutrición, el goce estético y brindar buenas oportunidades de negocios. En el Tema del Día [A2], se difunden algunas experiencias basadas en este concepto, una de ellas desarrollada en el tradicional distrito de Lince. Ese proyecto, en particular, demuestra cómo los techos limeños pueden convertirse en espacios de cultivo de alimentos, cuando no en fragantes jardines, como ocurre ya masivamente en otros puntos del planeta: desde favelas en Río de Janeiro hasta rascacielos en Nueva York, pasando por techos otrora abandonados en La Habana. Pero estamos aquí, en esta tres veces coronada y contaminada villa, donde el doctor Fortunato Martín Príncipe Laines –alcalde de Lince por Unidad Nacional (UN)– ha logrado la primera cosecha de lechugas de los techos de medio centenar de casas de su distrito. Príncipe Laines, médico patólogo en sus cuarenta, parece haber comprendido que las ciudades del siglo XXI requieren menos discursos y bastante más acción para encaminarlas por la senda del desarrollo sostenible. A las peruanas y peruanos los cultivos urbanos no deberían llamarnos la atención pues es una tradición milenaria dejada de lado. Tomemos en cuenta solamente la llacta [ciudad] inca de Machu Picchu con su zona residencial rodeada de andenes, donde sus habitantes cultivaron gran parte de lo que requería su dieta.
Sabemos que para el 2025 bastante más del 60% de la población mundial vivirá en urbes, y que en América Latina 85% de esa población será pobre. La Lima del bicentenario (2021) será una ciudad de alta densidad demográfica. Según los expertos, se extenderá desde Huacho hasta Cañete. Si queremos que esta creciente ciudad sea habitable, respirable y tolerable, es tiempo de empezar, literalmente, a sembrar.
Para los planificadores, los techos y azoteas verdes son fundamentales para garantizar el abastecimiento de alimentos, medios sostenibles de subsistencia y vecindarios más integrados, productivos, saludables y competitivos. Para la FAO, la agricultura urbana, en techos y azoteas (jardines comunales), ayuda a combatir la pobreza y la desnutrición infantil, de manera barata y con alto rendimiento. Es una convivencia lógica y necesaria en un entorno de crecimiento demográfico e imparable explosión y expansión urbanas que aleja los alimentos frescos, orgánicos y no contaminados de los ciudadanos, encareciéndolos.
Una azotea verde mejora definitivamente la calidad de vida, purifica y reequilibra el ambiente y crea espacios productivos o de recreación en contacto con la naturaleza. Lima necesita más verdor y menos ardor político.



El Comercio, 17 de noviembre de 2012



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