Páginas

sábado, julio 24, 2010

¿Qué tal algo inesperado?


Lima tirita. Hace 46 años que la capital del país no sufría frío tan intenso. En este clima helado —con gran parte del Perú declarado en emergencia por la ola de frío que azota también al resto de América del Sur—, el doctor Alan García nos dará este miércoles 28 el mensaje previo a su último año como presidente de la República. Los aguafiestas de siempre (léase: los políticos de oposición, los que quisieran estar en el podio en vez del orador, quienes candidatearon solo para saborear la derrota) ya están diciendo que no esperan nada nuevo. El presidente del Consejo de Ministros, Javier Velásquez Quesquén, dice sin embargo que deberíamos poco menos que estar saltando de alegría pues el presidente planteará los desafíos al 2021 para convertirnos en un país del primer mundo. Ojalá, pero lo malo es que el próximo año no sabemos quién estará ocupando el sillón presidencial y si le interesarán un pepino los desafíos de García.


Así las cosas y para no caer en la categoría de “aguafiestas”, repetimos que ojalá lleguemos pronto —por el bien de todas y todos— a ser un país del primer mundo, pero como se lo entiende en el siglo XXI: impulsado por energías limpias y renovables, encaminado en la senda de desarrollo sostenible, donde en la agenda política sea una prioridad la recuperación y conservación de los recursos naturales y el diálogo con los habitantes de las zonas donde han de desarrollarse los grandes proyectos de infraestructura y aprovechamiento de los recursos. Un país en orden, seguro y pacífico, donde todos los sectores de la sociedad se sientan representados, donde no quede niña ni niño sin aprender a leer y todos tengan las mismas posibilidades (o al menos parecidas) para desarrollar su potencial creativo, intelectual, emocional y espiritual y nadie se eche a dormir con la barriga vacía. Un lugar donde la corrupción sea considerada palabra soez y el delincuente de cuello y corbata no encuentre club, cargo público ni empresa que lo tolere. Un país del primer mundo del siglo XXI donde los gobernantes se preocupen en algo por dar ciertas alegrías y una buena dosis de esperanza a quienes los eligieron (o sea, algo así como Finlandia pero más tibiecito). Y todo esto está muy bien, pero sería mejor no esperar 11 años para adoptar las medidas que eviten la muerte por frío de nuestros compatriotas en los Andes, por falta de energía en sus hogares, por carencia de abrigo y de vivienda digna, por debilidad derivada de la desnutrición o por la imposibilidad de recibir atención médica a tiempo.
En fin, sí deberíamos esperar algo del mensaje presidencial y cruzar los dedos para que, en su último año de gobierno, el doctor Alan García decrete: el derecho a respirar aire puro, a beber agua clara y no contaminada de todo río y riachuelo que cruce el territorio nacional, a gozar de paisajes jamás alterados, a mirar el horizonte sin que gigantescas plataformas petroleras interfieran con la puesta de sol a todo lo largo de nuestra costa (pasa en un pedacito, pero ¿en toda?), a que los cultivos transgénicos sean declarados enemigos de la patria y sirvan de alimento para los sentenciados por terrorismo (a ver si son tan inocuos como se sostiene); a que queden los cerros llenos de oro sin ser convertidos en mina (algunos, al menos) y a que los lodos y los basurales se conviertan en jardines y lagunas. Es decir que por decreto nuestra vida se desenvuelva en un ambiente limpio, tranquilo y armonioso. ¿Por qué no esperar todas estas novedades? De ilusión también se vive, dicen.

El Comercio, 24 de julio de 2010

Expulsado por 'verde'

Veamos. Según nuestra Constitución, el Ministerio del Interior se encarga, entre otras cosas, de velar por la seguridad ciudadana. Con la cantidad de asaltos, violaciones y crímenes perpetrados a diario diríase que el ministro Octavio Salazar no leyó esa parte. Lo que sí parece haber leído —y malinterpretado— es que tiene potestad para decirles: “Lárgate o te lo digo a mi manera, fuera, fuera” (misma cumbia de los Hermanos Yaipén) a quienes son una amenaza para la seguridad de nuestro país o realizan actividades distintas a las consignadas en su permiso de residencia. Lo que está muy bien si hay razones para hacerlo, pero Salazar ha generado tamaño enredo con el caso del religioso británico Paul McAuley.

Y el asunto ha traído una larga cola: protestas, pronunciamientos internacionales, ofrecimientos de las comunidades indígenas para proteger al hermano, es decir indignación generalizada. Y es que la Dirección General de Migraciones (Digemín) del Ministerio del Interior acusó sin pruebas a McAuley de realizar “actos contra la seguridad del Estado, el orden público interior y la defensa nacional”, y le canceló su residencia. Según Migraciones, el religioso habría infringido el artículo 63 de la Ley de Extranjería por apoyar a los nativos en sus protestas ambientalistas. Ajá, vaya amenaza. Salazar —que no ha dicho ni pío ante el hecho de que Lori Berenson, terrorista emerretista para más señas, ande suelta en plaza paseándose por Miraflores— dijo que el británico tenía siete días para dejar el país. ¿Dónde está escrito que un religioso no puede apoyar a su comunidad cuando esta se siente amenazada? Siguiendo la lógica del ministro, ¿un sacerdote que protesta junto a sus parroquianos capitalinos contra la comercialización de drogas, la prostitución en las esquinas o los accidentes de tránsito es también una amenaza? Francamente.

Monseñor Miguel Cabrejos, presidente de la Conferencia Episcopal ha dicho: “La defensa del medio ambiente no solo es por la protección de la naturaleza, sino del espacio donde se debe desarrollar el ser humano en forma digna”. Pidió a las autoridades velar por el debido proceso en el caso de la orden de expulsión de McAuley, actualmente en el Poder Judicial. Monseñor Cabrejos enfatizó: “Es importante comprender que la labor de la Iglesia es evangelizar, pero también velar por el cuidado de la promoción humana integral, educación, salud, etc.”. Lo que a Salazar debe haberle sonado a grave amenaza contra el Estado. Y mientras se preocupa tanto por un religioso “verde”, que simplemente cumple su labor pastoral, los narcotraficantes y terroristas siguen haciendo de las suyas en el VRAE, y en las ciudades proliferan los ajustes de cuentas, robos y secuestros.

El ministro del Interior quizá no lo sepa, pero un gran hombre que no fue amenaza sino esperanza dijo: “La cuestión del medio ambiente está íntimamente relacionada con otros importantes problemas sociales, pues abarca todo lo que nos rodea y todo aquello de lo que depende la vida humana. A este respecto la reflexión sobre [...] la obligación de favorecer un ambiente seguro y sano”. Ese hombre fue Juan Pablo II, el Papa Peregrino, ante la Plenaria del Consejo Pontificio Justicia y Paz, en noviembre de 1999. A la luz de la doctrina social de la Iglesia, los sacerdotes no pueden ser ajenos a la problemática ambiental y ecológica, y menos abandonar a sus feligreses cuando se sienten amenazados. Lo demás son temores infundados, intereses soterrados y maniobras vergonzosas.




El Comercio, 17 de julio de 2010

sábado, julio 10, 2010

El famoso pulpo Paul

El pulpo Paul es la sensación de los seguidores del Mundial de Sudáfrica 2010. El ahora famosísimo octópodo vive en el acuario Seelife, de Oberhausen, Alemania. Cuenta con su propia página web, polos y gorras con su imagen, una legión de 65.000 seguidores en Facebook, figura entre los diez temas más populares de la red social Twitter, ha generado un circuito de apuestas y sus pronósticos son transmitidos en vivo como noticia de último minuto por la televisión europea. Durante la Eurocopa del 2008 acertó en el 70% de los casos. Durante el Mundial no ha fallado en ninguno. Paul vaticinó que Alemania vencería a Argentina y así fue. En el país perdedor tal deshonor llevó a que, aquel fatídico día, muchos se comieran un pulpo a la parrilla en vez del tradicional bife.

La cosa con Paul funciona más o menos así: se colocan dos cajas transparentes frente a él con un choro dentro de ambas. Cada caja exhibe la bandera de los países que se enfrentarán y supuestamente ganará el equipo de cuya caja extraiga el choro. Cuando predijo el triunfo español —inesperado frente a Alemania— los chapetones ya se lo querían llevar a su tierra y bautizarlo con el nombre de Pablito. La alegría fue tal que varios restaurantes retiraron los platos con pulpo de sus cartas y Elena Espinosa, ministra de Pesca y Medio Ambiente de España, sugirió que propondría una veda para la pesca de la especie.



Según el curioso oráculo de los ocho tentáculos, España se coronará campeón mundial, Holanda quedará segundo y Alemania en tercer lugar. Es decir que hoy Uruguay perderá. Veremos. El escritor uruguayo Eduardo Galeano —un impenitente aficionado— bromeando ha descalificado a Paul “por corrupto” y en su país se ha desatado una campaña contra el pobre animal bajo el lema “Todos contra el pulpo”.
Mientras tanto Paul recibe —en el reducido espacio en el que se lo tiene confinado— amenazas de los hinchas cuyos equipos han perdido. Las amenazas, claro, llegan bajo la forma de recetas de cocina. Al paso que va la cosa, el acuario de Oberhausen podrá publicar un libro de las mil y un maneras para preparar un pulpo. Grupos de defensa de los animales —con justificada razón— ya están protestando por el uso del animal, aunque más habría que protestar por el hecho de que el pobre Paul nació cautivo y así morirá, encerrado sin haber cometido ningún crimen.
Los octópodos son un orden de moluscos —como las ostras, los caracoles, almejas, entre otros— que carecen de concha. En otras palabras son conchas sin concha exterior y como todo molusco carecen de esqueleto. Tienen ocho tentáculos (aunque algunos dicen que son seis patas y dos manos). Pertenecen a la clase de los cefalópodos, palabra que nace del griego y más o menos significa “pies en la cabeza” (por razones obvias). Los científicos descubrieron hace relativamente poco, en diciembre del 2009, que son capaces de usar herramientas, lo que demuestra su inteligencia. Un equipo científico observó en Indonesia a uno utilizar medio coco a modo de caparazón para protegerse del peligro y a otro encajar dos medios cocos —a modo de concha— escondiéndose dentro para descansar. Maravillosa criatura a la que la gran mayoría aprecia solo por su sabor. Y, por estos días, por su supuesto don adivinador. ¿Será?
El Comercio, 10 de julio de 2010

Perelman, el hombre que rechazó un millón de dólares

Es un genio. Es excéntrico. No contesta el teléfono. Tiene 44 años, los ojos claros, las cejas pobladas y espesa la barba. Es —según dicen— el hombre más inteligente del planeta y está convencido de que puede demostrar la existencia de Dios mediante las matemáticas. Es más, asegura ya haberlo logrado. No es fácil fotografiarlo y sale muy poco de su casa. Su nombre es Grigori Perelman (Leningrado 1966) y ha resuelto uno de los “siete problemas del milenio”: en este caso la llamada conjetura de Poncairé, un asunto que, a lo largo de más de un siglo, tuvo a varias generaciones de expertos rascándose la cabeza. Rascándose la cabeza y punto. Ninguna respuesta.

EL RECHAZO
El Instituto de Matemáticas Clay, de Massachusetts, ofreció pagar US$1 millón por cada uno de los problemas del milenio resueltos. Al ruso le correspondía el dinero. Sin embargo, se negó rotundamente a convertirse en millonario. En una reciente ceremonia en el Instituto Oceanográfico de Paris se debía entregar el premio, pero el ganador no llegó. Nada extraño para quien en el 2006 no apareció en un congreso madrileño donde —de manos del rey Juan Carlos de España— iba a recibir la prestigiosa medalla Field, de la Unión Matemática Internacional y considerada una suerte de Nobel de esa disciplina. La medalla Field dota de U$14.000 a matemáticos menores de 40 años y le arrancaría lágrimas a cualquier investigador —familiares incluidos— pero Perelman no se inmutó y dejó colgados a cinco mil participantes.

“No quiero que me expongan como a un animal en un zoológico”, se supone que anda diciendo. Reniega de la fama y de la fortuna, lo suyo son los números y la espiritualidad. Vive al borde de la miseria y eso no le quita el sueño. “No soy un héroe de las matemáticas, ni soy tan exitoso como para que todos me miren con la boca abierta”. Su ausencia en la ceremonia parisina fue un rotundo no al millón de dólares.

CUCARACHAS EN SAN PETERSBURGO
El genio vive con su mamá en un pequeño departamento en un humilde vecindario, en las afueras de San Petersburgo. Dejó de trabajar hace más de cinco años en el Instituto de Matemáticas Steklov y comentan que se gana el poco pan como profesor particular, completando sus magros ingresos con la ínfima pensión que recibe su mamá. No brinda entrevistas y es tan esquivo que ya se ha gestado una leyenda urbana que sostiene que el hombre, simplemente, no existe. No queda más que creerle al diario sensacionalista británico “Daily Mail”, que asegura haberlo entrevistado —puerta cerrada de por medio— y que sobre el premio del millón dijo: “Tengo todo lo que necesito”. Según la misma fuente, una vecina que conoce el hogar del matemático comentó que eso de “tengo todo lo que necesito” se reduce a una silla, una mesa y un par de camas viejas, al parecer herencia de los antiguos propietarios del lugar —una pareja de alcohólicos—, amén de un ejército de cucarachas del que no parece dispuesto a deshacerse.

MIL PÁGINAS Y UNOS CHINOS
Para fines del 2002, Perelman colgó un inesperado artículo en la web www.arxiv.org (usada por los matemáticos para difundir entre la comunidad científica sus trabajos antes de publicarse). En este primer artículo afirmó que había demostrado la conjetura de geometrización —propuesta por William Thurston en los años 70— en el sentido de que la conjetura de Poincaré es tan solo un caso particular, nada más. Por cierto, Thurston nos recomienda a los comunes mortales aprender del ruso su “actitud ante la vida”, es decir: humilde con su sabiduría, inmune a los halagos y profundamente espiritual. También apoyó su solución en el llamado “flujo de Ricci”, de Richard Hamilton.

Pero sigamos con la hazaña de Perelman y dejemos las altas matemáticas para los expertos. En el millar de páginas de su trabajo obvió gran parte de los detalles intermedios de la prueba, lo que complicó la comprobación que había resuelto la famosa conjetura. Un equipo de expertos verificó palabra por palabra las ideas plasmadas en su artículo. Mientras tanto, un par de matemáticos chinos trató de desmerecer y apoderarse de su trabajo al sostener que el ruso solo había sugerido una estrategia para resolver la conjetura. Las intrigas quedaron al descubierto gracias a una investigación periodística de “The New Yorker”.

¿Y el afectado? Ni se enteró. Vive —y por lo visto seguirá haciéndolo— muy tranquilo en su pequeño departamento poblado de cucarachas y de fórmulas matemáticas que para él confirman la existencia de Dios. Y frente a algo tan grandioso ¿para qué podría servirle un millón de dólares?

Los siete problemas del milenio
Henri Poincaré (1854-1912) es considerado el último ser humano que fue capaz de comprender toda la ciencia de su tiempo. En 1904 el matemático francés conjeturó un asunto medio complicado pero que puede resumirse más o menos así: según él, la esfera es el único cuerpo de tres dimensiones que cumple unas determinadas propiedades. Poincaré se apoyaba en sus propios trabajos anteriores, pero no logró generalizar los métodos que con éxito había aplicado para el caso de objetos de dos dimensiones. O sea que ni él mismo logró resolver su conjetura. Poincaré zanjó la discusión con una frase ya histórica: “Ese tema nos llevaría demasiado lejos”. Murió y el asunto quedó sin respuesta y sin ella estuvo por larguísimas décadas.

A lo largo de todo este tiempo se acumularon, una tras otras, las demostraciones incorrectas sobre la conjetura de Poincaré, al punto que se publicó una guía sobre los métodos fallidos que no llevaban a resolverla. Para el año 2000 el asunto pasó a formar parte de la lista de los “siete problemas matemáticos del milenio” que, según el Instituto Clay, señalarían las tendencias y rumbos de la investigación del siglo XXI, y se ofreció un millón de dólares a quien resolviera cualquiera de ellos.

Son siete problemas matemáticos cuya resolución sería premiada, según anunció en el año 2000 el Instituto de Matemáticas Clay, de Massachusetts, con un millón de dólares cada uno. Al día de hoy solo la conjetura de Poincaré ha sido resuelta por el ruso Grigori Perelman. Los otros son:

P versus NP.

La conjetura de Hodge.

La hipótesis de Riemann.

Existencia de Yang-Mills y del salto de masa.

Las ecuaciones de Navier-Stokes.

La conjetura de Birch y Swinnerton-Dyer.



El Comercio, domingo 04 de julio de 2010

"Los langostinos no son de color negro"

A olvidarse del coctel de camarones, parihuelas o huevera arrebozada. “Chau pescau”, cebiche, chita a la sal y choritos a la chalaca. En el recuerdo sudado de corvina y los calamares en su tinta. Para comer, nada de nada de lo que nade o habite en el mar. Así estaríamos si la tragedia ecológica del Golfo de México, Estados Unidos, hubiese tenido como escenario las costas de Lima. Dicho sea de paso, recientemente el Gobierno entregó en concesión a Savia (antes Petro-Tech) dos lotes submarinos que van de Huacho a Cañete. Y que el buen Dios nos coja confesados porque si pasó allá —en el país del norte— aquí podrá pasar lo mismo, pero peor.

En Estados Unidos la indignación gastronómica contra la British Petroleum (BP), empresa responsable de que el planeta padezca una de las mayores tragedias ecológicas de la historia, no se ha hecho esperar. “Los langostinos no son de color negro” se leía en la pancarta de uno de los tantos manifestantes contra la empresa que desde el pasado 20 de abril, tras el colapso de una plataforma marina, no cesa de liberar miles de litros diarios de petróleo. Las pérdidas para la pesca artesanal e industrial ya son incalculables. Y lo mismo para la culinaria. Cangrejos, cigalas, langostinos, ostras, truchas, camarones, son tan solo algunos de los productos marinos y de agua dulce, esenciales de la reputada gastronomía regional —Cajun y Creole— de la zona del Golfo de México, que han empezado a desaparecer. Y la que ha dado la voz de alarma y se ha lanzado en una batalla legal, para interponer un pedido de “acción civil” (class action), es la conocida chef Susan Spicer, jueza de los “realities” televisivos “Iron Chef America” y “Top Chef” y propietaria de los restaurantes Bayona, Herbsaint y Cobalt en Nueva Orleans, estado de Luisiana.




La demanda de Susan Spicer contra la British Petroleum (Bayona Corporation versus Transocean Ltd. et al, U.S. District Court, Eastern District of Louisiana, 10-01839) es no solo por su negocio sino por todos los restaurantes que están desabastecidos de productos marinos tras el derrame de petróleo, un negocio que, según explica Serena Pollack, su abogada, “requiere básicamente de la disponibilidad de ingredientes marinos locales”.

La creciente y contaminante mancha de petróleo ha golpeado fuertemente este negocio pues hay menos turismo y obviamente menos comensales. Si en términos ecológicos el derrame de petróleo ha roto la base de la cadena alimenticia marina, en términos económicos ha quebrado la cadena de abastecimiento y distribución. Este tipo de restaurantes se verá afectado por largo tiempo y también la salud de las personas. Aquí ganan solo las cadenas de comida chatarra y las hamburguesas (de vacas congeladas quién sabe por cuánto tiempo) con papas fritas, los pollos engordados con maíz transgénico y las pizzas que gotean aceite.

Una región acostumbrada tradicionalmente a alimentarse con productos marinos ha visto alterada su dieta. Medio ambiente devastado en nombre del “progreso”. Sabor aplastado por la irresponsabilidad de una empresa. Cocina regional camino a la extinción por la explotación rapaz de fuentes de energía no renovable. Es el choque de dos culturas y la chef Susan Spicer (cuyo apellido curiosamente significa “sazonadora” en castellano) sienta un interesante precedente ecológico en la legislación estadounidense, al defender la culinaria y la calidad, abastecimientos y frescor de sus ingredientes.

Y aquí en 1567 tuvimos a nuestra propia Susan Spicer encarnada en los naturales de las Lomas de Atiquipa. No se trató allí de petróleo contra pescados, sino de vacas contra cultivos estacionales. Según ilustra la historiadora María Rostworowski, aquellos agricultores presentaron queja ante el alcalde de Arequipa, don Pedro Melgar, pues el ganado español pastaba y vagaba sin vigilancia y destruía sus cultivos estacionales de maíz, yuca, achira y camote. El defensor de los naturales Juan de Castro Figueroa —quizá primer abogado “verde” del país— “consiguió la imposición de cien pesos de plata corriente como sanción a los dueños de los animales”. Hoy la British Petroleum deberá pagar al menos 20 mil millones de dólares a los afectados, sin contar lo que pueda lograrse con la acción de la chef Spicer.

¿Y quién será nuestra Spicer cuando alguna de esas plataformas petroleras que se instalarán —antes que después— frente a las costas de Lima nos deje sin pescado y arruine a cebicheros y expertos chefs que crean maravillas con los productos marinos? Ojalá no tengamos que salir con pancartas en las que se lea: “La corvina no es de color negro”.
El Comercio, 03 de julio de 2010