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sábado, octubre 09, 2010

El escritor que aborrece la mediocridad


“En medio del hormigueo, de la multiplicación general de la mediocridad, es un estímulo formidable”, ha escrito el chileno Jorge Edwards ni bien enterarse de que el Nobel de Literatura 2010 ha sido –por fin– para Mario Vargas Llosa. Como un salmón que nada a contracorriente para retornar al origen, Vargas Llosa ha enfrentado con la pluma y el verbo la mediocridad, la banalidad y la frivolidad convertidas ya en el indeseable sello de nuestros tiempos. Su extraordinaria obra literaria es un compromiso con la excelencia que la mayoría prefiere no cansarse en buscar.
En un mundo de facilismos, de verdades a medias y de evasiones, nuestro Nobel es una especie en extinción. Asunto que quedó bastante claro tras “La civilización del espectáculo”, conferencia dictada en Madrid (2008) en la Asamblea 64 de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y publicada posteriormente en la revista “Letras libres”. Lo de Vargas Llosa fue un grito de libertad, una feroz crítica a esta sociedad de valores invertidos en que lo único importante es pasarla. No quedó títere con cabeza. “La literatura light –dijo–, como el cine light y el arte light, da la impresión cómoda al lector, y al espectador, de ser culto, revolucionario, moderno y de estar a la vanguardia con el mínimo esfuerzo intelectual. De este modo, esa cultura que se pretende avanzada y rupturista, en verdad propaga el conformismo a través de sus manifestaciones peores: la complacencia y la autosatisfacción”.
Se podrá discrepar con MVLL de ciertos enfoques políticos, de su activa militancia por la secularización de la sociedad y su postura antimilitarista, pero no podrá negarse que es un intelectual preocupado por su tiempo y más preocupado aun porque “en nuestros días, el intelectual se ha esfumado de los debates públicos, por lo menos de los que importan [...] Porque en la civilización del espectáculo el intelectual solo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón”.
Hace mucho que Varguitas pudo recostarse en su zona de confort, no seguir nadando a contracorriente y dormirse sobre sus muchos laureles. Pero es justamente su inconformidad y convicción de que el mundo de las ficciones y de la realidad siempre podrán ser mejores, lo que ha llevado a que se le conceda un premio que por largas décadas le fue esquivo.
Recorrer el Perú de la mano de este perfeccionista de la palabra es una aventura fascinante. Vamos por la costa urbana, degradada de espacios asfixiantes y cerrados a los espacios abiertos de los Andes y la Amazonía, y en el centro siempre el ser humano con todos sus matices, contradicciones y sabiduría. En su libro “El Hablador” –ambientado en la selva– nos recuerda: “La relación del hombre y la naturaleza, por ejemplo. El hombre y el árbol, el hombre y el pájaro, el hombre y el río, el hombre y la tierra, el hombre y el cielo. El hombre y Dios, también. Esa armonía que existe entre ellos y esas cosas nosotros ni sabemos lo que es, pues la hemos roto para siempre”.


El Comercio, 09 de octubre de 2010