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martes, octubre 11, 2011

Tala ilegal destruyó más del 23% de bosques entre Piura y Huancabamba



La tala ilegal y el sobrepastoreo amenazan el ecosistema. Cubren Tumbes, Piura, Lambayeque y el norte de La Libertad

Esto no es asunto nuevo, lo nuevo es que el problema se está agudizando pese a que las autoridades insisten en que hacen todo lo posible para el tráfico de las maderas. El paisaje no miente. Grandes extensiones de los bosques de la costa norte –los llamados bosques secos tropicales– han sido taladas indiscriminadamente. Eso se ve. Y se hace para abastecer el mercado de leña y carbón. El algarrobo, por ejemplo, termina en los restaurantes parrilleros y de brasas. Como quien dice, en humo se va el bosque mientras a los comensales poco les importa. ¿Y las autoridades? Seguramente saboreando el gusto dulzón de las carnes cocidas con el fuego de esos abatidos árboles. La deforestación se da, también, para habilitar nuevas zonas agrícolas, por el sobrepastoreo del ganado (muy dañinas son las devastadoras mandíbulas de las insaciables cabras). En Piura, el bosque está desapareciendo ante nuestros ojos, a un ritmo de 18 mil hectáreas anuales.

MADERA CLANDESTINA
Las especies más afectadas por la tala ilegal son el algarrobo, zapote, palo santo, faique, hualtaco y guayacán; estas engordan los bolsillos de los traficantes. La falta de vigilancia y control en bosques y carreteras permite que sean transportadas en todo tipo de vehículos, incluidas mototaxis, hacia diversos puntos del norte del país. La escasa coordinación entre las comunidades para proteger sus bosques y la poca comprensión de su valor ecológico y los servicios ambientales que brindan: barrera contra el desierto, albergue de aves para promover el ecoturismo, protección de suelos, fuente de alimento, hogar de fauna diversa, entre otros, son factores que juegan en contra del verdor. No faltan, por supuesto, las autoridades que sin verificar el área la concesionan –para reforestación o agricultura–, como si fueran eriazas.

DESIERTO VERDE
En la costa norte del Perú se conserva una considerable extensión –cerca de dos millones de hectáreas (1’793.860)– del Bosque Seco Ecuatorial. El Santuario Histórico Bosque de Pomac, establecido en el 2001 en lo que fue la Zona Reservada de Batán Grande, es indudablemente la muestra más representativa y emblemática de este fascinante ecosistema. En el ámbito mundial, es considerado un área prioritaria para la conservación, ya que a sus riquezas ecológicas se suman valiosos restos arqueológicos como el complejo de pirámides más numeroso de Sudamérica. Esta área protegida de 5.887,38 hectáreas en Ferreñafe, Lambayeque, fue el centro de la cultura Sicán. Ni esto la salva de la amenaza frente a un sistema nacional de áreas protegidas que no cuenta con los recursos ni el personal suficiente para una adecuada vigilancia.

HOGAR ABATIDO
La desaparición de las últimas extensiones del Bosque Seco Ecuatorial significa la pérdida del sustento de especies de flora y fauna. La disminución de ciertas especies de fauna –que ayudan a dispersar las semillas– significa la contracción del propio bosque. Tomemos como ejemplo al hermoso venado de cola blanca o a la ardilla de nuca blanca. Estos animales se alimentan de vainas o frutos de esos árboles, recorren amplias zonas y dejan en sitios alejados “sus quehaceres de intestino”, “la honrosa depuración”, como diría el inmortal poeta José Watanabe, trasladando así el germen de un nuevo árbol que puede y debe contribuir efectivamente al desarrollo sostenible rural, sobre la base de la conservación.

EN PUNTOS
Los bosques albergan diversidad de aves: la pava aliblanca, loros de frente roja, la paloma peruana blanca y el zorzal de dorso plomo, son algunas de las especies que allí habitan.

Mamíferos: la supervivencia del oso de anteojos, la ardilla, el zorro de Sechura, el zorrino hocico de cerdo, el puma, el venado cola blanca, el sajino, la iguana, entre muchos otros, depende de la conservación del bosque norteño.

LA CIFRA
543.872
Hectáreas han sido deforestadas en los últimos treinta años.

El Comercio, 19 de setiembre de 2011

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