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sábado, abril 10, 2010

Cuando el fin justifica los medios todo está perdido

LA PULCRITUD COMO BASE DE LA CIVILIZACIÓN

Cuando todo vale y el fin justifica los medios la sociedad humana vuelve a la oscura y húmeda caverna prehistórica, alejándose del fuego vital de la civilización. Solo la pulcritud y la coherencia de cada acto cotidiano —individual o colectivo, privado y político— garantizan la vigencia del Estado moderno de derecho y de todas las abstracciones sobre las que se sostiene: democracia, libertad, justicia, solidaridad, entre otras. Hablar de ellas no es lo mismo que hablar de un rábano. Rábano es una palabra concreta que representa algo tangible que podemos ver, palpar, oler, saborear y hasta agarrar por las hojas. Nuestra sociedad, sin embargo, se sostiene en conceptos abstractos que la tornan frágil. La doble moral, los arreglos bajo la mesa y la turbidez, dinamitan la credibilidad de nuestras instituciones y del sistema en ámbitos diversos desde el Congreso a la economía pasando por los partidos políticos y de fútbol hasta llegar a la empresa privada, la medicina, las artes, la gastronomía o un campeonato de tabla hawaiana. Nada se salva cuando no hay confianza, verdad y coherencia. Cuando el fin justifica los medios todo está en riesgo y todos perdemos.
En las últimas semanas, por ejemplo, la reputación del juez español Baltasar Garzón ha rodado por los suelos. La prensa española le cuestiona una “intervención irregular de comunicaciones” y sostiene que sus defensores “olvidan que la justicia solo es justa cuando se atiene a unas reglas establecidas”. Ayer mismo un editorial del diario “ABC” explicaba “llegó a un punto en que (Garzón) se creyó investido del poder suficiente para crear las normas jurídicas que convenían a sus propósitos”. Mientras tanto el chileno José Miguel Insulza fue reelegido secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), con el voto de nuestro país que ha descartado la reelección presidencial y que hace pocos días consideró saludable que la corte colombiana deniegue a Álvaro Uribe sus intenciones reeleccionistas. Así un personaje (“cubanófilo”, según su compatriota el escritor Jorge Edwards) en cuyo país la reelección fue abolida justamente por las fuerzas de izquierda que él representa tiene a bien reacomodarse en su cargo. ¿Total? ¿La reelección está bien en la OEA y no en nuestros países? ¿Los presidentes no pueden ser reelegidos aunque el pueblo lo pida pero los congresistas sí pueden atornillarse por décadas en su curul? ¿El voto popular deviene en “sagrado” cuándo le sirve a quién? La incoherencia es delirante.
El Poder Judicial se pudre pero el presidente de la Corte Suprema es considerado un perfume de rosas andante mientras lo que es su responsabilidad hiede. A vista y paciencia de las autoridades se roban pruebas del “chuponeo” telefónico realizado por Business Track (BTR), y aquí no pasa ni pasará nada. Una congresista dice no tener vínculo —salvo cinco hijos— con un fulano que macera hojas de coca en el perímetro de su chacra. El presidente del Consejo de Ministros se enfrenta a la titular del Ministerio de Economía para que una firma brasileña se encargue “como sea y pese a quien le pese” de la irrigación de Olmos. Y en las últimas semanas, un hirviente caldo de choros a la Conchán “sorprendió” al presidente Alan García Pérez, bañándolo de cuerpo entero. ¿Pulcritud decíamos? Vaya ingenuidad. Acá todo vale menos agarrar al rábano por las hojas.
El Comercio, 27 de marzo de 2010

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