“Necesito del mar porque me enseña: /no sé si aprendo música o conciencia:/no sé si es ola sola o ser profundo/o solo ronca voz o deslumbrante/suposición de peces y navíos [...]”, escribió el chileno Pablo Neruda en su poema “El mar”. Para los representantes de Santa Sofía Puertos, de capitales peruano-chilenos, estos versos deben resonarles ingenuos. Ellos necesitan del mar porque quieren construir un puerto y hacer negocios, poniendo en jaque la subsistencia de una de las más hermosas bahías de América del Sur, una zona con una historia que se remonta a más de cuatro mil años y que está enraizada en el alma de miles de familias limeñas, generación tras generación. Eso, por supuesto, a estos señoritos empresarios les importa un rábano, lo mismo que los versos de Neruda, comunista para colmo de colmos. Otros lenguajes habrá que usar entonces. ¿Quizá un eslogan publicitario?: “Hay cosas que no tienen precio, para todo lo demás está Mastercard”. A ver si ahora queda claro: todo lo que está en riesgo por el proyecto del malhadado puerto “no tiene precio”.
Un grupo de delfines nadando en quietas aguas, acercándose al muelle para alimentarse de las sobras de pesca. ¿Cuánto cuesta esa visión? ¿Cuánto vale la paz y tranquilidad de una bahía de vocación turística; de un pueblo cuya vida gira calma en torno a la pesca artesanal; de hombres que tejen sus redes como lo hicieron sus padres y sus abuelos, y los padres y abuelos de estos, y que han progresado y avanzado a su aire y a su ritmo? ¿A cuánto –según Santa Sofía–sale el kilo de vendedoras de pescados frescos en el muelle, mujeres capaces de convertir cualquier especie atrapada en el día en deliciosos potajes? ¿Cuánto creen que podrían costar los destinos de los marisqueros que llevan en la sangre una insólita capacidad para sumergirse en busca de sus tesoros bivalvos o la seguridad de los cientos de niñas y niños que han encontrado un hogar en la climática de la Unión de Obras?
Ancón no es ese puerto que se han empecinado en construir allí donde podrían –con el aplauso de todos– invertir en hoteles, en espacios de recreación, turismo vivencial, observación de especies marinas, proyectos de conservación y piscicultura o la puesta en valor de casonas que datan de los primeros años de la República. Ancón no es simplemente un lugar; para miles de familias de los más diversos sectores socioeconómicos de la capital es un sentimiento, un estado de ánimo, algo memorable.
Hace cuarenta siglos un grupo de pescadores precolombinos se asentó en la bahía que hoy miles de familias tratan de defender del puerto. La importancia de Ancón desde tiempos pretéritos, como sitio de intercambio comercial con los Andes y con otros puntos de la costa, está ampliamente documentada y puede apreciarse en el Museo de Sitio a cuya creación se abocó durante décadas Alejandro ‘Jan’ Miró Quesada Garland, codirector general de nuestro Diario.
Cuando algo está bien y es bueno para todos, hay consenso, armonía. Cuando un proyecto genera discordia es que el asunto tiene consecuencias negativas. Y si para concretar ese proyecto se recurre a engañar, a crear falsas expectativas, a mentir y a pretender desacreditar a todos aquellos que creemos “que hay cosas que no tienen precio”, la cosa de hecho es perversa. La “inversión” no es excusa para afectar de manera irreversible este espacio natural. Por beneficiar a un solo grupo empresarial no puede ponerse en riesgo la concesión del terminal norte del Callao, que generaría al país varios miles de millones de dólares, siempre y cuando no tenga un puerto competidor a escasas millas, como sería el caso.
El borrador del Estudio de Impacto Ambiental, EIA, del puerto ya estaría demostrando los estragos socioambientales que causará. Como bien decía Wolfgang Rotkegel, alcalde de la comuna alemana de Zehlendorf, en Berlín, allá por los años setenta: “El desarrollo conseguido a costa del ambiente no es progreso sino retroceso”.
Un grupo de delfines nadando en quietas aguas, acercándose al muelle para alimentarse de las sobras de pesca. ¿Cuánto cuesta esa visión? ¿Cuánto vale la paz y tranquilidad de una bahía de vocación turística; de un pueblo cuya vida gira calma en torno a la pesca artesanal; de hombres que tejen sus redes como lo hicieron sus padres y sus abuelos, y los padres y abuelos de estos, y que han progresado y avanzado a su aire y a su ritmo? ¿A cuánto –según Santa Sofía–sale el kilo de vendedoras de pescados frescos en el muelle, mujeres capaces de convertir cualquier especie atrapada en el día en deliciosos potajes? ¿Cuánto creen que podrían costar los destinos de los marisqueros que llevan en la sangre una insólita capacidad para sumergirse en busca de sus tesoros bivalvos o la seguridad de los cientos de niñas y niños que han encontrado un hogar en la climática de la Unión de Obras?
Ancón no es ese puerto que se han empecinado en construir allí donde podrían –con el aplauso de todos– invertir en hoteles, en espacios de recreación, turismo vivencial, observación de especies marinas, proyectos de conservación y piscicultura o la puesta en valor de casonas que datan de los primeros años de la República. Ancón no es simplemente un lugar; para miles de familias de los más diversos sectores socioeconómicos de la capital es un sentimiento, un estado de ánimo, algo memorable.
Hace cuarenta siglos un grupo de pescadores precolombinos se asentó en la bahía que hoy miles de familias tratan de defender del puerto. La importancia de Ancón desde tiempos pretéritos, como sitio de intercambio comercial con los Andes y con otros puntos de la costa, está ampliamente documentada y puede apreciarse en el Museo de Sitio a cuya creación se abocó durante décadas Alejandro ‘Jan’ Miró Quesada Garland, codirector general de nuestro Diario.
Cuando algo está bien y es bueno para todos, hay consenso, armonía. Cuando un proyecto genera discordia es que el asunto tiene consecuencias negativas. Y si para concretar ese proyecto se recurre a engañar, a crear falsas expectativas, a mentir y a pretender desacreditar a todos aquellos que creemos “que hay cosas que no tienen precio”, la cosa de hecho es perversa. La “inversión” no es excusa para afectar de manera irreversible este espacio natural. Por beneficiar a un solo grupo empresarial no puede ponerse en riesgo la concesión del terminal norte del Callao, que generaría al país varios miles de millones de dólares, siempre y cuando no tenga un puerto competidor a escasas millas, como sería el caso.
El borrador del Estudio de Impacto Ambiental, EIA, del puerto ya estaría demostrando los estragos socioambientales que causará. Como bien decía Wolfgang Rotkegel, alcalde de la comuna alemana de Zehlendorf, en Berlín, allá por los años setenta: “El desarrollo conseguido a costa del ambiente no es progreso sino retroceso”.
El Comercio, 28 de noviembre de 2010
El Comercio, 28 de noviembre de 2010
Señorita Martha:
ResponderBorrarSoy un universitario que quiere lo mejor para Ancón, por eso le escribo estas líneas:
Es fácil criticar y bloquear como usted lo hace en el diario El Comercio una iniciativa empresarial desde su cómoda casa en Surco o La Molina que muy probablemente usted posea y que viene a Ancón solo los fines de semana a subirse en su yate para su diversión personal como la de sus amigos de APANCON.
Es muy difícil en mi condición de habitante permanente de Ancón ver la pobreza de Ancón y la falta de oportunidades que afrontamos diariamente. No tenemos un banco, un cine, un hospital, centro comercial o un cajero electrónico (el cual sólo esta en Playa Hermosa y no nos dejan ingresar), tenemos que trasladarnos hasta Puente Piedra.
Si bien usted o su familia tienen un departamento frente al mar de Ancón viven de espaldas a la realidad, realidad que no quieren ver porque alrededor de sus departamentos vivimos más de 44 asentamientos humanos que agrupan a 33 mil pobladores por los cuales ustedes no han hecho nada y simplemente nos ofrecen empleo en la época de verano (que algunos pocos alcanzan) y luego los demás días del año no tenemos oportunidades.
Antes y ahora que oportunidades de progreso ha ofrecido usted y sus amigos de APANCON para nosotros los que vivimos todo el tiempo en Ancón. La respuesta es sencilla: NINGUNA. Ustedes nunca se han preocupado por el pueblo de Ancón y lo peor es que se oponen a oportunidades como el puerto que beneficiará a nuestro distrito.
Usted parece muy inteligente, debe saber que si los puertos son tan dañinos como usted lo indica, porque existen en otras partes del mundo y generan progreso para todos los habitantes de los países mediante el incremento del comercio exterior, o es que simplemente ¿les van a malograr el sunset a usted y sus amigos de APANCON????
Como usted dice ¨Hay cosas que no tienen precio¨, es que acaso los pobladores que vivimos permanentemente en Ancón debemos continuar en la pobreza, el atraso y que seamos casi un pueblo fantasma por la diversión en sus yates de usted y sus amigos de APANCON???