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jueves, mayo 28, 2015

La casa de la hembra alfa


Hoy se recuerdan 60 años de la muerte de Frida Kahlo. La artista nació y murió en una casa de Coyoacán pintada de color azul cobalto. Esa casa fue testigo de amores, fiestas y tragedias, y es ya una leyenda.



*Atravesar el umbral de la Casa Azul es sumergirse en la particular cosmovisión de Frida Kahlo. La primera visión es un patio donde se respira el aire de la cultura popular mexicana. Ese patio es un corazón poblado de vegetación, figuras prehispánicas, expresiones del arte popular e infaltables ofrendas florales.
Hoy la "casa" es un museo -el quinto más visitado de México- dedicado a conservar el mundo raro de la atormentada pintora Frida Kahlo (1907-1954); esa mujer que es la expresión máxima de la noción de hembra alfa: brillante, rebelde, seductora y coleccionista de amantes, ante la que caían -como fulminados por un relámpago-, hombres y mujeres.

Lo femenino
Sobre Frida escribió Carlos Fuentes: "Madre envuelta en falda de serpientes, muestra su cuerpo lacerado y sus manos ensangrentadas como otras mujeres muestran sus broches [...]. Es Frida Kahlo diciéndole a todos los presentes que el sufrimiento no marchitaría, ni la enfermedad haría rancia, su infinita variedad femenina". Fue en su novela "Los años con Laura Díaz" (Alfaguara, 1999) donde comprendía su espíritu como el de Coatlicue, la diosa azteca de la fertilidad, patrona de la vida y la muerte, y guía del renacimiento.

Morir temprano
Frida murió a los 47 años en la misma casa azul donde había nacido. "Espero alegre la salida y espero no volver jamás", fue lo último que escribió en su diario, sabiéndose a puertas de la muerte.
Una vida corta, pero intensa. Fugaz, pero productiva. Una existencia marcada por la alegría y la fiesta, pese al dolor físico y emocional: la polio la atacó de niña deformándole las piernas, luego un accidente de bus la dejó paralizada, atada a una cama y a una silla de ruedas. Postrada en esa casa azul empezó a pintar convirtiéndose en ícono del arte del siglo XX.

Comunistas unidos
La Casa Azul de Coyoacán fue el centro gravitante de buena parte de la intelectualidad de izquierdas de aquellos años. Después de todo allí vivía con su marido Diego Rivera, el mejor pintor de aquellos tiempos.
La pareja era inusual, ella menuda y frágil; él excéntrico, inmenso como un oso. Se casaron en 1929, pero eso no fue obstáculo para que ambos establecieran otros amoríos.
En su novela "El hombre que amaba a los perros" (Tusquets, 2009) el cubano Leonardo Padura recrea el tiempo en que Rivera, Kahlo y el líder comunista ruso León Trotsky (y su mujer Natalia) convivían bajo el mismo techo de la Casa Azul, enredados en amoríos entre ellos.
Las páginas de Padura parecen ficción, pero en esa casa pasó literalmente de todo y pasaron casi todos: desde el poeta ruso Maiakovski, según narra el novelista español Juan Bonilla (1966) en "Prohibido entrar sin pantalones" (Seix Barral, 2013), hasta Pablo Neruda y André Breton. Para este último "El arte de Frida Kahlo de Rivera es una cinta alrededor de una bomba". Breton como Trotsky cayó rendido ante los encantos de Kahlo, y a ella nada la inhibió de juguetear con todos los cuerpos.
Esa libertad, sus dolores crónicos, su alma y pinturas sufrientes y su intento de mantener la alegría, fueron el proceso de construcción de su propia identidad.

Modelo de muchos
Esa casa fue visitada, además, por los fotógrafos más célebres que buscaban departir con el ya muy famoso Diego Rivera. La sorpresa de todos era grande al encontrarse con la misteriosa Frida, que cumplía a la perfección y con gusto su rol de anfitriona.
Poco a poco su figura empezó a interesarle a fotógrafos de la talla de Man Ray, Nickolas Muray (uno de sus amantes), Edward Weston, Tina Modotti, entre otros.
La historia de la fotógrafa Modotti fue recreada por Elena Poniatowska en su novela "Tinísima" (Era, 1992), recorrido íntimo de una vida tocada por el arte, la militancia estalinista y el amor, disputándose el alma y el cuerpo de una mujer.
Muchos aseguran que Modotti y Frida vivieron un romance, y que la fotógrafa convertida en agente del estalinismo la introdujo en los círculos comunistas mexicanos. Se dice, también, que gracias a Modotti habría Frida conocido al muralista Rivera.

Risa atrapada
Los muros de la Casa Azul hablan, en ellos resuenan las carcajadas de Frida, su voz ronca y las palabrotas que gustaba soltar para ver qué efecto causaban.
La hembra alfa sigue allí, sin duda. Su espíritu está encerrado en el azul porque Diego Rivera dejó claramente expresado en su testamento que ningún objeto personal saliera jamás de esos muros de la casa de Coyoacán.


Martha Meier MQ. 
Editoral Central

El Dominical, 13 de julio de 2014

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