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martes, diciembre 23, 2008

La mayor reserva marina del planeta

En sus ocho años como presidente de Estados Unidos, George W. Bush ha sido noticia por todo menos por su preocupación ambiental. La conservación no ha sido parte medular de su gestión. Es más, las estadísticas demuestran que durante su gobierno varios indicadores de gestión ambiental mostraron grandes retrocesos: los fondos estatales para limpieza de residuos tóxicos se redujeron en 52%, el número de playas clausuradas por insalubres subió en 26%, los ataques de asma vinculados a la mala calidad del aire se elevaron en 6%, las alertas para que no se consuman peces ribereños por contaminación crecieron 100%, las acciones legales contra el delito de contaminación cayeron en 17% (reflejando un relajo en el sistema de justicia contra los crímenes verdes). En fin, para los ambientalistas el hombre ha sido un verdadero desastre.
Robert F. Kennedy hijo, en su libro "Crímenes contra la naturaleza: cómo George W. Bush y sus amigos corporativos están saqueando el país y secuestrando nuestra democracia", menciona explícitamente que Bush tiene una agenda antiambiental: su rechazo al Protocolo de Kioto cuando se había comprometido a suscribirlo. Kennedy se remonta, además, a las épocas en que era gobernador de Texas y lo acusa de haber formado una troika pro industrial que copó todas las instancias de protección ecológica de ese Estado.
Así las cosas, nadie esperaba que tan insensible caballero creara la más grande reserva marina del planeta. En una ceremonia realizada a mitad de año, el 16 de junio, el presidente antiecológico designó las islas noroccidentales de Hawái monumento nacional. Se trata de una región tropical marina prácticamente intacta y considerada por los expertos como las 'Galápagos estadounidenses'. Una sucesión de islas deshabitadas, atolones, grandes colonias de arrecifes de coral, montes subacuáticos y una asombrosa biodiversidad. Esta área protegida es siete veces más grande que el conjunto de todos los santuarios marinos estadounidenses. Bush, hombre temeroso de Dios, tuvo al parecer una epifanía, una revelación. Ocurrió en abril, por esas cosas del Señor, que en la Casa Blanca se exhibió un documental sobre la paradisíaca zona, realizado por Jean-Michel Cousteau, hijo del recordado oceanógrafo Jacques Cousteau. Allí observó la inigualable belleza de los albatros de patas negras, la luz subacuática ondeando sobre el caparazón prehistórico de las tortugas verdes, la suave danza de los tiburones tigre, la creación bajo las aguas en todo su esplendor.
Luego de la cena escuchó a la bióloga Sylvia Earle hablar sobre la vida en los océanos.
Y ocurrió lo inesperado. George W. Bush supo que debía declarar este paraíso, monumento nacional para que sea conservado a perpetuidad; a este lugar al que Clinton solo había considerado como reserva de ecosistema, en el 2000, categoría que no garantizaba su protección permanente.
La intención es enfocarse únicamente en actividades científicas, educativas, de buceo, fotográficas y turísticas, todo bajo estricto control y con permisos especiales. En ciertas zonas solo podrán realizar actividades los pescadores artesanales hawaianos, conservando sus tradiciones y su forma ancestral de vida. Mientras tanto, nuestras autoridades que suelen rasgarse las vestiduras y llenar sus discursos con términos como megadiversidad, riquísimo mar de Grau, tesoros naturales inigualables, no logran siquiera darle protección efectiva a la Reserva Nacional de Paracas ni proteger islas, puntas, bancos como el de Máncora, o detener efectivamente la depredación de algas en el sur. Francamente...
El Comercio, 20/12/2008