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miércoles, mayo 20, 2009

Padres de la patria y la contaminación del aire

Hay iniciativas gubernamentales que parecen demostrar que algunos congresistas y ciertas autoridades desconocen de cabo a rabo nuestra Constitución o simplemente les importa muy poco lo que allí está escrito. Solo así se entiende la insistencia de ampliar por más tiempo la importación de vehículos de segunda y tercera mano. Autos, camionetas, combis que en su país de origen han sido descartados por exceso de uso.
Vale la pena recordar que la Constitución expresa, entre los Derechos Fundamentales de la Persona, el derecho “a la paz, a la tranquilidad, al disfrute del tiempo libre y al descanso, así como a gozar de un ambiente equilibrado y adecuado al desarrollo de su vida” (Capítulo 1, art. 22). Más claro el agua, la propuesta congresal vulnera la Constitución.
Recordemos que los vetustos motores son más ineficientes, más derrochadores de combustible y huérfanos de la tecnología avanzada que reduce la emisión de contaminantes. Cinco son las principales fuentes de polución de los automóviles: monóxido de carbono, óxidos de azufre, plomo que al acumularse en el organismo causa males renales, hepáticos, anemia, interfiere con las funciones cerebrales y nerviosas (llevando a depresión, violencia y a una menor capacidad de aprendizaje).
Están también los óxidos de nitrógeno e hidrocarburos gaseosos que al reaccionar químicamente con la luz solar forman otros irritantes, como el dióxido de nitrógeno, base del smog. Mientras más vetusto el motor, mayor será la emisión de estos venenos.
Basta andar por el centro de cualquier ciudad capital, por donde circulan estas antiguachas, y ver las paredes ennegrecidas, el polvillo negruzco sobre toda superficie y la corrosión de las rejas para comprender lo que les está pasando a nuestros pulmones y a nuestro cuerpo: asma, ojos irritados, alergias, mareos, abortos espontáneos, incluso distintos tipos de cáncer se atribuyen a esta polución.
La combinación de los residuos de los motores produce efectos negativos —no suficientemente estudiados— sobre la salud de los conductores, pasajeros y peatones, así como la flora y fauna citadinas. Cabe preguntarse, entonces: ¿es lógico, humano, decente, inteligente o necesario permitir que la chatarra rodante ingrese a nuestro país? La respuesta obvia es no.
Los poderes del Estado están para proteger al ciudadano y no para atentar contra su salud, al menos que se esté en campaña electoral permanente y resulte mejor, en la extraña aritmética política, sumar votos de algunos sectores bajo la falsa excusa de crear nuevos puestos de trabajo, mientras se convierte impunemente a las ciudades en islas de tóxicos que amenazan al grueso de la población, especialmente a los más pequeños y a las personas de la tercera edad.
Esperemos que el analfabetismo ambiental de quienes nos gobiernan pueda revertirse y que demuestren la valentía necesaria no solo para prohibir el ingreso de vehículos usados, sino en el impulso de una reforma tributaria que, más bien, castigue el transporte obsoleto y exonere de pagos a los automóviles modernos, nuevos y menos contaminantes por el bien de todos.
El Comercio, 18 de abril de 2009

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