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jueves, agosto 11, 2011

Los transgénicos no son la solución

El Perú podría convertirse pronto en territorio libre de transgénicos. Dos nuevas y calificadas voces se han sumado al coro de peruanos preocupados por los efectos que podría tener el ingreso de esos cultivos sobre nuestros ecosistemas, la biodiversidad y la salud de la población: el doctor Ricardo Giesecke y el ingeniero Miguel Caillaux, físico el uno, ganadero el otro y ambos acertadamente nombrados por el presidente Humala como sus ministros. Giesecke en la cartera del Ambiente y Caillaux en la de Agricultura se han manifestado a favor de la moratoria que impide el ingreso de semillas genéticamente modificadas con fines agrícolas, por diez años. Esto es una buena noticia.
No se exagera ni atemoriza en vano al decir que el polen de esos cultivos ‘Frankenstein’ contaminará a diversas especies de flora silvestre y domesticada. Los agentes polinizadores –abejas, aves, mariposas– hacen lo suyo y también el viento. Muestra del poder dispersor del viento es que en el suelo de la Amazonía se ha identificado arena del desierto del Sahara, en África, arena que ‘vuela’ y cruza el Atlántico impulsada por el viento.
Esto, claro, le interesa poco menos que un rábano a los lobbies de los emporios que han desarrollado transgénicos en sus laboratorios. Un argumento utilizado para sensibilizar a su favor es que tales cultivos solucionarían el hambre. Así tratan de generar sentimientos de culpa y erigir en villanos a quienes proponen (proponemos) que la seguridad alimentaria se base en una agricultura diversificada, en productos locales, en una cadena de grandes y pequeños agricultores orgánicos, en la conservación de la biodiversidad y en una distribución adecuada de los alimentos. Vale la pena recordar que en el 2008, de la noche a la mañana, los precios de los alimentos se dispararon y se desencadenó una hambruna, pero ese mismo año la producción agrícola fue suficiente para que cada habitante accediera a 2.700 calorías diarias. El problema no es, pues, el rendimiento, sino el acceso y la distribución. En el Perú, toneladas de frutas y otros productos alimenticios terminan pudriéndose a falta de caminos, una adecuada cadena logística de transporte o centros de procesamiento en los sitios de origen. Para mantener los precios se ha llegado al extremo de quemar toneladas de pollo o verter el exceso de producción lechera en los ríos. El hambre no es, pues, resultado de la falta de alimentos, porque persiste hasta cuando hay excedentes. Amartya Sen ganó su Nobel de Economía demostrándolo: las hambrunas ocurren aunque haya comida, porque la gente no puede comprarla. La realidad descrita por Sen no la cambiarán los transgénicos.
Brasil, por ejemplo, un país que viene erradicando velozmente el hambre, no se apoya en la soya transgénica por la que ha deforestado buena parte de su selva. Recurre en cambio a los pequeños agricultores para su exitoso programa escolar de nutrición: al menos 30% de esos alimentos deben ser adquiridos de los campesinos más pobres, cuya producción difícilmente llega a algún mercado. El lulista Fome Zero tan aclamado no se diseñó pensando en los grandes campos de transgénicos sino en los pequeños parceleros que cultivan productos locales y conservan la agrodiversidad.
Una de cada siete personas en el mundo –algo más de mil millones– pasa hambre y cada diez segundos un niño o niña muere por este flagelo (más que todas las muertes sumadas por sida, TBC y malaria). Es un acto civilizador garantizar el acceso a la comida, esa garantía solo nos la dará la biodiversidad. Cary Fowler es el gran defensor de ella. Un gringo lindo y loco que impulsó la creación bajo la nieve del círculo ártico noruego de la bóveda que guarda el mayor tesoro de la humanidad: semillas de los principales cultivos comestibles. Él está convencido de que solo la biodiversidad salvará al planeta en caso de una hambruna global.
Hace cerca de cuatro décadas, el académico Jack Carlan explicó que la diversidad de los cultivos era el “recurso genético que se interpone entre nosotros y la hambruna catastrófica a un grado que no podemos imaginar”. En la biodiversidad, pues, está la seguridad alimentaria mientras que los cultivos transgénicos (genéticamente exactos y por ello más vulnerables) el potencial de un desastre ambiental y social, sin precedentes. Como dice el príncipe Carlos de Inglaterra, “no cuenten conmigo para eso”.



El Comercio, 06 de agosto de 2011

Lo verde en los próximos cinco años



Considera necesaria la moratoria –no ingreso al país– de los cultivos transgénicos por los próximos diez años. Apuesta por el uso del gas para desalinizar el agua marina y asegurar un insumo esencial para la vida y el crecimiento de la agroexportación, sin tropiezos, en el escenario de incertidumbre climática que se vive globalmente. Cree en el valor del bosque en pie y en los múltiples servicios ambientales que brinda. Conoce las herramientas y programas internacionales para que un árbol, en que anidan las aves y cuyas hojas fijan el gas invernadero dióxido de carbono (CO2), genere tanto o más dinero que uno convertido en tablón, al mismo tiempo sabe que en un país con tanta riqueza forestal hay que desarrollar industrias conexas. Confía en que podrá encauzar la minería informal para evitar la degradación ambiental y que con tecnología apropiada el millón de familias que dependen de esta actividad podrá trabajar sin destruir ni contaminar, en áreas donde a las grandes mineras no les resulta atractivo invertir. Es un convencido de que el Ministerio del Ambiente debe tener más autoridad y ser transversal, pues le parece inoportuno –como al resto de peruanos preocupados por la conservación– que sean los mismos ministerios que promueven una determinada actividad los que aprueben los estudios de impacto ambiental, EIA. Apuesta por la promulgación de una ley obligatoria de consulta para evitar mayores conflictos socioambientales.
¿Quién es este personaje decidido a pintar de verde nuestro futuro? El doctor Ricardo Giesecke Sara-Lafosse, físico de la Universidad Nacional de Ingeniería, UNI, con un amplio currículo en el sector público. Ha sido, entre otros, director general de la Oficina de Planeamiento, Presupuesto, Estadística e Informática del Ministerio de Energía y Minas durante el gobierno de Alejandro Toledo; jefe de la Unidad de Cambio Climático del Conam en el gobierno de Alan García; viceministro de Energía; director y gerente general de Petro-Perú, director ejecutivo de Provías-Nacional; presidente del Consejo Directivo del Programa Nacional de Asistencia Alimentaria, Pronaa, y más. Así que al caballero le sobra experiencia en temas de gestión y conoce a fondo los temas energéticos, de infraestructura de caminos y de asuntos climáticos, lo que abarca estudio del deshielo de glaciares, proyecciones sobre la disponibilidad de agua, conservación de bosques, entre otros asuntos verdes.
En la última campaña electoral Giesecke fue vocero “ecológico” de Gana-Perú (el hoy partido de gobierno) y, por suerte, el presidente Humala ha tenido el tino, la lucidez, la epifanía, de hacerlo su ministro del Ambiente. Ahora, esperemos que le haga caso. Si logra convencer al flamante presidente de que se ponga en práctica lo que sabe, conoce y predica, el científico logrará sentar, por fin, las bases de las que depende el desarrollo sostenible. El doctor Giesecke dijo –en una entrevista radial con el también físico Modesto Montoya– tener “el corazoncito a la izquierda”. ¿Importa eso? ¡No! Como no debería importar tenerlo al centro, a la derecha o en cualquier otro lado, si lo que se va a hacer es favorable para el destino del país. Dijo también “todos somos un poquito antisistema en lo que a ciencia y tecnología respecta”. ¿Y cómo no serlo, verdad, si en el Perú ya desde hace mucho esas palabras han sido olvidadas por políticos de todas las tiendas? ¿O alguien recuerda a algún legislador en huelga de hambre o encadenado a las rejas del Congreso por la falta de apoyo al desarrollo científico-tecnológico o, por lo menos, hablando del tema mientras comen pollos, matan perros o les lavan los pies? Aquí hay otro punto a favor del nuevo ministro: será –acuérdense– un avispón verde zumbando en los consejos de ministros para impulsar este tema, tan vital y tan postergado desde hace ya demasiado. “Ecológico”, conocedor y promotor de la ciencia amigable con el medio ambiente, amén de comprobada y certificadamente honesto.
¿Qué más podía pedirse? Parece que se vienen buenos tiempos en lo que a la cuestión ambiental se refiere. ¡Al fin!

La hoja de ruta que necesitamos

Parece que en el Perú requerimos una globalización interna, un tratado de libre comercio con nosotros mismos, una visión compartida como la que tenemos con los socios extranjeros. Es un hecho que Lima se comunica mejor con la gente de Peru, Nebraska –y hasta parece que les simpatizamos– que con los comuneros de Bagua o de Juliaca. Si algo campea por esta tierra es la incomunicación y la falta de un proyecto conjunto.
En su visita del jueves a El Comercio el saliente presidente Alan García recordó que en los últimos ocho años el Perú, porcentualmente, ha crecido económicamente más que Brasil y que Chile; y no solo esto, después de Uruguay, somos el segundo país en Latinoamérica con la menor brecha social. A la luz de estos alentadores datos, ¿cómo entender los múltiples conflictos sociales y ambientales? Ocurre que medimos muy bien los números del crecimiento y muy mal los de la degradación ambiental y la desconfianza, generadas por los grandes proyectos que sustentan ese crecimiento. Algo definitivamente marcha mal.
El libro “El desarrollo sostenible: una visión de futuro”, cuyos autores son el ingeniero Jorge Lescano Sandoval y la doctora Lucía Valdez Sena, personajes de reconocida talla intelectual y moral, nos muestra que tenemos a mano las herramientas para revertir esta situación. Se trata de un valioso aporte de la Universidad Nacional Federico Villarreal, presentado ayer, en el que ambos, nadando tercamente a contracorriente, persisten en la difusión de los conceptos de desarrollo sostenible y su implementación en nuestro medio.
El libro debería ser de lectura obligada para las autoridades y empresarios, a ver si de una vez comprenden de qué se trata esto. Lescano y Valdez reúnen información relevante, de modo resumido, ordenado y comprensible en imprescindible texto de consulta. Esta es la hoja de ruta que el Perú requiere.
El desarrollo sostenible –explican los autores– se apoya sobre pilares fundamentales como la solidaridad intrageneracional, las necesidades esenciales de los más pobres y las limitaciones que impone el ambiente para satisfacer las urgencias presentes y futuras. Sin entenderlo, ¿dónde terminaremos? El doctor Edwin Vegas Gallo, rector de la Universidad Villarreal, expresa en la presentación que el libro es una “contribución para el sector público, privado y la sociedad civil en el desarrollo sostenible del Perú”. Y el master en ciencias Dagoberto Sánchez Mantilla, también vinculado con el rectorado de dicha universidad, afirma que “existe una confusión generalizada entre lo que es el ambiente y el desarrollo sostenible, impidiendo que existan políticas y estrategias a favor del desarrollo sostenible”. Esto es cierto, tan cierto como que los primeros “confundidos” son las autoridades. ¡Socorro! Los encargados de gobernarnos, de dar las nuevas leyes, de señalar el camino que seguirá el Perú no tienen idea sobre el tema.
El desarrollo sostenible –lean bien, autoridades, por favor– propone integrar: desarrollo social, economía y protección ambiental. Así de simple. Tres factores íntimamente ligados que terminan siendo uno. Sus metas son: erradicación de la pobreza, paz, estabilidad, respeto por los derechos humanos, las libertades y la diversidad cultural, como lo recuerdan Lescano y Valdez. ¿Alguien puede estar en desacuerdo? Probablemente una gavilla de orates.
Theodore Roszak, director del Instituto de Ecopsicología de la Universidad de California, en Hayward, escribió “La Naturaleza de la Cordura”. En ese artículo califica de “locura” la degradación ambiental que padecen nuestros ecosistemas. “Infligir daños irreversibles a la biosfera podría parecer la forma más obvia de esta locura. Pero cuando revisamos la literatura psiquiátrica del mundo occidental moderno, no encontramos ninguna categoría semejante a locura ecológica”, escribió. Aunque no esté catalogada, ese tipo de enfermedad mental, parece común y muy contagiosa entre las altas esferas del poder (y con las leyes antinatura que evacúan nuestros queridos congresistas, sin importar del otorongo el pelaje), diríase que el Palacio Legislativo es el manicomio más bonito del país.
Esperemos que los “eco-sociópatas” con poder de decisión, le den una mirada a “El desarrollo sostenible: una visión de futuro”. Con suerte nuestros gobernantes recuperarán la cordura verde y, por fin, avanzaremos sin arrollar, es decir des-arrollaremos.


El Comercio, 16 de julio de 2011

¿Cebiche en Puno?

“Lima está más alejada del Perú que Londres, si bien en ninguna parte de América se peca por exceso de patriotismo, no conozco lugar en que este sentimiento sea más apagado”, advertía el barón Alexander von Humboldt en carta de 1803.
Estas frases cobran especial vigencia ahora que Puno arde y el Ejecutivo tiene a bien decretar el 28 de junio como Día del Cebiche. Mientras el descontrol y la violencia imperan en varios puntos del departamento altiplánico, cobrando invalorables vidas y a Puno no llega turista alguno, el Ministerio de la Producción se dedica a declarar el cebiche como plato de bandera.
Lo que se espera del Poder Ejecutivo es una acción para recuperar el orden y resolver un conflicto que ya parió varios otros, y con nuevos protagonistas, gracias a la inexplicable inacción del gobierno del doctor Alan García Pérez a lo largo de 42 días.
Puno, es bueno recordarlo, es la segunda región con la mayor cantidad de hectáreas concesionadas. Para tener una idea: las concesiones mineras pasaron de 433.321 hectáreas en el año 2002 a 1’643.746 en el 2010. Es decir un crecimiento de 279%. ¿Alguien en su sano juicio podía pensar que esto no iba generar problemas, antes que después?
La población aimara y quechua está siendo constantemente desinformada por azuzadores profesionales. Lógico resulta que los pobladores perciban la proliferación de concesiones como una potencial amenaza ambiental. La mayor parte de las actuales exploraciones mineras puneñas está vinculada al uranio. Se padece una creciente y contaminadora minería informal (motivo de una de las protestas) y, además, hay dos lotes petroleros ni más ni menos que en el lago Titicaca. Pese a que la Constitución prohíbe el otorgamiento de concesiones a empresas extranjeras, en un rango de 50 kilómetros de la frontera, varias empresas extranjeras tienen concesiones en dichas zonas.
Tan importantes decisiones son adoptadas en Lima por personas que –las más de las veces– desconocen los sitios, sobre mapas desactualizados y sin respetar la vocación de las tierras y su relación con las poblaciones. Vamos, y tomar una decisión que compete a Puno en la capital sabiendo –como bien decía Von Humboldt– que “Lima está más alejada del Perú que Londres”, no parece lo más adecuado.
Muy locuaz es nuestro actual presidente, pero su gobierno ha sido incapaz de articular una campaña de comunicación coherente que contrarreste la agitación y propaganda en la zona, y calme al inmenso grupo de pobladores que no se ha plegado a ninguna de las diferentes protestas. Un grupo que quiere y requiere seguir con sus trabajos y sus vidas, pero que se ve amenazado y asustado por un puñado de “dirigentes”.
A pocas semanas del cambio de gobierno, el saliente se ha graduado con honores de “incomunicador” profesional.
La presidenta del Consejo de Ministros, doctora Rosario Fernández, cree que con tres papelitos en la mano cuyo texto aparecerá publicado en el diario oficial “El Peruano” se acabó el lío. Esas leyes, supuestamente, responden a las preocupaciones de uno de los grupos de la población alzada. Hay más.
Lo más curioso –en esta etapa predía del cebiche– es que las autoridades hablan desde Lima y para Lima. Negocian un tema sin saber que hay grupos con otras demandas. ¿No sería oportuno realizar una sesión de Consejo de Ministros en Puno para dar señales claras a la población? ¿El “día del cebiche” es el mensaje? Decía Humboldt que en Lima “un egoísmo frío gobierna a todos y lo que no perjudica a uno no incumbe al otro”. Que le caiga bien su cebiche, doctor García.


El Comercio, 25 de junio de 2011